Beata Giacomina (Jacoba, Jacqueline) de Settisoli, viuda. 8 de febrero.
Lamentablemente es poco lo que se conoce de ella, habiendo sido una persona tan importante en la vida de San Francisco de Asís (4 de octubre, 17 de septiembre, la estigmatización, 25 de mayo, Invención de las reliquias), hasta el punto de asistir a su muerte y estar enterrada junto a él. Era una señora descendiente de la nobleza de Roma. Se casó con Graciano Frangipane, conde de Marino y señor de Septizonium, del que tuvo dos hijos: Juan y Graciano. En 1217 quedó viuda, siéndolo para siempre. No solo era noble, sino que política y económicamente estaba bien situada, puesto que su hijo Juan, testigo de los estigmas de San Francisco, fue años después procónsul de Roma y conde del Sagrado Palacio. Según el biógrafo de Francisco que, en definitiva, es quien más detalles da de su vida, afirma que era de "notable santidad, por la perfección de las virtudes y por la vida ejemplar durante su larga viudez". Tuvo una relación muy especial de cariño y cercanía espiritual con Francisco, además de ternezas propias de madre, como prepararle y enviarle los dulces preferidos del santo.
La anécdota más conocida entre la Beata Jacqueline y San Francisco fue en el momento de la muerte del santo, cuando el hermano portero no la dejaba entrar al monasterio, a pesar de haberla llamado el santo junto a sí. Ante esto Francisco dijo que si bien no podían entrar mujeres, “fray Jacoba” sí que podía hacerlo. Dice la leyenda que el santo la había mandado a buscar pidiéndole los dulces que tanto le gustaban y a punto de salir el emisario, apareció ella, que ya sabía por revelación que el santo se moría. Francisco le regaló un corderito que la acompañaría a todos los sitios, incluido a misa. Es lógico pensar que, puesto que traía la túnica, velas y demás ornamentos fúnebres, fuera quien preparó el cuerpo del santo para su entierro.
Sea como fuere, después de la muerte del santo, ella se trasladó a Asís, donde llevó una vida de oración y penitencia según la vida franciscana. Allí falleció en 1239 y fue enterrada junto al santo Padre, en la cripta de la basílica de San Francisco. Fue inscrita como beata en el Propio franciscano, a 8 de febrero. En 2010 en el Consejo General de la Orden se estableció el día de su memoria como “Día de oración para los afiliados a la Orden”, pues si bien no fue terciaria, aquel “fray Jacoba” la afilió para siempre a la Orden, y es representante de los que aman la espiritualidad y ayudan a la familia franciscanas.
A 8 de febrero además se celebra a San Esteban de Grandmont, abad.