San Judicael (Gael, Giguel) de Bretaña, rey, monje y fundador. 17 de diciembre.
Fue hijo mayor del rey Hoel III de Bretaña y su mujer Pritelle, y sus hermanos fueron San Salomón III de Bretaña (4 de octubre), San Judoc (13 de diciembre) y San Winoc (6 de noviembre). Sus hermanas fueron Santa Eurielle de Trémeur (1 de octubre) y Santa Onenne de Tréhorenteuc (30 de abril).
Los datos históricos sobre Judicael son pocos, pero precisos, y se suscriben más bien a su juventud y vida adulta, muerte y culto. Sin embargo, la leyenda recurrió a la recreación piadosa para darnos más detalles de infancia, como que desde niño era muy piadoso, amigo de la soledad y que quería consagrarse a Dios en una ermita, para lo cual practicaba siempre. Pero la realidad es algo diferente: en 612 murió el rey Hoel, y el príncipe Salomón, que era el heredero, se dispuso a subir al trono. Pero Judicael hizo la guerra a su hermano durante tres años, hasta que perdió sus fuerzas y seguidores, y tuvo que claudicar. Su hermano le perdonó a cambio de que Judicael abandonara el mundo y tomara el hábito monástico en cualquier monasterio de Bretaña. En 616, efectivamente, profesa como religioso en el monasterio de San Juan, bajo el cayado abacial de San Meen (21 de junio). La leyenda le pone como perfecto religioso y amante de la penitencia y la disciplina. Tanta penitencia hacía, dicen, que hasta llegó a meterse en el agua helada noches enteras, dejando solo la cabeza fuera.
Sin embargo, la historia es la que es, en 632 murió el santo rey Salomón, que no tuvo descendencia, y Judicael abandonó la vida monástica para asumir el trono de Bretaña. Se casó con una princesa franca llamada Merovoë y tuvo varios hijos, entre ellos San Arnec (11 de octubre), obispo de Illy.
Fue Judicael, a pesar de todo, un buen rey. Estricto con las leyes, pero justo y caritativo. Algunas leyendas se hacen eco de su caridad: en una ocasión cargó sobre sí a un pobre leproso al que nadie ayudaba a cruzar un río, enviando su séquito delante, para que no se enfermaran. Al llegar a la otra orilla, el leproso tomó su verdadera forma: Cristo, y bendijo a Judicael. En otra ocasión, siendo Viernes Santo, estaba en oración, cuando oyó un alboroto fuera. Preguntó y le dijeron que se peleaban dos campesinos cuyos carros se habían trabado a la entrada del puente, y esto había dado pie a un atasco, gritos y más peleas. Al preguntar a que venía al palacio tanta gente, le dijeron que a pagar sus impuestos. Se espantó que en un día tan santo la gente andase en asuntos de dinero y reclamasen su presencia para ello, por lo cual, para enviarles a sus casas, ese año eximió a su reino de impuestos. Fue muy generoso con las iglesias y monasterios. Fundó algunos, como el que dio a San Lery (30 de septiembre), y a otros los dotó con tierras y beneficios.
Tuvo Judicael algunos encontronazos con el rey Dagoberto I, con el que finalmente hizo la paz gracias a la mediación de San Eloy (1 de diciembre y último domingo de junio, traslación de las reliquias), el cual también influiría para que Judicael en 642 abandonase definitivamente el trono y volviese al retiro monástico. Sus últimos años los vivió en la humildad del monasterio, siendo un monje más. Falleció el 16 de diciembre de 658, y fue llorado por ricos y pobres. Le enterraron en el cementerio del monasterio, de donde fueron sacados sus restos en 878 por miedo a los normandos. Los monjes se llevaron sus preciadas reliquias a Poitou, donde fueron puestas en una caja y metidas en el mismo sepulcro de San Martín de Vertou (24 de octubre). En 1130 regresaron a Paimpont, donde aún se veneran.
A 17 de diciembre además se celebra a San Sturmio de Fulda, abad.