Santa Monegundis de Tours, reclusa y abadesa. 2 de julio.

Lo que de su vida de conoce, lo escribió San Gregorio de Tours (17 de noviembre) en su "De vitiis patrum". La infancia se pasa por alto, y solo nos cuenta que era oriunda de Chartres. Su historia comienza sabiéndola felizmente casada y con dos hijas. Su vida pareció terminar cuando sus dos hijas murieron en la infancia, y Monegundis cayó en una gran tristeza, en la que solo su fe era su consuelo.

Luego de un año de melancolía y llanto, pidió a su marido le permitiera abandonarle y hacer vida eremítica, dedicada a la oración y la penitencia. Con dolor aceptó su marido, la dejó libre, y Monegundis se retiró a una ermita que edificó a las afueras de Chartres, llevando consigo solamente una estera. Se alimentaba únicamente de pan de centeno seco remojado en el agua que le llevaba una antigua criada. Esta se cansó de aquella labor caritativa y durante cinco días Monegundis no tuvo para comer ni beber. Imploró a Dios y de pronto cayó una nevada, a pesar de ser verano, que permitió a la reclusa recoger agua. La ermita estaba en un bello prado que Monegundis hizo cercar para estar a solas y sin molestias, pero una vecina curiosa, quiso espiarla y al verla por encima de la valla, quedó ciega. Lloró su curiosidad y pidió perdón a la santa, la cual, trazando la señal de la cruz sobre ella, la sanó.

Este y otros portentos, como sanar a un sordo, hizo que cada vez tuviera menos soledad y paz, y se le comenzara a llamar “la santa” y así, luego de unos años de retiro en Chartres, Monegundis se trasladó a Tours y se retiró en un sitio cercano a la tumba del gran San Martín de Tours (11 de noviembre, sepultura; 4 de julio, ordenación episcopal; 5 de octubre, Iglesia Oriental; 12 de octubre, Iglesia bizantina; 12 de mayo, invención de las reliquias; 1 y 13 de diciembre, traslaciones). Allí se dedicó igualmente a la oración y la penitencia, y dedicando largas horas a la meditación. Pronto se convirtió en un oráculo de santidad, pues los que la visitaban, consultaban o se encomendaban a sus oraciones hallaban la salud o la paz perdida. Tanto creció su fama, que su marido, parientes y los habitantes de Chartes le pedían insistentemente que volviera a la ciudad. La santa temió no agradarles y se puso en camino, pero antes de llegar, tuvo una revelación en la que Dios le confirmaba que le quería en Tours, y sin más, se regresó para dedicarse en exclusiva al culto del santo obispo de Tours.

Al poco tiempo tuvo algunas discípulas y le fue preciso fundar un monasterio dedicado a San Pedro, para el cual escribió su propia Regla. Vivían del trabajo de sus manos, servían a Dios y a los pobres y peregrinos. Muchos años vivió Monegundis a cargo de su monasterio y cuando se sintió morir reunió en torno suyo a las monjas y les pidió no estuvieran tristes, porque en el cielo ella les sería más útil. Bendijo un poco de sal y de aceite que allí habían y por los cuales se obraron luego de su muerte muchos milagros; el principal, que nunca menguaban ambos elementos aunque se usaran mucho. Murió sobre el 570 y fue enterrada en su monasterio.

Su tumba fue meta de peregrinos durante toda la Edad Media, por la cantidad de milagros que allí ocurrían. Uno de ellos cuenta que un ciego que era muy devoto de San Martín, oyendo los milagros que se narraban de Monegundis se fue a su tumba a rezarle. Obtuvo la curación de un ojo, y extrañado, siguió rezando a la santa, la cual se le apareció una noche y le confió que sanaría del otro ojo, si visitaba las reliquias de San Martín. Y así sucedió. Las reliquias de la santa fueron profanadas por los calvinistas en 1562, y se perdieron para siempre.

Fuente:
-"Crónica de la Orden de S. Benito, patriarca de religiosos". Fr. Antonio de Yepes. Irache, 1609.


A 2 de julio además se celebra a San Juan Francisco Regis, jesuita.