Santos Primo y Feliciano, hermanos mártires. 9 de junio.
Estos dos hermanos eran naturales de Roma, de una familia de grandes bienes y riquezas, pero pagana. Se convirtieron a la fe de Cristo por la predicación del papa San Félix I (30 de diciembre), aunque no confesaron su fe públicamente para mejor dedicarse a socorrer a los pobres y perseguidos por Cristo con sus propias riquezas. Visitaban a los pobres y enfermos, a los cristianos presos, fortaleciéndoles en la fe. Esta actividad apostólica les delató como cristianos, pero por su alcurnia les dejaban pasar por alto mientras no se declarasen cristianos públicamente.
Eso fue hasta finales del siglo III, cuando subió al trono Maximiano como co-emperador de Diocleciano. Resolvió este emperador exterminar a los cristianos, llenando de sangre y carnicería el imperio. Eran ancianos nuestros hermanos y llevaban treinta años dedicándose al auxilio de los cristianos cuando al fin vieron los sacerdotes de los ídolos la oportunidad de librarse de ambos, que a tantos paganos convertían. Así que comenzaron a propagar que los dioses no querían dar oráculos hasta que los cristianos Primo y Feliciano fuesen castigados por su impiedad o se les obligase a ofrecerles sacrificios.
Enterados los emperadores de estas "amenazas de los dioses", mandaron a prenderlos y cargados de cadenas los llevaron a su presencia y les inquirieron: "¿Sois vosotros, desdichados, los que profesáis públicamente una religión proscrita en todo el imperio, con el mayor desprecio de nuestros dioses? Preparaos para padecer los más espantosos tormentos, o y detestad vuestra obstinación, ofreciéndoles sacrificios". Primo, que ya tenía noventa años, respondió: "No hay otro verdadero Dios sino el Dios de los cristianos, ni otra verdadera religión que la nuestra, y por conservar nuestra fe estamos dispuestos a derramar toda nuestra sangre". Enfurecieron los emperadores y enviaron a los dos santos a la cárcel, pero apenas fueron encerrados, les vino a consolar un ángel que les liberó de las cadenas. Ambos hermanos se llenaron de Espíritu Santo y clamaron a Dios: "Bendito seas Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo, que te dignas consolar a tus siervos haciendo pedazos sus prisiones, como en otro tiempo lo hicisteis con San Pedro. Pues nos has hecho la misma gracia que hiciste al Apóstol en la prisión, concédenos también la misma constancia en los tormentos".
Enterados los paganos de lo que había ocurrido, atribuyeron el milagro a encantamientos, por lo que mandaron traer a su presencia a Primo y Feliciano, a los que intentaron comprar con promesas y amenazas. Como no cedieron, los enviaron a que los sayones les despedazaran con azotes y luego les hicieran cortes en la piel, y les despellejaran con tenazas. A tal cruel tormento respondieron los santos alabando a Dios, el cual le sanó milagrosamente de las heridas. Como nada podían hacer los emperadores, enviaron a los mártires a Promoto, el cruel gobernador de Nomento, para que se hiciera cargo y les arrancara un sacrificio a los dioses. Pero los dos atletas de la fe se negaron a obedecer ante este pagano, que les mandó azotar con correas terminadas de bolas de plomo. En medio de aquella verdadera lluvia de golpes los santos oraban: "Asístenos, Señor, única esperanza nuestra; líbranos por tu gloria del estado en que nos hallamos; júntese a vuestra bondad el interés de tu santo Nombre, para concedernos el perdón de nuestros pecados. Muestra Señor, tu poder en la flaqueza de tus siervos, para que no nos insulten tus enemigos, preguntándonos dónde está el Dios de los cristianos, sino que vean tu gloria y majestad".
Viendo Promoto el valor y la alegría con que unidos defendían su fe, y hallándolos insensibles tanto a los tormentos como a las amenazas, los mandó separar con esperanza de conseguir así su intento más fácilmente. Estando a solas primero a Feliciano, le habló en tono afectuoso diciéndole: "Me admira que un hombre de tus años se obstine en querer morir en los tormentos, pudiendo pasar una vejez tranquila y sosegada. Sacrifica a los dioses inmortales, y yo te prometo el favor de los emperadores, y saldré fiador de tu fortuna". "Más me admiro yo" – replicó Feliciano – "que un hombre como tú tenga por dioses los engaños, pues mentira es la pluralidad de dioses. Aunque eres todavía joven, por mucho que vivas será un puñado de años toda tu vida, trata de asegurarte una dichosa eternidad, renunciando tus paganas supersticiones, porque no hay salvación sino en la religión cristiana: hazte cristiano si quieres ser feliz".
Irritó al gobernador aquella tan respuesta; y dio orden para que en el mismo calabozo fuese clavado en un madero, dejándole así por tres días, esperando de que le tanto dolor le haría perder la fe. Después hizo venir a su presencia a Primo y le dijo que su hermano Feliciano había reconocido finalmente que la religión cristiana era un tejido de mentiras sostenidas por artes diabólicas. Añadió que había sacrificado a Júpiter y a Hércules, y que se hallaba colmado de gracias y beneficios con que le habían honrado los emperadores. Pero a Primo un ángel le había revelado la verdad de lo ocurrido a Feliciano, por lo que constestó a Promoto: "Me sorprende la serenidad con que mientes; sé muy bien la constancia con que mi hermano toleró los más crueles tormentos, y no ignoro las celestiales indecibles dulzuras con que Dios le está consolando en este mismo momento, y espero en su bondad que me concederá la gracia de que yo no le sea menos fiel". Enfurecido Promoto al oír aquello clamó: "Tú sacrificarás a Júpiter o sufrirás lo que hasta ahora ningún mortal ha sufrido". Replicó Primo: "Yo solo sacrifico al verdadero Dios, y no a vuestro Júpiter, a quien tus mismas fábulas nos lo representan como el hombre más perverso de todos los mortales. Y por lo que respecta a tus suplicios, veremos quién se cansa primero, tú de atormentarme, o yo de padecer".
Mandó el tirano que le moliesen a palos, y que le aplicasen hachas encendidas a los golpes y llagas. En este cruel tormento levantó el santo los ojos al cielo y exclamó: "Me probaste, oh Dios, como se prueba la plata con el fuego y tus enemigos se glorían de que me han de quitar la vida, pero estoy vivo a su pesar, y publicaré tus maravillas. Eternamente seas bendito, Salvador mío Jesucristo, porque por tu poder, no siento dolor en medio de los mayores tormentos". Queriendo Promoto impedirle que cantase las alabanzas del Señor, le mandó echar en la boca plomo derretido a vista de su hermano Feliciano, a quien había mandado ya le desclavasen del madero. Se tragó el Santo aquel plomo derretido como si fuera un vaso de agua y volviéndose al gobernador, dijo: "Reconoce ya, por el milagro que acabas de ver la virtud omnipotente de mi Señor Jesucristo, y confiesa tu flaqueza en medio de tu misma crueldad: la presencia de mi hermano Feliciano confunde la mentira de que te valiste para combatir mi fe. ¿Será posible que tantos testimonios juntos no basten para que abras los ojos, y para que despiertes del letargo en que te tienen sumergido tus supersticiones?"
No queriendo Promoto oír más a los dos santos mártires, ordenó que los llevasen al circo y expusiesen a las fieras. Acudió a este espectáculo toda la ciudad. Una vez dispuesto todo, echaron al anfiteatro dos leones furiosos, que al acercarse a los dos hermanos abrazados, se echaron a sus pies como dos corderos. Echaron después dos osos aún mucho más furiosos, pero estos animales hicieron lo mismo que los leones. Asombrado el pueblo ante aquel prodigio, muchos comenzaron a gritar que no había otro verdadero Dios sino el Dios de los cristianos, convirtiéndose en el instante 1500 paganos. Ofendido Promoto con la conversión de tanta gente, y viéndose vencido por los santos hermanos, mandó les cortaran la cabeza. Así que con la santa impaciencia de ver a Dios, alcanzaron ambos santos la palma del martirio a 9 de junio de 287 (305 según otras versiones). Feliciano tenía noventa años, y Primo no era menos anciano. Los santos cuerpos fueron expuestos en el campo para que los comiesen los perros y los cuervos; pero los cristianos de Nomento los retiraron antes, y les dieron sepultura en el mismo lugar donde con la paz de Constantino se edificó una iglesia dedicada a su memoria. En 645 el papa Teodoro I trasladó las reliquias a la iglesia de San Esteban de Monte Celio, Roma.
Aunque las Actas son tardías y ficticias, con sus apologías de la fe, oraciones compuestas y tormentos indecibles, su culto está atestiguado ya en el siglo IV, en el sacramentario gelasiano. Probablemente se trate de dos mártires de distintos momentos, pero venerados en el mismo sitio a los que las Actas, escritas probablemente a raíz de la traslación, hacen hermanos carnales.
Fuentes:
-"Vidas de los Santos". Tomo VI. Alban Butler. REV. S. BARING-GOULD.
-"Año cristiano o Ejercicios devotos para todos los días del año". Junio. R.P. JUAN CROISSET. S.J. Barcelona, 1862.
A 9 de junio ademas se celebra la Beata Diana de Andallo, virgen dominica.