San Miguel de los Santos, presbítero trinitario. 8 de junio y 10 de abril.

Infancia.
Nació Miguel en Vich, el 29 de septiembre de 1591 y fue bautizado al día siguiente con los nombres de Miguel José Jerónimo. Su padre se llamaba Enrique Argemir y su madre Margarita Mitjana. Su padre fue Notario de la ciudad y conseller dos veces. Tuvieron varios hijos de los cuales algunos murieron en la infancia. Fue despierto a la piedad y la religión y por ello, con solo cuatro años se escapó a la montaña Montseny para hacer vida eremítica junto con dos amiguitos, aunque uno de ellos regresó a mitad de camino, temeroso del castigo de sus padres. Llegados Miguel y su amigo a un descanso de la montaña, tomaron posesión de una cueva y plantaron una cruz. El niño que había vuelto avisó a los adultos que ya estaban asustados y a la montaña se fue Enrique a buscar a su hijo. Al ser inquirido, Miguel respondió que por la Pasión del Señor y para consolarle, se había ido a la montaña. Le preguntó su padre como pensaba alimentarse allí, y Miguel le respondió que Dios ya le proveería. Te abrazó con cariño su padre, entendiendo que tenía un santito por hijo, pero se lo llevó consigo de vuelta a casa.

Por estas fechas falleció su piadosa madre, quedando con su padre y sus hermanos. Ya que no podía ser ermitaño, el niño Miguel comenzó a ejercitarse en la castidad, la pobreza y la penitencia. Y cuando era reprendido por ello, se las ingeniaba para ayunar o disciplinarse sin que fuera notado por sus mayores. Sobre los siete años intentó de nuevo la aventura del desierto con otros dos amigos, pero estando de camino, fueron avisados por tres ángeles, que les dijeron que volviesen a casa y se santificasen en ella. Era Miguel muy devoto de San Nicolás de Bari (6 de diciembre y 9 de mayo, traslación de las reliquias) a quien los estudiantes de Vich se encomendaban, como lo hizo Miguel más de una vez para obtener buenos resultados en sus estudios, como ocurrió desde pequeño, cuando se acercó a las letras. El 2 de noviembre de 1602, teniendo Miguel once años, murió su padre, encomendando a los hijos que nunca abandonasen la piedad y que fueran muy devotos de la Santísima Virgen María. Apenas falleció tuvo el niño la revelación de que su padre padecería poco purgatorio. Los niños fueron encomendados a los tutores Juan Taraval y Miguel Colamada, que les trataron bien. Juan pasó a casa de Taraval.

Religioso, sí o sí.
Cuando Miguel, ya adolescente, fue preguntado sobre el destino que quería dar a su vida, respondió que quería ser religioso. Su hermano mayor, Agustín, no lo consintió y en secreto visitó los conventos de la región, advirtiendo a los superiores que no lo admitiesen, pues no tenía permiso para ello. Mientras, el niño se preparaba para algún día poder ser religioso, pero los Taraval, por miedo a que enfermase, le prohibieron sus ásperas penitencias, como dormir sobre sarmientos o en el suelo. Se las apañaba para hacerlo, pero le reprendieron ásperamente y por obedecer, que tiene más mérito, no lo hizo más. Con los ayunos, otro tanto; como no le permitieron ayunar, entonces pasó a comer lo peor, lo que desechaban los demás. Además, todo lo que podía lo daba a los pobres. También se preocupaba de los pecadores, por los cuales rezaba todos los días a San Onofre (12 de junio), famoso convertido.

Taraval lo colocó de dependiente en casa de unos amigos, enviándole, además, a vivir allí. La mujer del comerciante pronto le tomó afecto y le quería y se edificaba con la piedad del niño, al que más de una vez vio absorto en oración en la oscuridad de la bodega de vino. También le quiso mucho Catalina Campana, amiga de la familia que había tomado a su cargo a Magdalena, la hermana del santo, luego de la muerte de la madre. Esta señora lo llevó consigo a una granja para que holgase un poco, pero el niño lo primero que hizo al llegar era procurarse palos y piedras sobre las que dormir para penitenciarse. Con esta mujer visitó un día el convento de los Franciscanos Observantes, y aprovechó un descuido de ella para pedir el hábito, pero los frailes, advertidos por Agustín, se lo negaron. Esa noche le oyeron quejarse en oración con el mismo San Francisco de Asís (4 de octubre, 17 de septiembre y 25 de mayo, traslación de las reliquias). Al poco tiempo se le apareció su padre, que le conminó a ser religioso para que pudiera ofrecerle sufragios y sacarle del purgatorio. Ese mismo día se fue al convento de los Carmelitas Calzados y tanto rogó, que los frailes le admitieron con la condición de que esperase un año y mientras sirviera como monaguillo en los oficios. El tutor Colamada montó en cólera al saberlo, por considerarlo una humillación (este tipo de servicios lo hacían niños pobres a cambio de estudios o unas monedas).

Visto que los hombres no le permitían ser religioso, Miguel huyó a Barcelona luego de encomendarse a la Santísima Virgen. Luego de un duro viaje se fue al convento de los Trinitarios Calzados, los cuales luego de oir sus esfuerzos por seguir su vocación, le dieron el hábito, aunque no de inmediato, pues antes de los doce años era imposible. Mientras, los familiares, viendo que nada habían podido hacer y se contentaron con saber que estaba bien. Al cabo de un mes, viendo el superior las prendas del niño, su obediencia, pureza, caridad y penitencia, decidió saltarse las normas y le dio el hábito, que Miguel recibió con alegría, añadiendo desde entonces a su apellido Argemir el "de los Santos". De novicio fue ejemplar y pronto aprendió todas las reglas y costumbres de la Orden y era muy observante. Era amigo de disciplinarse frente al altar de Nuestra Señora del Remedio (8 de octubre), la patrona de la Orden a la que enseguida tomó afecto.

Trinitario descalzo. Gracias espirituales.
En 1606 fue enviado al convento de San Lamberto de Zaragoza, para que pudiera terminar sus estudios de Humanidades, pero había en Miguel un deseo oculto: pasarse a la reforma descalza de los trinitarios, iniciada por San Juan Bautista de la Concepción (14 de febrero). Temía profesar no poder pasarse, pero una vez solventada esta cuestión, hizo sus votos solemnes el 30 de septiembre de 1607 en Zaragoza. A los dos meses conoció al trinitario descalzo Manuel de la Cruz, de paso por Zaragoza, que se negó a llevárselo consigo, por no hacer oprobio a los calzados que le habían acogido. Así que en enero de 1608 abandonó Zaragoza y se fue a Pamplona, donde tomó el hábito descalzo a 28 del mismo mes. Pasó a Madrid, a hacer el noviciado descalzo en Alcalá, donde profesó en fecha desconocida. Como era costumbre, dejó de usar definitivamente su apellido y quedó simplemente con "de los Santos".

Una vez profeso le enviaron a Solana a formarse. Allí, como en todos los sitios por donde pasaba, causaba admiración por su austeridad de vida, su oración constante y su obediencia puntual. Era ejemplo para todos y le querían por su humildad y sencillez. Nunca comió carne, ni siquiera los días en que la regla descalza lo permitía. Una vez que, por obediencia, tomó un caldo de carne, se sintió muy triste y dijo a todos "Dios no me guía por este camino". Tenía permiso para comulgar más días que los demás, pues el Sacramento del altar era su gran amor y consuelo. Hablar del cielo y la vida de los santos en el paraíso le inflamaba el corazón de tal manera que quedaba en éxtasis, o corría a la iglesia a postrarse ante el Sacramento rendido de amor. Incluso una vez saltó dos tapias enormes como si volara, para estar a solas con su Amado. Cuando le buscó el superior, le halló de rodillas y con los brazos abiertos, abierto el hábito y el pecho hinchado y encendido, y su corazón visible desde fuera, como si no le cupiera en el cuerpo, de tanto amor que vivía con Cristo. Otros arrebatos de amor le daban, y no podía reprimirlos como algunos religiosos le pedían. Su grito "Hermanos, amemos a Dios" era constante, y siempre en medio de estos raptos de amor. Los mismos ímpetus que se leen de Santa María Magdalena de Pazzi (25 de mayo) o de San Felipe Neri (26 de mayo).

El intercambio de corazones.
En 1610 fue su espíritu fue examinado por el célebre y santo trinitario padre Mata, el cual luego de varios meses dictaminó que no había engaño, ni demonio en los sucesos místicos del joven Miguel. Y aún más, predijo que sería una de las glorias más sonadas de la Orden en España y el mundo entero. Por estas fechas tuvieron Miguel y Cristo su matrimonio espiritual, sellado con el fenómeno místico conocido como "intercambio de corazones". En este grado de unión, Cristo toma todos los afectos, preocupaciones y deseos del alma y las hace suyas, purificándolas definitivamente, y pone sus intenciones, amor y todo Él en el corazón del agraciado. Para el alma ya no hay más afectos, ni consuelos, ni otra cosa que no sea amar a Cristo y por Él a los demás. La salvación de las almas, el que se conozca a Cristo y su misericordia lo llena todo. Este fenómeno se lee también de otros santos como Santa Margarita María (16 de octubre), Santa Teresa (15 de octubre y 26 de agosto), Santa Catalina de Siena (29 de abril y 1 de abril, impresión de las llagas) o Santa Lutgarda (16 de junio). Además que Miguel lo confió a su confesor, que lo contaría luego de la muerte del santo, este portento le fue revelado a una terciaria trinitaria de Sevilla, que contempló como Cristo cambiaba su corazón herido por otro que resplandecía como cristal, y el Señor le explicaba que "he cambiado mi corazón con el de Fray Miguel, porque nos amamos mucho y es una misma cosa conmigo". Es en vano decir que luego de esta entrega mutua de corazones, Miguel buscó más aún el silencio y la oración y su caridad con los demás se hizo más exquisita. En alguna ocasión se inflamaba tanto en la oración, que los frailes pensaban que ardía su celda, del calor y luz que salían de ella.

Estudiante y presbítero.
También en 1610 fue enviado al convento de Baeza a estudiar la filosofía, donde pronto destacó además de su virtud, por su aplicación, inteligencia y excelentes resultados, obteniendo muchas veces obtenía premios por ellos. Los éxtasis continuaron y su amor por el Sacramento se vio recompensado por la comunión frecuente, que los superiores le permitieron. En 1612, cursada la filosofía con gran éxito, Miguel fue enviado a Salamanca para estudiar la teología. Allí tampoco su corazón pudo estarse quieto y en una lección sobre la Encarnación del Verbo, entró en éxtasis y quedó de pie solo apoyado con la punta de los pies durante unos 15 minutos, con gran confusión del santo al volver a los sentidos, pues no quería ser reconocido ni alabado por nadie. Otro éxtasis público tuvo en Carnaval, cuando organizó una procesión penitente con predicación de un padre, para advertir a todos los que festejaban, de la vanidad del mundo, los vicios y el peligro de condenarse en el que caían en dichas celebraciones. Predicaba el padre cuando Miguel miró un crucifijo y casi volando se acercó y quedó mirándole fijamente sin pestañear, extático. No consta cuando recibió el Orden sacerdotal, Miguel, pero cuenta su primer biógrafo que no quería ordenarse por no considerarse digno de tocar con sus manos al Señor. En una ocasión le preguntó su superior sobre cómo se preparaba para celebrar la misa, Miguel le respondió que vivía preparado siempre para agradar al Señor y celebrar su Sacrificio, extrañándose que hubiera alguna preparación especial.

Ya sacerdote le enviaron de nuevo a Baeza, donde alcanzó de Dios algunas gracias para el convento, como limosnas inesperadas, multitud de bienhechores, etc., que fueron una bendición para la casa, siendo como era un convento pobre. Predicaba casi siempre de las postrimerías, de cómo se debía odiar el pecado y las vanidades del mundo. En el púlpito también quedaba en éxtasis al mencionar el nombre de Jesús o un misterio del Señor, elevándose en algunas ocasiones hasta la altura de la barandilla del púlpito. Celebrando la misa igualmente quedaba absorto, contemplando el misterio que celebraba. En una ocasión quedó con la mano sobre una vela y se le quemó sin que notara nada. Las misas solían ser larguísimas, por sus arrobamientos, pero nadie quería perdérselas, pues durante ellos, algunos recibían gracias como la conversión, la salud o solución en negocios.

Su predicación y ejemplo logró varias conversiones muy sonadas, por ser gente principal, que debía dar ejemplo y que vivía alejado de Cristo. Sus mortificaciones aumentaron y se hicieron más dolorosas, como estar cerca del agua cuando se había prohibido beberla. Se imponía ceniza en la cabeza, aparecía en el refectorio con una cuerda al cuello y cilicios en la frente, suplicando perdón y misericordia a los demás religiosos. En una ocasión llevaba tantos instrumentos de penitencias, que el superior hubo de prohibirle la más mínima penitencia fuera de la Regla sin su consentimiento. Pero sufrió tanto por aquella prohibición, que enfermó y le fue levantada la prohibición, dándole alas para penitenciarse. A razón de tanta penitencia su cuerpo lacerado comenzó a oler tan mal, que los religiosos se quejaron y de nuevo el superior le pidió aliviase sus penitencias y curase sus heridas. Oró fervientemente Miguel al Señor y desde ese día su cuerpo comenzó a oler maravillosamente, aun bálsamo que nadie podía identificar. Y no solo él, sino su celda, su sitio del coro y las cosas que tocaba.

Pero si en algo son probados los santos es en la persecución: dos religiosos de vida impura fueron reprendidos por el provincial en una visita. Los dos, pensando que Miguel les había delatado, le calumniaron ante el prelado, acusándole de criticarle a él y a otros prelados, de creerse más santo y por ello digno de gobernar la Orden. El provincial le interrogó y Miguel contestó humildemente: “Capaz soy de hacer cosas peores si Dios me abandonase”. Calló ante las acusaciones y el provincial tomó el silencio como aceptación de la culpa, por lo cual le condenó a ser encarcelado. No duró mucho el inmerecido castigo, sino cosa de un mes. Cuando se supo la verdad, no solo no recriminó a los superiores, sino que abrazó a sus calumniadores y cuando fueron separados y enviados a otros conventos, les escribía con afecto, como hermanos en Cristo que tanto le habían ayudado a merecer.

Tantos portentos y ejemplos, dieron lugar a que en Baeza le venerasen como santo, y muchos quisieran confesarse con él y oír sus sermones. Estar cerca suyo, al menos tocarle la capa o el escapulario ya era tenido por una bendición por parte de muchos. Le llamaban a poner paz, a atender enfermos, bendecir niños y sobre todo le abrían su alma, siempre saliendo los penitentes mejores de cuando llegaron a él. A no pocos devolvió la salud con bendecirles u orar por ellos. Por ello no es de extrañar que a los 27 años le nombraran subprior o vicario del convento de Baeza. Por esta época asesinaron a su hermano Agustín, cosa que el santo supo por revelación. En mayo de 1622 le enviaron como prior a Valladolid, aunque por humildad él intentó negarse a aceptar cargo alguno, pero finalmente tuvo que obedecer. Los de Baeza intentaron retenerle y luego que le trasladaran de vuelta, pero el cardenal y Duque de Lerma, que ya se le había aficionado escribió al General de la Orden para que de ningún modo lo apartase de su lado en Valladolid. En esta ciudad obró también varias conversiones, como la de Don Juan de Alano, que era un noble de vida escandalosa que al convertirse tomó el hábito cartujo con admiración de todos. También sanó de fiebres a un amigo que tenía que ganar un pleito, tomando él mismo las fiebres hasta el día de Navidad, en que dijo que ese mismo día se le quitarían.

Muerte y veneración.
Miguel predijo su muerte en varias ocasiones, pues siempre decía que moriría a la misma edad de Cristo, a los 33 años. El 1 de abril de 1625, Lunes de Pascua, cayó enfermo de fiebres, que resultaron ser consecuencia de un tabardillo. Hasta el día 8 no vieron los médicos gravedad, pero el santo sabía que se moría, y por ello se mostraba muy alegre, a pesar de los dolores y malestares. No se quejaba, no pedía alivio, solo se lamentaba de no amar a Jesús lo suficiente, decía. El día 8 de abril le dieron el viático, luego de pedir perdón a todos sus religiosos. El día 9 tuvo varias visitas, les bendijo y rezó por ellas. Recibió la extremaunción y quedó en silencio. Entrado el día 10 de abril, a la una de la mañana dijo las palabras "Creo en Dios, espero en Dios, amo a Dios. Señor, me pesa en el alma de haberos ofendido", y expiró en medio de un éxtasis, quedando con el rostro resplandeciente y el cuerpo con un suave olor.

Desde esa misma hora comenzó a llegar la gente al convento, y a la mañana siguiente la iglesia estaba repleta de devotos del frailecillo, que esperaban venerar su cuerpo. Se dice que la gente lo supo tan pronto porque la campanilla del convento usada para los difuntos se oyó más allá de la ciudad, a cientos de kilómetros en derredor. Así que hubo que trasladar el cadáver desde la capilla conventual a la iglesia. El afán de reliquias se nos dice que fue bastante grotesco pues llegaron a arrancarle uñas y cabellos, amén de trozos del hábito. Con tanto concurso de gente, hasta las cinco de la tarde no se dispuso el entierro, aunque antes hubo que enseñarlo al pueblo tres o cuatro veces. Los frailes fueron arrastrados por el gentío y solo los cuatro que llevaban el ataúd y los guardias que ponían orden llegaron a la sepultura. Y llegados a esta, tres días hubo que dejar el cuerpo en la tierra, para satisfacer a los devotos. En estos tres días el cuerpo continuó flexible, con los ojos resplandecientes y oliendo maravillosamente. El pintor Diego López aprovechó para hacerle un retrato. Los funerales se celebraron el día 19 y algunos lo celebraron como una novena, pues le consideraban santo, y muchos alcanzaron gracias por su intercesión. El 23 de abril colocaron el féretro en el muro de la iglesia conventual. En 1681 se hizo un reconocimiento de los restos y se halló el cuerpo incorrupto, solo tenía la nariz algo dañada. Su cuerpo se venera en la misma iglesia, diocesana desde la Desamortización. Su casa natal de Vich fue convertida en iglesia y allí se venera uno de sus huesos.

Muchísimos milagros y apariciones del santo se cuentan en los procesos del santo, con vistas a la beatificación, que llegó el 2 de mayo de 1779. El 22 de agosto de 1841 Gregorio XVI aprobaba los dos milagros para la canonización, que llegó el 8 de junio de 1862. La fiesta del santo se celebró en origen a 10 de abril, hoy es a 8 de junio, coincidiendo con su canonización. Es abogado contra los tumores, el cáncer y las fiebres. Además, es patrono de los noviciados trinitarios.


Fuente:
-“Vida de San Miguel de los Santos”. Fr. ANSELMO DE SAN LUIS GONZAGA. OCD. Madrid, 1862.

A 8 de junio además se celebra a San Maximino de Aix, obispo.