Santa Julia de Córcega, virgen y mártir. 22 de mayo.

Aunque su sobrenombre sea "de Córcega", Julia nació en Cartago, ciudad del norte de África, profundamente cristiana en el momento de su nacimiento: principios del siglo V. Julia nació en una familia cristiana y noble. Fue educada en la piedad y los rudimentos de las letras, y como toda mujer del momento, para ocupar algún día su puesto como madre de familia. Y así habría sido, quien sabe, si en 439 Genserico, rey de los vándalos, arriano y enemigo de los católicos, no hubiera invadido Cartago, cometiendo grandes crueldades. Las iglesias y palacios fueron saqueados y robado todo lo valioso. Y todo el que se oponía a ello, era asesinado en el acto.

La familia de Julia, como todas las nobles, fueron sometidas a la persecución. Algunos murieron, y otros fueron vejados públicamente. Las mujeres nobles jóvenes y bellas fueron vendidas como esclavas a mercaderes, que pagaron precios altísimos por ellas. Entre ellas estaba Julia, que fue comprada por un pagano llamado Eusebio, que la llevó consigo a Siria. Allí se vio sujeta a trabajos, humillaciones y tristezas sin fin. Solo su fe en Cristo la sostenía en medio de la desolación de servir a un amo idólatra. Por su silencio, abnegación y prontitud a trabajar, Eusebio pronto comenzó a considerarla, llamándola "la mejor de sus posesiones". Por este aprecio que le tenía su amo, Julia logró que le permitiera vivir libre y públicamente su fe cristiana, solamente no le permitió ayunar, para que no se debilitara más. Luego le permitió ayunar los sábados y domingos. Tenía ratos libres para hacer oración y podía vestir con total modestia y mejor que otras esclavas. Tanta vida virtuosa en medio de la esclavitud hizo que su amo admirara la fe cristiana, aunque no la profesara.

Pasó Julia algunos años en esclavitud cuando Eusebio tuvo que hacer un viaje de negocios muy provechoso a la Galia. Como Julia le ayudaba constantemente, se la llevó consigo. Arribó el barco a Córcega y cuando desembarcaron, supo Eusebio que en aquellos momentos se celebraban en la ciudad grandes festejos a sus dioses paganos. Se fue Eusebio al templo, compró un toro y lo sacrificó en aras de la buena solución de sus negocios, y luego se sumó a los festejos con la plebe. Julia había quedado en el barco, a cargo de cuidar las posesiones de Eusebio. Subieron al navío unos soldados de Félix, el gobernador de Córcega, los cuales vieron a Julia y preguntando por tan bella joven, unos marinos les dijeron "es una joven cristiana, esclava". "¿Y por qué no celebra a los dioses con su amo?", preguntaron los soldados (los esclavos debían participar en los sacrificios hechos por su amo).  Los marinos respondieron que como todo cristiano, trataba a los dioses de demonios, de falsos y a sus festejos como supersticiones vanas. Informaron los soldados a Félix de aquella joven que eludía sacrificar a los dioses y Félix, un pagano devoto  muy celoso de sus dioses, mandó llamar a Eusebio. Este la defendió diciendo a Félix: "esa doncella cristiana es esclava mia, de quien jamás he podido conseguir que mude de religión por más que he hecho. Pero en lo demás es de costumbres irreprensibles, me sirve grandemente, y me tiene hechizado con su modestia. Ella es la que gobierna mi casa, y cada día admiro más su fidelidad". Félix ordenó a Eusebio quela obligara a sacrificar a los dioses o que la matara, pero este replicó: "Ni a una cosa ni a otra me atrevería, y lo mejor que podemos hacer es dejarla en paz". "Pues vendémela" – replicó  Félix – "yo te daré por ella todo cuanto me pidas. Y si no quieres dinero, escoge entre todas mis esclavas aquellas cuatro que más te agraden". Eusebio, molesto, le contestó: "Todo cuanto tienes no vale lo que ella merece, y antes perderé yo todo cuanto tengo que perderla a ella".

Ya que vio Félix que era imposible obtener a Julia, fingió desistir y urdió una treta: organizó un banquete e invitó a Eusebio. Cuando este estaba borracho perdido y dormido, mandó traer a su presencia a Julia, a la cual dijo: "No temas, hija mía, que se pretenda hacerte algún agravio. Estoy informado de tu virtud, y no merecen tus prendas que gimas por más tiempo en el indigno estado de esclava, y quiero asegurarme de tu futuro.  Solo te pido que en agradecimiento me acompañes al templo a cumplir con tus devociones. Si sacrificas a nuestros dioses, yo pagaré a tu amo tu rescate. Como libre que serás, si quisieras vivir en nuestra isla no te faltará un esposo digno de tus prendas y de tu persona, y si quisieras ir otra parte, yo pagaré todo lo que necesitares". Julia respondió que ya se sentía libre solo por ser sierva de Jesucristo. Estaba contenta con su estado, y que no pretendía más fortuna que la vida eterna. Y añadió: "pero, con respecto a ese culto que me propones, ten seguro que el horror con que contemplo tus supersticiones me hace estremecer al oír tu proposición. Soy cristiana, y mi mayor dicha será perder la vida por mi Señor Jesucristo".

Irritado Félix, la mandó abofetear y con tal saña, que manó sangre de la boca de Julia, que exclamó: "Mi dulce Salvador fue primero abofeteado por mí; gran dicha es la mía ser también abofeteada por Él". Félix fuera de sí, mandó la colgasen de los cabellos, y la moliesen a palos. Siendo atormentada así, Julia clamaba: "Seas mil veces bendito, amable Salvador mío, por la insigne gracia que concedes a tu sierva. Dichosa soy si merezco tener alguna parte en tus dolores". Como veía Félix que pasaban las horas y a pesar de afeitarle la cabeza, cortarle los pechos entre otros tormentos, Julia no se doblegaba, comenzó a temer que Eusebio despertase de su borrachera, así que mandó la crucificaran con rapidez. Al oírlo la santa, suspiró: "Siempre he deseado ardientemente, oh amado Salvador mío, dar la vida por ti, pero nunca me atreví a desear darla en un madero a imitación tuya, divino Maestro. Dígnate, Señor, a admitir el sacrificio que te ofrezco, y ten misericordia de estos pobres ciegos perdonándoles mi muerte". Y fue crucificada, para al punto, expirar, sin padecer colgada en la cruz, el 22 de mayo de 450. En el mismo momento en que murió despertó Eusebio, que en vano se quejó y amenazó a Félix, pues ya Julia había volado al cielo. Este tormento trajo tal terror a los paganos que lo contemplaron, que muchos se alejaron de prisa y lamentando el espectáculo de injusticia que habían visto. 

Quedó Julia colgada de su madero hasta que dos ángeles aparecieron a dos monjes de los que habitaban la isla Margarita, y les encargaron retirasen de la cruz el santo cuerpo de la mártir. Otra versión dice que el mismo Eusebio mandó buscar a monjes cristianos para que la cuidasen ellos. En fin, que fueron los monjes y tomaron el cuerpo, y con palmas de victoria y cantando el salmo 125 ("Euntes ibant et flebant semen spargendum portantes; venientes autem venient in exsultatione portantes manipulos suos"). Llegados al monasterio, los monjes recibieron las reliquias con alegría, las veneraron con cariño y labraron un bello sepulcro de mármol donde reposaron hasta 763, en que el rey Didier Lombardía, las trasladó a Brescia, capital de su reino. Las depositó en el monasterio benedictino de donde era abadesa su hija Santa Angelbergis (3 de enero). Cuando las monjas, en el siglo IX, reedificaron la iglesia abacial, la dedicaron a Santa Julia, lo cual habla del estupendo culto que ya recibía. Otro lugar importante de culto es donde fue crucificada, que la tradición quiere a la orilla del mar, y donde brotó una fuente milagrosa después de su martirio, y donde permanece un santuario dedicado a su memoria.

Sus atributos principales son una jarra, que evoca su condición de esclava y una cruz. A veces aparece crucificada a una cruz convencional, otras a un ecúleo o cruz "de San Andrés", o simplemente atada a un árbol.


Fuente:
-"Año cristiano o Ejercicios devotos para todos los días del año". Mayo. P. Jean CROISSET. S.J. Barcelona, 1862.