Santa Catalina de Bolonia, virgen clarisa. 9 de marzo y 9 de mayo.
Infancia. Doncella y artista.
Nació Catalina en Bolonia, el 8 de septiembre de 1413. Fue hija de Juan Vigri de Ferrara y de Benvenuta Mammolini, pertenecientes a ilustres familias de Bolonia. Eran cristianos piadosos y su padre brillaba por su justicia y caridad en los asuntos públicos que tenía a su cargo en la ciudad, así como en su labor de jurista. La noche antes de nacer Catalina, la Santísima Virgen se le apareció y le reveló que que tendría al día siguiente una hija "cuyas virtudes y ejemplos resplandecerían como un sol en toda la Universal Iglesia". La leyenda nos cuenta que cuando nació, Catalina no lloró por modestia, y que durante tres días no mamó de su madre, manifestando el ayuno y la penitencia que practicaría de mayor. Y de hecho, en toda su infancia lloró, ni molestó, ni causó pena en los demás con los requiebros y dolencias de los demás niños. En fin…
Desde muy niña fue caritativa, y no solo repartía las limosnas que sus padres le daban cuantiosamente, sino que, además, recortaba de lo que le daban para ella, para igualmente darlo a los pobres. Como era la costumbre, de su madre aprendió los rudimentos de la fe cristiana, a asistir a misa y rezar las oraciones comunes. Y era tanta su devoción, aptitud para el aprendizaje y gusto en la oración, que en breve su madre pasó de ser maestra a ser su alumna. Muy pronto aprendió a leer y escribir, pintar y hacer todo tipo de trabajos manuales. A los cinco años bordaba primorosamente y cantaba como los ángeles. A los siete dominaba el latín, escribía y componía poemas piadosos.
A los 11 años quiso el duque de Ferrara que Catalina fuera como dama de su hija, la princesa Margarita, pero la niña no quiso separarse de su madre, y los tres se mudaron al palacio del duque. Allí no solo creció en las virtudes, sino que dio ejemplo a las demás damas y la misma princesa. Se impuso un horario de devociones y lectura espiritual, no perdía tiempo en las fiestas y juegos, sino que estudiaba las Escrituras, los Santos Padres y la fe de la Iglesia. Los libros y las devociones eran todo su gusto y aficiones. No participaba en los corrillos de chismes de las otras damas, ni permitía que caballero o paje alguno le hablase en privado. Era muy estimada y alabada por todos, aquello le resultaba una carga más que una alegría, pues lo que deseaba Catalina era ser nada estimada por el mundo. Por ello, a los 13 años comenzó a despreciar las ambiciones y posibilidades de la corte, queriendo consagrarse a Dios en la vida monástica. Lamentaba separarse de la princesa, pero esta misma le allanó el camino en 1426, comprometiéndose con Roberto Malatesta, señor de Rímini. Salió la princesa de Ferrara y dio libertad a sus damas para que volvieran con sus familias. En ese ínterin Juan Vigri falleció y Catalina quedó sola con su madre. Cuando la había acompañado un tiempo, manifestó Catalina a su madre su deseo de consagrarse a Dios en algún monasterio. Su madre primero se sintió triste, pero luego aceptó la voluntad de Dios sobre su hija. Algunos parientes se opusieron a aquello, y quisieron comprometerla, pero Catalina se mostró inflexible sobre su vocación y la dejaron en paz.
Vida religiosa. Revelaciones y tentaciones.
Había en Ferrara un beaterio de terciarias agustinas fundado por Lucía Mascaroni, en el que se recogían jóvenes deseosas de vivir en la virtud. Vestían en su traje seglar y educaban a las niñas o las jóvenes en la piedad, por lo que popularmente llamaban "el Colegio" al beaterio. Allí entró Catalina en 1426. Aunque era de noble cuna, se puso al servicio de las demás, era humilde y paciente con las groserías o maneras bastas de algunas. Era obediente, gustaba de hacer oración siempre que podía y, con discreción, aumentó sus penitencias. En este ambiente tuvo su primera revelación: vio a Dios airado, ante el cual rogaban la Santísima Virgen y los Apóstoles que imploraban misericordia en su justo juicio a las naciones. Esta visión configuró su vida espiritual, lanzándola a un apostolado de víctima por la humanidad, de consolación y reparación hacia Dios. A esta visión terrible, siguió otra en la que Cristo la consolaba diciéndole que con ella el juicio sería leve y de misericordia. Y no fue la única, pues tuvo varios consuelos del cielo. Hasta un día en que comenzó su sequedad espiritual, que ella llamaría "desolación de espíritu", en la que las tribulaciones y trabajos parecen mayores aún, la gracia parece faltar y solo la fe a pesar de todo, sostiene al alma.
A esto le acompañaron tentaciones sobre su vocación religiosa, golpes a la humildad y tentaciones sobre la fe, las verdades católicas o la eficacia de su oración. Redoblaba los actos de fe, esperanza y caridad, pero se sentía seca por dentro. Tuvo también visiones demoníacas en las que el diablo se le presentaba como Cristo, y con ardides la empujaba a desfallecer en las virtudes. O al contrario, la alababa y demeritaba a sus compañeras, tentándola con la soberbia. Para colmo, a esto se sumaban las faltas de caridad, las envidias y los rumores de sus compañeras, que creían que Catalina se sentía superior a ellas. Cinco años duró en este estado, en los que salió victoriosa de las tentaciones y del desánimo: la última tentación fue blasfemar contra "un Dios tan injusto que la afligía así, sin misericordia". Contestó Catalina al demonio: "primero perderé mil vidas, que cometer tan execrable pecado contra mi dueño: y así apártate de mí, consejero maligno". Con estas palabras, se hizo la luz en su alma, y conoció por revelación que toda su angustia y sequedad no era más que tentación, que Dios la había sostenido siempre y que la Virgen había sido su valedora. Habiendo purificado sus virtudes en la tentación, Dios comenzó a regalarla con gustos y consuelos en la oración.
Vocación franciscana.
En aquel tiempo fundaron los franciscanos menores en Ferrara, y se convirtieron en directores espirituales y confesores del beaterio-colegio. Este trato llevó a la resolución de convertir el beaterio en un monasterio de monjas clarisas. Catalina fue la más entusiasta de este proyecto, y supo contagiar a sus compañeras del deseo de vivir la primera Regla de Santa Clara (11 de agosto y 23 de septiembre, Invención de las reliquias). Alguna lo acogió con temor y una de ellas, de nombre Ailisa se dedicó a hacer la guerra al proyecto por medio de calumnias y rumores sobre oscuras intenciones de los frailes, soberbia de Catalina. Pero ocurrió que murió la dueña de la casa, tía de Lucía Mascaroni, y dejó a esta como heredera de todos sus bienes, a cambio de que fundase un monasterio con la regla agustiniana. Luego de consultas a prelados, Lucía determinó continuar con su intención y la de Catalina, de hacer monasterio donde ellas mismas profesaran la regla de Santa Clara. Y así lo había determinado, cuando Ailisa se levantó contra ellas por medio de juristas y nobles, clamando contra Lucía por no cumplir la última voluntad de su tía. Nobles y prelados no veían bien aquello, pues la tía no hablaba de transformar el beaterio, que ni siquiera seguiría la Regla de San Agustín, sino otra. Así que luego de un pleito, Lucía se vio inexplicablemente despojada de sus bienes y Ailisa quedó como custodio de los mismos hasta se realizase el monasterio pedido por la ya difunta. Pero intervino el obispo, que anuló la sentencia y mandó devolviesen a la beata Lucía, que estaba su jurisdicción, todos sus bienes, ya que era heredera legal. Y confirmó que no había inconveniente en cambiar de regla a seguir, siendo que la de Santa Clara era más austera que la agustiniana. Así que Ailisa y las suyas salieron del beaterio y se volvieron a sus casas, echando maldiciones. Y la leyenda dice que, una a una, fueron cayendo muertas de la peste.
Así que luego de los trámites pertinentes, en 1432 vistieron el hábito de las clarisas, aunque Lucía vistió el hábito de las agustinas, para en algo guardar la voluntad de su tía. Instruidas en los usos y costumbres franciscanos por algunas clarisas de Mantua, se inició la vida conventual. En 1433 Catalina profesó sus votos y redobló sus ritmos de oración y penitencia. Tuvo relación con los grandes reformadores franciscanos San Bernardino de Siena (20 de mayo), San Juan de Capistrano (23 de octubre) y otros venerables frailes, los cuales le encaminaron por la senda franciscana de la alegría, y la pobreza y la humildad.
Virtudes y milagros.
Esta última virtud era su preferida, pues la veía como fuente de todas las demás. Se llamaba a sí misma "la perrilla de la casa", considerándose la última y la menos necesitada de atenciones. Y para serlo más, no tenía celda, sino una casilla baja y de techo de paja en la huerta. Servía a todas las hermanas sin que se lo pidieran y siempre con alegría, sobre todo a las más mandonas o cascarrabias. Elegía el sitio menos iluminado o más frío cuando hacían labores. Por su labor de panadera del convento, el calor, el humo y los vapores le fueron dañando la vista paulatinamente, llegando a no distinguir las letras del breviario. Se lo contó a la abadesa, para que tomase alguna medida. La abadesa le dijo: "pues vaya, hermana, y úntese paciencia en los ojos, que es el único remedio para sus males". Catalina respondió: "Contenta quedo, madre mía. Dispuesta estoy a cegarme y morir en servicio de las esposas del Señor, porque antes que cayera el daño de este oficio sobre alguna, razonable es que fuera en mí, la más vil". Y continuó su oficio, premiándole Dios su humildad dándole mejor vista que antes. También por humildad escondía todas sus prendas de ingenio, artes y conocimientos. Aunque conocía la Escritura, jamás citó pasajes o respondió cosa alguna que dejara ver que conocía la Biblia. Algunas notas espirituales que escribía en ocasiones las quemaba, para que las monjas no la tuviesen por espiritual ni entendida en las cosas de Dios. Y claro, cuando en 1451 intentaron los prelados y las monjas que fuese abadesa, se negó con tal sentimiento de humildad que no le forzaron a ello. Este mismo año profetiza la caída de Constantinopla y del imperio de Oriente, que ocurrió en 1453.
En cuanto a la pobreza, pues baste decir que jamás tuvo hábito nuevo, sino que solo lo cambiaba cuando heredaba el de alguna monja fallecida. Y en ocasiones se lo ponía de manera desaliñada para que se burlaran de ella las monjas. Iba descalza hasta que San Juan de Capistrano se lo prohibió. Cada relajación en la pobreza, como en 1446 cuando Roma permitió que las monjas tuvieran propiedades comunes, le dolía grandemente siendo hija de Santa Clara. Siempre dirigía a las monjas ardientes palabras sobre la pobreza, su excelsitud y los peligros de relajarla. Fue obediente hasta el extremo, llamando a la obediencia "paraíso de delicias, tabernáculo de quietud, tesoro de gracias celestiales y depósito de todas las virtudes". Enseñaba con su ejemplo que la obedecer era regla suma, salvo que lo obedecido llevara a pecado o peligro de este. Y con milagros demostró la excelencia de esta virtud sobre las demás: en una ocasión se incendió la cocina, y la abadesa, para probarla, le mandó se metiera en el fuego. Obedeció Catalina y no solo no se quemó, sino que el fuego se extinguió. Estando cociendo el pan, la campana llamó a un acto de comunidad y dejando el pan allí, le echó la bendición diciendo: "a Cristo te encomiendo". A las cinco horas regresó y al abrir el horno, halló el pan con perfecto color y olor.
Fue muy paciente también Catalina con las enfermedades y dolencias que le persiguieron toda su vida. No dejaba de ir al coro por más cansada o dolorida que estuviera. Su abadesa, la Madre Tadea, una mujer firme y poco dada a la relajación, no le dispensaba jamás de tarea alguna, e incluso le daba alguna más, cosa que la santa soportaba pacientemente. Incluso en una ocasión fue casi arrastrándose al capítulo del que no había sido dispensada a pesar de estar muy débil a causa de un flujo de sangre que tenía en ocasiones. La castidad la vivió en extremo Catalina, estando siempre vigilante sobre sus miradas, afectos y ademanes. Huía del locutorio, para no ser vista ni tener que tratar con hombre alguno, y con mujeres poco piadosas, dadas a hablar de sus maridos y sus asuntos poco honestos. Fue muy devota de las almas del Purgatorio, por las que oraba y se sacrificaba por caridad. También fue portera, tarea que le costaba muchísimo, por sacarla de la oración y contemplación. Pero se consolaba pudiendo ejercer la caridad material y espiritual para con los que acudían al torno. La misma caridad sobre la que escribió hermosas palabras a las religiosas para resistir al enemigo de las almas y combatir por Cristo, intención de su obra más famosa “Las principales armas de la batalla espiritual”. Estas armas serían:
1) Diligencia para obrar el bien.
2) Desconfianza de sí mismo.
3) Confianza en Dios.
4) Meditación de la Pasión.
5) Pensamiento de la propia muerte.
6) Pensamiento del cielo.
7) Lectura de la Sagrada Escritura.
Fue nombrada Maestra de novicias, para formar las almas de las nuevas religiosas en la virtud. para estas escribió algunos tratados espirituales, donde clasifica el ascenso de las virtudes como una escalera de 10 peldaños:
1. Clausura.
2. Deseo de Dios.
3. Modestia.
4. Silencio.
5. Cortesía.
6. Diligencia.
7. Pureza de intención.
8. Obediencia.
9. Humildad.
10. Amor a Dios y al prójimo.
Revelaciones y gracias.
En 1450 su ángel de la guarda la llevó en espíritu a Roma, para presenciar la canonización de su maestro Bernardino de Siena. En la Navidad de 1452 tiene una revelación en la cual la Santísima Virgen depositó al Niño Jesús en sus brazos, a la vez que recibía grandes consuelos del cielo. Se impregnó su cuerpo de un olor celestial que las monjas percibieron al entrar al coro y que durante días podían sentir al acercarse a Catalina. El Viernes Santo siguiente, Cristo desde la cruz le revela todos y cada uno de sus dolores desde la Encarnación hasta su Resurrección, haciéndole partícipe de ellos. Su devoción al Sacramento del altar era tanta que siempre que comulgaba, su rostro quedaba resplandeciente durante horas. También le manifestó Cristo la misericordia que significa que Él dejase el Sacramento, de sus misterios y de los efectos que producía en las almas. A la Santísima Virgen amaba profundamente, y todos los días rezaba su Oficio Parvo. Igualmente le fueron reveladas por Dios las excelencias y privilegios de María, que ella bien supo trasmitir a las monjas en palabras o escritos. De San José igualmente recibió algunas gracias, por su devoción al santo Patriarca. De él, disfrazado de pregrino, recibió la reliquia de un vaso de purísimo cristal en el que había bebido la Sagrada Familia. Esta reliquia la llevó Catalina a Bolonia, tierra devota de San José, y allí ocurrieron numerosos milagros por su contacto. Santo Tomás de Canterbury (29 de diciembre) se le apareció y la consoló sobre sus escrúpulos al extenuarse luego de orar y le enseñó que no había mal en dormir y descansar.
Fundadora y abadesa en Bolonia.
Por tantas virtudes y gracias fue elegida como fundadora cuando Calixto III autorizó la fundación de nuevos monasterios. Bolonia y Cremona fueron las primeras ciudades en pedir clarisas dentro de sus murallas. Y a Bolonia se le destinó, aunque trató de rehusar esa misión, por humildad y por falta de salud. Pero Dios le reveló era su voluntad, y Catalina cejó. Bolonia mandó una delegación de clero y nobles para acompañar a las fundadoras. Y partieron de noche de Ferrara, pues el pueblo no aceptaba les llevaran “su santa”. Llegaron a la ciudad el 22 de julio de 1456, siendo recibidas solemnemente por el arzobispo, su clero, la nobleza, los gremios y todo el pueblo. Esperaban grandes bendiciones para su ciudad por tener entre ellos a tan famosa santa, era lo que pensaban. Singularmente que con sus oraciones Catalina hiciera paz entre las facciones enfrentadas por el poder.
Fundado el monasterio, se impuso la regla, la clausura y en espíritu de pobreza y desasimiento, las monjas comenzaron su labor de oración por el pueblo. En un año las vocaciones aumentaron tanto que fue necesario ampliar el monasterio. En 1459, cuando tocó elegir abadesa el Beato Marcos Fantuzzi (10 de abril), provincial de Bolonia logró que las monjas la reeligieran, cosa que pensaban hacer casi todas, vistos los ejemplos y buenos frutos de la prelatura de Catalina. Y es que la santa, si de monja era ejemplar, de abadesa lo fue más aún, pues jamás abusó de la autoridad, continuó sirviendo a todas, fortalecía, consolaba, reprendía con amor, y era la primera en observar la Regla. Fue muy aplicada al trabajo manual, la pintura y la miniatura, que llegó a dominar de manera magistral. Escribió personalmente su breviario, en latín e italiano, y lo ilustró ricamente, trabajo en el que se complacía, y para no tomarlo como afición personal, no tenía inconveniente en que las monjas lo tuvieran, lo rezaran y lo pasaran de una a otra. Además, tenía dotes para la composición métrica y musical, incluso para la danza, sabiéndose que las recreaciones de la comunidad eran alegres en Cristo.
Muerte, prodigios y reliquias.
El 25 de febrero de 1463, Catalina reunió por última vez a sus hermanas y les dirigió una fervorosa plática sobre la guarda de las virtudes. Las animó a perseverar en la caridad, en no hacer partidos ante diversas opiniones y a dejarse morir antes que faltar a la Regla. Finalmente, les reveló que Dios le había anunciado que pronto moriría. Poco después comenzaron los dolores y la agonía. Aún en esta continuó exhortando a las monjas y les prometió que desde el cielo velaría por ellas, mejor que desde la tierra. El 9 de marzo entró en la agonía definitiva, tuvo un éxtasis y luego de mirar amorosamente a todas sus monjas, pronunció tres veces el Nombre de Jesús y expiró dulcemente. Sus funerales fueron muy sentidos y acudió una multitud de devotos.
Fue sepultada en el cementerio de la comunidad, pero en poco tiempo y en vista de los prodigios que se sucedían, como la emanación constante de una exquisita fragancia desde su sepultura, o luces que se veían salir del interior, quisieron elevar sus reliquias a las dos semanas de ser enterrada. Mientras lo hacían cayó una lluvia copiosa que amenazaba inundar la tumba, pero una monja pidió a dios cesase aquella agua por los méritos de Catalina, y al instante salió el sol. Una vez desenterrada, se vio que estaba intacta, bella y sin desfigurar, y flexible. En la traslación a la iglesia la leyenda dice que al pasar por delante del Santísimo Sacramento, el cuerpo se incorporó, abrió los ojos y reverenció por tres veces al Señor allí presente. El cuerpo exudaba un óleo oloroso con el que se obtuvieron numerosas curaciones milagrosas. Lo sentaron en un trono, bajo un baldaquín, y la devoción popular fue tanta que no la volvieron a enterrar, y así, sentada y flexible permanece.
Su primera biografía escrita sobre 1469, por la Hermana Iluminada Bembi, que había compartido años de vida monástica con nuestra santa. En 1475 se imprime por primera vez su obra "Las principales armas de la batalla espiritual", que se editaría durante años seguidamente. Su obra espiritual más importante, además de la dicha, es "Rosarium Metricum", de 1452, que es una obra piadosa y teológica sobre los misterios de la Pasión de Cristo y de la vida de la Virgen María. Su espiritualidad es sencilla, de entrega y profundamente centrada en Jesucristo. En algún modo es un anticipo de la doctrina de Santa Teresa (15 de octubre y 26 de agosto) y de San Juan de la Cruz (14 de diciembre y 24 de noviembre). Después de siglos de veneración, Clemente XI la canonizó, el 22 de mayo de 1712. Es patrona de Ferrara y de Bolonia, y de los pintores boloñeses, por su afición y destreza en la pintura e iluminación. Y como la infografía se trata de dar noticias o contar hechos mediante la imagen, apoyando un texto para captar la atención y hacer más comprensible el mensaje, también podría ser la patrona de este arte.
Fuentes:
-"Chronica seraphica". Quinta parte. FR. EUSEBIO GONZÁLEZ DE TORRES. O.F.M. Madrid, 1719.
-“Santos franciscanos para cada día”. FERRINI-RAMÍREZ, Asís, 2000.