El dominico y anacoreta gerundense San Dalmacio/Dalmau Moner (1291-1341) gozó toda su vida de fama de santidad, pero no fue beatificado hasta 1721, cuando el Papa Inocencio XIII confirmó su culto. No ha sido formalmente canonizado, pero la devoción popular añadió desde siempre el "san" a su nombre y así figura en el Misal Romano y en el calendario litúrgico de la conferencia episcopal tarraconense.
Su fiesta se celebra el 25 de septiembre, aunque la orden dominica a la que perteneció y su localidad natal de Santa Coloma de Farnés lo hacen la víspera, pues fue un 24 de septiembre cuando murió.
Nacido en una familia piadosa que podía sufragar unos estudios acordes a sus demostradas capacidades, Dalmacio estudió en la universidad de Montpellier y en 1314, al volver a Gerona, ingresó en la Orden de Predicadores. Cursó la filosofía y la teología en diversos conventos dominicos y fue profesor de lógica y gramática, maestro de novicios y predicador.
"Por su virtud y fiel observancia de las normas de la vida religiosa", observa su biógrafo Donato González-Reviriego, O.P., le destinaban a conventos de nueva fundación para que sirviera de modelo a los religiosos más jóvenes.
Representación de Dalmau Moner, de autor desconocido.
Le llamaban "el fraile que habla con el ángel", porque pasaba muchas noches en oración con esa celestial compañía. Por su fama de santidad era visitado por personajes de gran relieve como su propio obispo o el infante Pedro de Aragón, hijo del Rey Jaime II.
Toda esta celebridad producía a Dalmau un profundo desasosiego, que combatía con ayunos y penitencias, tan rigurosas como abstenerse de todo tipo de bebida durante más de dos semanas. Vivía en gran pobreza: dormía en el suelo con una piedra por almohada y comía legumbres cocidas con agua y algo de pan.
Buscando aún mayores disciplinas y privaciones, recibió permiso del maestro general de la Orden de Predicadores para pasar un tiempo en la Gruta de María Magdalena en Sainte Baume [Santa Bauma], en Francia, de donde volvió solo por obediencia. Aun así, solicitó y obtuvo el vivir en absoluta soledad como anacoreta en una cueva cercana a su convento, donde vivió cuatro años hasta morir, saliendo solamente para la misa y algunos actos de comunidad.
Recibió de Dios el don de profecía y la gracia de algunos milagros, y se atribuyó a sus oraciones el triunfo cristiano en la batalla del Salado, librada contra los benimerines en 1340 en lo que hoy es provincia de Cádiz. Un enfrentamiento que resultaría decisivo para la conclusión de la Reconquista, pues acabó con toda posibilidad de nuevos ataques mahometanos para recuperar terreno.
Cuando murió, tras mes y medio sufriendo una grave disentería, se encontraban en Gerona todos los superiores de la provincia dominica para la elección de superior, por lo cual expiró en compañía de un gran número de hermanos. Las exequias fueron presididas por el obispo y su oración fúnebre la pronunció el provincial recién elegido. Sus restos se veneran en la iglesia del Sagrado Corazón de la ciudad catalana.