Beata Alejandrina de Foligno, virgen clarisa. 3 de abril.
Sobre la infancia y orígenes de esta religiosa clarisa, que padeció lo suyo por la observancia de la Regla primitiva, conocemos pocos datos: nació en Letto, en 1385. Era hija de Nicola de Letto y Torre Terre. A los 15 años profesó en el monasterio de clarisas de Santa Lucía de Sulmona, de clarisas “urbanitas” (seguían una Regla mitigada por el papa Urbano IV), junto a su prima Margarita de Filecti. Con varias monjas intentó renovar la vida monástica para poder profesar la Regla auténtica de Santa Clara. Más fidelidad al coro, menos dispensas personales, más recogimiento y adoración perpetua, asunción de la total pobreza, etc., estaban entre sus reivindicaciones.
La renuencia de la abadesa a aquellas ansias de reforma de la vida interior se mezclaron con los asuntos mundanos: sucedía que la ciudad de Sulmona estaba dividida en dos facciones, los Merlini y Quadrari, que competían por el control de la ciudad. La inquina llegó hasta el punto que los miembros de cada familia tenían prohibido permanecer en el mismo lugar que los miembros de la familia rival. Y eso se tradujo al monasterio, donde la abadesa era de los Merlini, y las Letto eran de la otra facción. Así pues, tuvo la abadesa la oportunidad de echar a las Letto: Alejandrina, la Beata Margarita (5 de septiembre), Clara e Isabel, quienes, además, eran de las “rebeldes reformadoras”. Lo mismo se dio en otros monasterios, como en las agustinas, donde expulsaron a la Beata Gema (24 de abril), de más de 70 años y que se unió a Alejandrina y las demás expulsadas, entre las que estaba su hija Margarita. También fue arrojado de la ciudad el agustino Fr. Benito Cerii, sobrino lejano de Alejandrina.
El grupo de religiosas se dirigió a L’Aquila, donde estuvieron alojadas en casa de parientes durante dos años. La leyenda dice que habiéndose fiado de la Providencia, se le apareció un ángel a Alejandrina que le reveló que era voluntad divina fuesen a Foligno, donde fundarían un monasterio observante, igualmente con el título de Santa Lucía. Obedecieron y con el apoyo del papa Martín V y de algunos parientes llegaron a la ciudad en julio de 1414. Fundaron su convento a inicios de 1425 y la Hermana Clara fue nombrada abadesa. Los frailes franciscanos no se lo pusieron fácil, pues ni los Menores ni los Observantes querían asumir la atención espiritual del monasterio tan conflictivamente fundado. Y es que eran ya cuatro los monasterios de clarisas que había en la ciudad, el primero había sido fundado en 1217 por la misma Santa Clara (11 de agosto y 23 de septiembre, invención de las reliquias), pero todos eran “urbanistas”. Finalmente, en 1427, Martín V forzó a los Observantes a ser capellanes del monasterio, a la par que confirmaba la clausura papal y la observancia de la Regla primera de Santa Clara. En 1448, varias monjas fueron a reformar el monasterio de clarisas de Monteluce, entre ellas Margarita, segunda abadesa, que dejó a Alejandrina como vicaria. A esta expedición de reforma siguieron otras, en varias ciudades y diferentes años, que consolidaron la fama virtud y la influencia del monasterio de Foligno.
Luego de 1448 (no hay certeza en el año), Alejandrina fue elegida abadesa, pero a pesar de ello, era la última de todas: elegía los peores trabajos, era la última en salir del coro, se sometía a grandes penitencias y ayunos. No buscaba la admiración, sino dar ejemplo a las religiosas, las cuales se esforzaban por vivir sumida en Dios como ella. Era insistente con las monjas sobre la conservación y acrecentamiento de las virtudes de la fe, la esperanza y la caridad, poniendo en ellas gran confianza como sustento de la vida espiritual. Y para ello, enseñaba que la obediencia era primordial, y ella misma se obligaba a ello, pues interiormente tomaba como mandato lo que era alguna petición o idea de alguna monja.
Además, como suele ser en los verdaderos místicos, era muy práctica, pues pronto proveyó al monasterio de medios propios dentro de la pobreza absoluta, para destinar la limosna recibida, al auxilio de los pobres. Fue obsequiada por Dios con varios dones místicos, como éxtasis, visiones y comprensión de algunos misterios de la fe. Algún milagro se cuenta, como hacer brotar agua de la tierra cuando empezaron a cavar un pozo. A los primeros golpes de pico se descubrió la sequedad y dureza del suelo, pero Alejandrina hizo oración y al siguiente intento, brotó un agua limpísima.
En 1458 Alejandrina falleció en olor de santidad para las monjas y el pueblo de Foligno, que pronto la invocó. No está beatificada oficialmente, pero en el siglo XVI su monasterio alcanzó la gracia de celebrar su memoria con Oficio del Común de Vírgenes. La obra “Recuerdos”, del monasterio de Foligno, una especie de crónica a la que ella misma dio inicio, la pone al nivel de la reformadora de las clarisas, Santa Colette de Corbie (6 de marzo), insertándola en el fuerte movimiento reformador franciscano del siglo XV.
Fuentes:
-“Chronica seraphica”. FR. EUSEBIO GONZÁLEZ OFM. Madrid, 1719.
-"Vite de santi e beati di Foligno". LODOVICO IACOBILLI. Foligno, 1628.