San Olegario de Tarragona, obispo. 6 de marzo.
Nació en Barcelona, en 1060, y fue hijo de Olaguer y Julia, caballero él y de ascendencia goda ella. Su padre lo introdujo en la corte de Ramón Berenguer I, conde de Barcelona, donde se educó junto a los hijos del conde. Se formó en filosofía, latín, música, artes, teología y ciencias, con vistas dedicarle a la carrera eclesiástica. A los 10 años de edad fue admitido entre los canónigos de Santa Cruz de Barcelona, a cambio de las rentas de las viñas y otras heredades que la familia poseía en Vich.
En aquel ambiente eclesial de piedad y letras, celebrando el culto divino y formándose, llegó a los 30 años, edad a la que fue ordenado presbítero por Beltrán de Barcelona. Una edad tardía, teniendo en cuenta su temprana consagración al servicio de Dios. Además, el obispo le nombró preboste del cabildo catedralicio. Pero poco duró en el oficio, pues buscando la perfección evangélica, decidió pasar a los canónigos regulares de San Agustín que vivían en el monasterio de San Adrián, y que eran fundación del mismo obispo Beltrán. Así que tomó el hábito con ellos, aun contrariando a su familia, al obispo y al mismo conde de Barcelona. Fue un canónigo ejemplar y tanto, que en 1096 le hallamos como prior de la comunidad. Pero el mandato no le gustaba, así que se fue a la Provenza, donde estaba el monasterio de San Rufo, de la misma regla. Entró como simple canónigo, pero en breve igualmente fue elegido preboste a la muerte del anciano abad.
En 1115 fue elegido obispo de Barcelona por los obispos de la provincia eclesiástica barcelonesa. Doña Dulce, esposa del conde Ramón Berenguer III influyó notablemente en este nombramiento. Ella misma le pidió la acompañara a Barcelona desde la Provenza, sin decirle para qué. Cuando Olegario llegó a Barcelona halló que le habían elegido obispo y se negó rotundamente a aceptar. Además, huyó, esperando refugiarse en su abadía provenzal, pero le alcanzaron en Perpiñan, donde le comunicaron que el papa Pascual II confirmaba su nombramiento y le obligaba aceptarlo bajo obediencia. Así fue que le consagraron obispo en Magalone, Provenza. Ya consagrado, se dedicó al ministerio de la predicación de la palabra de Dios, la asistencia a los pobres y enfermos, el gobierno justo, la observancia de los monasterios y del clero. Fue llamado a Roma en 1117 por el papa Gelasio II, pero debido a la huida de este por la persecución de Enrique V, el encuentro tuvo lugar en Gaeta, aunque Olegario primero visitó Roma y veneró las tumbas de los Santos Apóstoles. En Gatea Gelasio quedó prendado de las virtudes de sencillez, mansedumbre y caridad de Olegario, así como de sus luces para el gobierno.
Luego de 1117, “reconquistada” por los cristianos la ciudad de Tarragona, Ramón Bererguer pidió al papa que esta sede volviera a tener su merecida categoría de metropolitana, por su antigüedad. Gelasio II accedió y, además, el 21 de marzo de 1118, nombró a Olegario como obispo, dándole el palio personalmente. En 1119 participó en el Sínodo de Tolouse, presidido por Calixto III. Luego participó en el Sínodo de Reims, donde tuvo el encargo de predicar a los sinodales. En 1123 estuvo en el I Concilio Ecuménico de Letrán, que fijó definitivamente la norma del celibato sacerdotal, de la que Olegario fue acendrado defensor. Volvió a España como legado papal para las campañas contra los moros del conde Ramón Berenguer. Terminadas estas, se fue a Tarragona, donde trabajó para el pueblo de Dios, predicando, consolando, impartiendo justicia. A su obra se debe la restauración de la bellísima catedral de Tarragona. En 1129 convirtió Tarragona en un principado dependiente del conde de Barcelona, y el primer príncipe, vasallo de Berenguer, fue Robert Bordet, un caballero normando.
Luego de dejar en orden Tarragona, decidió peregrinar a Tierra Santa. Visitó Palestina, Jerusalén, Nazaret y las demás ciudades sagradas cristianas. De regreso desembarcó en Francia para saludar a sus queridos hermanos canónigos de San Rufo. Cuando llegó a Barcelona, era ya de noche, pero fue de incógnito a la catedral y hallándola cerrada, se postró ante sus puertas a orar. Algunos le reconocieron y doblaron las campanas, avisando al pueblo y clero, que le recibieron con alegría. En 1130 murió el papa Honorio II, y tras esto hubo una doble elección: Los Pierleoni y su facción de cardenales, eligieron a uno de los suyos, Anacleto II, y los Frangipani eligieron a Inocencio II. Este era conocido de Olegario desde los tiempos del destierro de Gelasio II en Gaeta, y a él reconoció como papa Olegario. Además, se reunió con él en el Sínodo de Clermont, que excomulgó a Anacleto II como antipapa. Fue Olegario el únivo obispo español presente en el Sínodo. Allí conoció a San Bernardo de Claraval (20 de agosto). Vuelto a la sede, se dedicó al gobierno pastoral, la defensa de la Iglesia y, además, su prestigio le llevó a mediar entre Ramiro II de Aragón y Alfonso VII de Castilla, que hicieron la paz en Zaragoza, estando presente Olegario.
A pesar de toda esta actividad apostólica y diplomática, Olegario tenía una profunda vida interior, que alimentaba con la penitencia y la oración. El 12 de febrero de 1136, con 76 años, cayó enfermo y sintiendo cerca su fin, se deshizo de sus propiedades en favor de la Iglesia y los pobres. Pidió a todos sus diocesanos oraran por él y se dispuso a la muerte. Recibió el viático, y pasó sus últimos días en oración y arrepentimiento. La tarde del 6 de marzo del mismo año falleció tranquilamente. Sus reliquias se veneran en la catedral de Tarragona. En 1675 el papa Clemente X confirmó su culto inmemorial. Es uno de los patronos de la diócesis tarraconense.
Fuente:
-"Nuevo Año Cristiano". Tomo 3. Editorial Edibesa, 2001.