San Roberto Belarmino (1542-1621) fue canonizado en 1930 por Pío XI y al año siguiente fue declarado doctor de la Iglesia. Muchas personas en nuestra época, especialmente en los países donde conviven católicos y protestantes, aprecian de él su ejemplo de cristiano capaz de argumentar con razones claras y convincentes y respetuoso con el adversario.

No sólo destacó como polemista de alto nivel, sino que difundió la doctrina con unos catecismos sencillos que se difundieron mucho. San Francisco de Sales, santo patrono de escritores y periodistas, se basó mucho en sus textos. Así, Roberto Belarmino se convirtió con el tiempo en el santo patrono de los catequistas y catecúmenos y de los abogados canónicos.

Sobrino de un papa, educado para la humildad

San Roberto Belarmino nació el año 1542 en Montepulciano, en Toscana. Entró en los jesuitas de Roma y fue ordenado allí como sacerdote jesuita. Llegaría a ser elegido cardenal y obispo de Capua. En la Curia romana (entonces se llamaban "las Congregaciones romanas") fue asesor para muchas cuestiones complejas del gobierno de la Iglesia. Murió en Roma en 1621.

Desde niño se sintió cercano al mundo eclesiástico: su madre era la hermana del Papa Marcelo II.

También desde niño todos vieron que tenía una inteligencia superior y una memoria prodigiosa: conocía de memoria los textos latinos de Virgilio, escribía poesía en latín, tocaba el violín y de adolescente debatía en asuntos ciudadanos. El rector de su escuela jesuita escribió de él a los 17 años: "Es el mejor de nuestros alumnos y no está lejos del Reino de los Cielos".

Su madre era sinceramente piadosa y lo educó contra la vanidad y el ansia de honores. Entró en los jesuitas precisamente porque buscaba una comunidad donde no fuera posible ser elegido obispo ni cardenal (así era en su juventud).

Sermones bíblicos y transformadores

Al ser muy culto, sus primeras predicaciones estaban llenas de citas y literatura, pero un día lo enviaron a predicar sin tiempo a prepararse e improvisó sólo con citas de la Biblia, que sabía casi de memoria. Ese pequeño sermón bíblico tocó mentes y corazones y logró conversiones, y desde entonces siempre quiso que sus sermones fueran bíblicos y transformadores, evitando erudiciones innecesarias.

Como profesor joven, se negaba a utilizar los castigos físicos que eran comunes en muchas escuelas. El líder jesuita, San Francisco de Borja, le envió a Lovaina a refutar errores de líderes universitarios, y pasó allí 7 años, apoyándose en la doctrina de Santo Tomás de Aquino.

En esa época era común debatir con cinismo, insultos, exageraciones y desprecios, también en el entorno eclesial. Pero Roberto evitaba estas prácticas y a menudo debatía sin mencionar quién era su adversario, tratando sólo los temas controvertidos. En Lovaina estudió hebreo y a los Santos Padres antiguos, y luego hizo una gramática hebrea para estudiantes que tuvo mucho éxito.

Un genio de la Apologética: libros clásicos por siglos

En 1576 le dedicaron a la cátedra de Apologética del Colegio Romano, en la Ciudad Eterna. Así preparó 4 enormes libros llamados "Discusiones sobre los puntos controvertidos", popularmente conocidos como "Las Controversias". En ellos refutaba libros de luteranos y anglicanos.

Sus respuestas eran fulminantes y atractivas: en 20 años imprimió 30 ediciones. Tres siglos después el historiador Hefele diría que fue "la más completa defensa del catolicismo que se ha publicado".

Como Roberto escribía con erudición desde la Biblia, la Patrística, el hebreo y los escritos protestantes, había adversarios que creían que él no existía, sino que era el anagrama de un equipo de sabios jesuitas que compartían pseudónimo.

En el Londres anglicano, Las Controversias fueron prohibidas, pero no siempre funcionaban bien estas prohibiciones, porque las copias ilegales circulaban y se vendían. Un librero declaró: "Este jesuita me ha hecho ganar más dinero que todos los otros teólogos juntos".

Atendió al joven San Luis Gonzaga cuando murió; le tenía mucho cariño y era su hijo espiritual.

En 1597 se convirtió en el teólogo del papa Clemente VIII que le encargó unos célebres catecismos para la gente sencilla, llamados Catecismo Resumido (para todo el mundo) y Catecismo Explicado (para sacerdotes y catequistas). En vida vio 20 ediciones de estos libros popularísimos.

Vida austera pese a ser cardenal

En 1598 el Papa le creó cardenal. Él lo aceptó por obediencia, pero vivía con austeridad, comía pan y ajo y no encendía fuego en invierno. Regalaba a los pobres los tapices de sus departamentos, diciendo: "Las paredes no tienen frío".

A los 60 años lo nombraron arzobispo de Capua, a él, que siempre fue hombre de letras, y no pastor de comunidades. Durante tres años se dedicó a aplicar las normas de Trento en su diócesis, visitar sus pueblos, exhortar al clero y fomentar la atención a los necesitados.

Después el Papa le devolvió a Roma, como asesor en casi todos los organismos de la Santa Sede. También se encontró debatiendo con el rey inglés anglicano Jacobo I sobre los límites de la autoridad del Papa sobre los príncipes cristianos.

Belarmino admitía que la jurisdicción del Papa sobre los reyes era indirecta y decía que la monarquía no era institución de derecho divino: eso no gustó al Papa Sixto V y en el parlamento de París quemaron el libro De potestate Papae, de Belarmino.

Al siguiente cónclave, la mitad de los cardenales votaron por él, pero la otra mitad, quizá por hostilidad a los jesuitas, lo evitaron, cosa que él agradeció aliviado.

En el debate con Galileo Galilei, que era amigo suyo, se limitó a insistirle que sus teorías las propusiera como meras hipótesis (de hecho, le faltaban las pruebas matemáticas y empíricas para demostrarlas). Galileo era un hombre tozudo y desafiante y no siguió el consejo.

Lea todo sobre "el caso Galileo".

Una muerte humilde y bien preparada

Sus últimos libros ya no fueron de controversias, sino espirituales, incluyendo el último, Arte de morir.

Pidió un entierro muy humilde, y de hecho apenas podía costearlo. Por ejemplo, exigió que se hicieran los funerales de noche, pero pese a eso acudió una multitud, convencida de acompañar los restos de un santo. Murió con 77 años, el 17 de diciembre, fecha que celebraba los estigmas de San Francisco de Asís, que él había introducido a través del Papa.

El proceso de beatificación se alargó tres siglos, pero la canonización fue rapidísima por impulso de Pío XI, que lo canonizó en 1930 y lo declaró doctor de la Iglesia en 1931.