San Anastasio, soldado, carmelita y mártir. 22 de enero.
Su “vita” la escribió un tal Sofronio, monje contemporáneo suyo, pero es muy legendaria, escrita a la luz del culto recibido, y de poco crédito.
Nació Anastasio en Persia, y al nacer le pusieron el nombre de Magundar, nombre que le daremos hasta que él mismo se lo cambie. Su padre era un hechicero que tenía una escuela de magia en la cual fue instruido el mismo Magundar, siendo uno de los mejores alumnos de su padre. Al hacerse un joven, pasó como soldado a la corte del rey Corroes. Allí tuvo conocimiento que este rey había capturado algo que unos creyentes llamados cristianos adoraban y tenían en gran aprecio: la Santa Cruz. Le movió la curiosidad y sabiendo que había algunos cristianos cautivos también, les pidió le hablaran de esa cruz y su significado. Estos le hablaron de Cristo, la redención y otros misterios de la fe. Llegó al corazón de Magundar este conocimiento de Cristo, dejándole intranquilo.
Conversión y vida monástica.
El rey Cosroes estaba decidido a exterminar para siempre a la Iglesia y envió su ejército a Calcedonia, y allí se fue nuestro santo y un hermano suyo, del que no sabemos nombre. Pusieron cerco a la ciudad, pero el emperador Heraclio les sorprendió, les combatió y finalmente les dejó volver a Persia a los sobrevivientes. Aprovechó Magundar la confusión para escapar junto a su hermano y ambos se dirigieron a Tierra Santa. Iba el soldado Magundar deseoso de conocer a fondo la fe cristiana y convertirse a ella. Llegado a Heriápolis entró de aprendiz de un platero persa cristiano, que por miedo al gobernador de la ciudad no le permitió bautizarse aún. Allí, curioso por las imágenes sagradas de los templos, conoció Magundar el testimonio de los mártires, y se animó más a ser cristiano. Algún tiempo después se dirigió a Jerusalén, donde continuó siendo platero junto a un cristiano que le presentó al presbítero Elías, que atendía la Basílica de la Resurrección; este, luego de catequizarle, le bautizó junto a otros persas. Era el año 620 y tenía 19 años. En el bautismo le pusieron el nombre Anastasio, ya que fue resucitado a la vida de la gracia.
Queriendo Anastasio seguir a Cristo hasta lo último, Elías le llevó a un monasterio cerca de Jerusalén, llamado San Anastasio, que había sido su fundador. El abad Justino le recibió y le dio el hábito, eliano, por supuesto. Fue hortelano y cocinero, muy piadoso y servicial con los enfermos. Fue tentado con lograr cansarse menos y curar a algunos con las artes de magia que conocía, pero venció por su fe y su obediencia. Continuó leyendo las vidas de los mártires, y deseaba ser uno de ellos. Un día tuvo la visión de que Dios le daba a beber en un cáliz lleno de vino, y entendió que se le había concedido su deseo: sería mártir. Lo contó al abad, y este le permitió ir en busca del Señor que le llamaba a tierra de tormentos.
Pasión y martirio.
Partió Anastasio, llegó a Cesarea, Palestina, donde visitó el Monte Carmelo y a sus hermanos carmelitas. En la ciudad predicó a unos magos sobre sus errores, se metió en la casa del gobernador Marcabanas, que estaba ausente, a predicar la fe cristiana, por lo que le pegaron y metieron en la cárcel tres días. Al cabo de estos volvió el gobernador y mando llamarle. Empezó el interrogatorio y la reconvención de que abandonase la fe cristiana y la profesión monástica, prometiéndole honores y riquezas. La réplica fue la burla del santo y la contrarréplica fue que le hicieron esclavo junto a otros cristianos. Encadenado por los pies y el cuello, le pusieron a trabajar acarreando piedras. Al cabo de unos meses fue llevado de nuevo al tribunal, pero le hallaron más firme aún, por lo que el juez determinó fuera azotado. Pidió le quitasen el hábito, para que no se lo rompiesen y poder seguir usándolo. Fue azotado hasta ser una llaga todo su cuerpo, y luego arrojado en la cárcel. Allí los ángeles le asistían mientras cantaba los salmos e himnos del monasterio, milagro que hizo convertirse a un prisionero judío.
Sucedió entonces que Cosroes había tenido noticia de Anastasio, su antiguo soldado y reclamó que le fuese enviado, por ser ciudadano persa. El gobernador Marcabanas, molesto por no haber podido convencer a Anastasio, le mandó dos emisarios diciéndole que si al menos no quería adorar a sus dioses, por lo menos renegara de la fe cristiana, pudiendo hacerlo en secreto, ante dos testigos, con lo cual le soltaría y le dejaría partir a vivir su vida monástica. Negado Anastasio a ello, el gobernador lo remitió a Cosroes, en Persia. Por donde pasaba, sabiendo los pobladores de su persona, salían a recibirle, agasajarle y pedirle oraciones y curaciones. Llegado a Persia, a la ciudad de Barsaloe, le llevaron ante el presidente del Consejo del rey. De nuevo promesas y amenazas, que solo acrecentaron la fe y constancia del santo. Le pusieron gruesos troncos entre las piernas, para luego atarle los pies y molerle los huesos. Así atado fue azotado con varas. Luego le ataron por una mano a un árbol, y del pie contrario le colgaron una enorme piedra durante dos horas, para desencajarle todo el cuerpo. Cansados el presidente y el rey de no poder vencer a Anastasio, ordenó Cosroes que le quitaran la vida. Dios se lo reveló la noche antes, y Anastasio lo dijo a sus hermanos de celda, para prepararse todos juntos al martirio. Al día siguiente lo sacaron junto a setenta presos, cristianos y paganos malhechores. Llegados a un río fueron ahogados y liberados los cuerpos para que se hundiesen. Fue Anastasio dejado para el final, para que viendo aquello se acobardase. Pero este estaba más animoso aún. Llegado su turno le ahogaron en el río y le cortaron luego la cabeza, que llevaron al rey Cosroes, para perdición suya. Fue martirizado el 22 de enero de 628.
Culto y reliquias.
El cuerpo de San Anastasio quedó abandonado y custodiado por los perros, que no solo no se lo comieron, sino que lo lamieron y limpiaron. A la noche, una estrella reluciente, indicó a unos monjes del cercano monasterio de San Sergio el sitio del cuerpo, estos lo rescataron y lo enterraron entre ellos. Entre los prisioneros que le acompañaban desde Palestina, y que había recogido el hábito cuando se le había quitado para flagelarlo. Este monje quería llevar tan preciada reliquia a su monasterio, pero moverse habría sido delicado. Ocurrió entonces que Siroe, el hijo de Cosroes se levantó contra su padre y lo asesinó, como había antes predicho Anastasio. Para más gloria de los cristianos, el 1 de febrero de ese mismo año entró en Emperador Heraclio en Persia, liberando a los prisioneros cristianos. El monje compañero de San Anastasio se dirigió a Heraclio, le narró le martirio del santo, y el Emperador quiso que fuera honrado como se merecía. Junto al monje se fueron al monasterio de San Sergio. Y ocurrió el primer milagro del santo, eslabón de una larga cadena: había en el monasterio un joven monje endemoniado para el cual no había exorcismo eficaz. El compañero de Anastasio lo tocó con el escapulario de este y quedó libre al instante. Sabido esto, los soldados le tomaron afecto al que había sido soldado como ellos y luego mártir. Acompañaron al monje y las reliquias del hábito del santo hasta Jerusalén, donde enseguida se hizo conocido el testimonio. Quiso el abad de Anastasio recuperar y venerar su cuerpo, por lo que envió al mismo monje con una embajada a recuperarlo. Con dolor lo entregaron los monjes de San Sergio, pues ya tenía fama de milagroso San Anastasio.
Pero no salieron las reliquias de Persia sin antes dejar testimonio de la santidad de Anastasio: Apenas partió la comitiva del monasterio, un un funcionario real pidió un trozo de las reliquias para aplicarla a un amigo poseído. La metió en un vaso con agua, se la dio a beber y en el acto el demonio le dejó en paz. Otro trozo se le dio a un médico acosado por un diablo y con solo ponerla sobre su pecho, el demonio salió huyendo. Ya así, muchos casos de esto narra la leyenda: diablos que huyen, almas que se enmiendan y construyen oratorios y altares en honor a Anastasio según avanzaba la procesión de sus reliquias.
Finalmente, luego de un periplo persa, partieron las reliquias hacia Jerusalén. En Palmira sanaron a ciegos, tullidos y resucitaron a algún muerto. En Cesarea, sitio donde fue apresado, fue recibido Anastasio por todo el clero y los cristianos, y llevado a la catedral de Santa María la Nueva, edificada y habitada por los carmelitas, según la leyenda. Allí fue expuesto y se reanudaron los milagros: Una cristiana noble no consideró necesario venerar "unas reliquias extranjeras" y esa noche se le apareció el santo castigándola con dolores en todo el cuerpo durante cinco días, en que se le volvió a aparecer diciéndole que hallaría la salud yendo a venerar aquellas reliquias extrañas. Así que fue la señora, llevada por esclavos, hasta la iglesia y al ver la imagen de Anastasio (que al parecer acompañaba la traslación) reconoció en ella al santo que se le había aparecido y quedó sana. En Dióspolis ocurrió algo parecido con un diácono que "pasaba" de meterse en tumultos para venerar las reliquias: su hijo recién nacido dejó de tomar el pecho, y clamó al cielo: "para que yo crea que [Anastasio] es santo, resucíteme a mi hijo y entonces le tendré por verdadero mártir". Y así fue.
Llegados a Jerusalén, las reliquias fueron al monasterio carmelita, donde le aguardaba el abad y sus hermanos. Los milagros crecieron a la par de la devoción: Photini, una devota del santo, se perdió en la noche, en pleno invierno y estando a punto de morir de hambre y frío, se le apareció el santo, la tomó de la mano y la sacó del bosque hasta la ciudad, dejándola a las puertas y desapareciendo. A un soldado cristiano que había sido envenenado por un teniente pagano, que odiaba a los cristianos, le sanó milagrosamente: Había quedado el soldado con la boca torcida y una mano tiesa, y queriendo pedir la intercesión de San Anastasio, le persuadían sus compañeros que eran más poderosos San Jorge (23 de abril), San Teodoro (7 y 9, Iglesia griega; 17 y 22 de febrero, Iglesia Oriental; 7 de marzo y 9 de noviembre) y San Mercurio (25 de noviembre), los tres santos soldados por excelencia. Esa noche soñó como se repetía la escena y veía aparecer a San Anastasio en traje de soldado dando varazos a aquellos que le habían tenido en poca estima, y a él mismo le recriminaba no haber defendido su poder junto a Dios. Y tocándole le sanó, encomendándole cambiara el parecer de sus amigos soldados.
Desde Jerusalén, las reliquias pasaron a Constantinopla en 639, cuando la invasión de los moros a la ciudad. En 700 algunas reliquias pasaron a Venecia y Roma. En esta ciudad se depositaron en la iglesia de Santa María, que desde entonces tomó el título de Santos Vicente y Anastasio, por tener reliquias insignes de ambos santos, celebrados el mismo día. La reliquia de la cabeza de San Anastasio tuvo tanta repercusión en Oriente, que en 787, el segundo Concilio de Nicea decretó que su sola presencia era eficaz contra los demonios y todas las enfermedades, a la vez que sancionaba el culto a sus imágenes. Se nota que estarían muy extendidas en el culto de la Iglesia.
Un milagro más “reciente” ocurrió el 22 de enero de 1624 en Córdoba, cuando el santo socorrió a un pobre que, desesperado, se colgó de un árbol. Anastasio se le apareció, lo sostuvo y lo descolgó, a la par que le consolaba de sus pesares. Le descubrió que aquello había sido una treta del demonio y le recomendó fuera al convento de carmelitas de la ciudad, donde ese día se veneraba a San Anastasio y le fuera devoto. Sintiéndose débil el hombre, el santo que no se había dado a descubrir, le acompañó al convento. Allí rezaron junto al coro, siendo vistos por un novicio. En eso, Anastasio desapareció y el buen hombre llamó a la portería para despedirse. Al corroborarle los frailes que ningún religioso había entrado en clausura, el hombre no cejó y le permitieron entrar a buscar entre los frailes. Lo hizo y no halló parecido alguno en ninguno de los frailes. Entonces vio en el claustro un cuadro de San Anastasio y dijo “ese es el que me acompañó. Ese es su rostro, ese es su hábito”, y desde entonces le tuvo, y le tuvieron en el convento, más devoción al santo.
Fuente:
-“Flores del Carmelo, vidas de los santos de N. S. del Carmen”. FR. JOSÉ DE SANTA TERESA. Madrid, 1678.