"  No hay ninguna doctrina que sea mejor, más preciosa y más espléndida que el texto del evangelio.  Ved y retened lo que nuestro Señor y Maestro, Cr isto, ha enseñado mediante sus palabras y realizado mediante sus obras  ".    
 

Esta frase, que se encuentra citada en el CIC, Capítulo Segundo, Parte IV, en la que se habla sobre el Evangelio, de su importancia en la Iglesia y lo que ha significado para los santos, es de una santa antigua y algo olvidada:

Santa Cesárea de Arlés, abadesa. 11 y 12 de enero. 

Nació a finales del siglo V y murió a principios del VI. No se sabe mucho de ella, sino a partir de su hermano, San Cesáreo de Arlés (27 de agosto), que la llamó junto a sí cuando quiso fundar un monasterio femenino en la ciudad de Arlés. El primer monasterio, San Juan de Alyscamps, a las afueras de Arlés fue asolado por los bárbaros en el 508, y Cesáreo lo trasladó al interior de la ciudad. Lo inauguró el 26 de agosto de 512, y aún existe, como Abadía de San Cesáreo, aunque con la regla de San Benito. Allí se trasladó Cesárea, que ya era religiosa en un monasterio de Marsella, donde practicaba la oración, penitencia y demás virtudes.

Era un monasterio para vírgenes y viudas, que se dedicarían a especialmente a la oración, la caridad, al auxilio de los pobres y al cuidado de los enfermos. En estos tiempos, estas actividades apostólicas no estaban reñidas con la clausura, que se entendía no tanto como la imposibilidad de salir fuera las religiosas, sino como la imposibilidad de que entraran los extraños. Los monasterios tenían dependencias anexas como hospederías, hospitales, horfanatos, pero estaban separadas de la zona de clausura. 

Junto a su hermano Cesárea escribió (durante siglos se dijo que solo era obra de él) una regla monástica específicamente para mujeres, siendo la primera que se conoce de este tipo. A mediados del mismo siglo, Santa Radegundis (13 de agosto) pidió seguirla en su monasterio de Poitiers, y se le concedió, en contra de la opinión de San Medardo (8 de junio). La Regla establecía que las religiosas debían trabajar en costura o lavado, o en la transcripción de libros, y con ello mantenerse. Debían estudiar al menos dos horas al día. La carne y otros alimentos caros estaban terminantemente prohibidos, salvo para las enfermas. El baño diaro era obligatorio. Las vestiduras de la iglesia debían ser sin bordados ni trabajo fino alguno, así como los hábitos. No estaban sujetas a superior ni obispo alguno, salvo a la abadesa.

En 529, parece que joven aún, Cesárea murió, tan pobre, pues hasta su hábito donó a la comunidad. Fue enterrada en la tumba que su hermano había preparado para ambos cuando llegase su momento. San Gregorio de Tours (17 de noviembre) la llama "santa y bienaventurada", y San Venancio Fortunato (14 de diciembre) habla de ella en sus versos. Le sucedió otra Santa Cesárea (12 de enero también) llamada "la anciana", porque vivió muchos años.