Santa Asela, virgen. 6 de diciembre.

Sobre esta santa la fuente principal es la carta de San Jerónimo (30 de septiembre y 9 de mayo, traslación de las reliquias), a Santa Marcela (31 de enero), luego de la muerte de Asela, hermana de Marcela. En esta epístola habla de ella en tono laudatorio, poniéndola de ejemplo de seguimiento radical de Cristo frente a las vanidades y los placeres mundanos. Y es que fue Santa Asela una de aquellas mujeres de las que San Jerónimo se rodeó para conducirlas por la senda virtuosa. Algunas en la vida monástica, otras en la vida matrimonial.

La vida ascética y mística de Asela comenzó cuando tenía diez años, luego de consagrar su virginidad a Dios. A los doce se encerró en una habitación de su casa, cual improvisada celda. Renunció a todo gusto y placer, y se sumió en una vida penitencial. Vestía una túnica áspera, cambió su alimentación a pan, agua, sal y algunas hierbas amargas, cual eremita del desierto. Y aun así, solo comía cuatro días a la semana, salvo en la Cuaresma, cuando llegaba a no comer nada en toda la semana de Pasión. Luego que se encerró, no permitió a nadie entrar, ni siquiera a su querida hermana Santa Marcela, a la que alentaba al seguimiento de Cristo tras la puerta. Durante todo el día estaba ocupada en la salmodia, haciendo trabajos manuales o leyendo las Escrituras. Oraba tan insistentemente, que en sus rodillas se formaron dos gruesos callos que le insensibilizaron las rodillas. De ellos los que se quejaba la santa, pero no como una dolencia, sino por ser un alivio que impedía sentir cansancio. Llevaba un cilicio pegado a las carnes y jamás se lo quitó.

Una carta le dirigió San Jerónimo cuando se fue de Roma hacia Belén, hastiado de la mundanidad romana, y dolido con las envidias y las maledicencias sobre su persona. En esta le dice “…te he escrito con harta prisa (estándome ya embarcando) no sin dolor, y lágrimas, y hago gracias a mi Dios, que me ha hecho digno de ser uno de los que el mundo aborrece. Ruégale, que yo vuelva de Babilonia a Jerusalén, y que no se enseñoree de mi Nabucodonosor, sino Jesús, Hijo de Dios. (…) Ay loco de mí, que quería cantar en tierra ajena los Cantares del Señor, y desamparando el Monte Sinaí, buscaba el socorro en Egipto”. Además, le manifiesta de forma irónica y con sus habituales juegos de palabra, su admiración sobre cómo podía ella vivir “tan contenida en una ciudad tan derramada”.

Luego de su encerramiento vivió cuarenta años, sin jamás tener molestias de salud, ni desfallecer por su austeridad. Hasta que al llamado de su maestro Jerónimo, en 382 y luego de cuarenta años de vida claustral, reunió en torno a sí a varias vírgenes y matronas que querían vivir una vida más comprometida con el Evangelio, formando una comunidad monástica de la que fue abadesa. Falleció, el 6 de diciembre de 404 ó 405.


Fuentes:
-“Memorias venerables de los más insignes profesores del Instituto que plantó en la Iglesia su Doctor Máximo, el Gran Padre San Jerónimo”. FR. FRANCISCO PI. O.S.H. Barcelona, 1776.
-"La leyenda de oro para cada día del año". Volumen 3. PEDRO DE RIBADANEIRA. Barcelona, 1866.
-"Vidas de los Santos". Tomo XV. Alban Butler. REV. S. BARING-GOULD. 1916.