En el siglo XVII, el célebre escritor y hagiógrafo, Fr. Thierry Ruinart, OSB. rescató del olvido viejas Actas de Mártires, conocidos o no, a las que el llamó “sinceras”, y con ese título las publicó: “Sinceras Actas de los Mártires”. Aunque él las da por reales, hay que matizar este “sincera”, pues aunque algunas son actas tardías, elaboradas y poco fiables, son “sinceramente” los documentos originales o copias de estos, que cimentaron las leyendas, devoción y culto a muchos mártires. La edición española de 1776 lo confiesa en el prefacio del primer tomo:

"De estas Actas nos ha quedado un gran número, que aunque no tengan toda la pureza e integridad de las primeras [originales] y aunque visiblemente se observen muchas faltas (...) no nos parece que se deben enteramente desechar. En el mismo orden es necesario colocar las Actas que, aunque verdaderas en su origen, las han corrompido manos ignorantes o temerarias, añadiendo falsos milagros o diálogos entre los jueces y los mártires. Con las luces de la crítica se separa lo verdadero de lo falso".



Como sea, son obras de interés, que fueron traducidas a varias lenguas y durante el XVIII hasta el XX se consideraban rigurosamente ciertas y de valor científico. Hoy su valor es hagiográfico e histórico, pues aunque las Actas no sean tan "sinceras", aportan datos, fechas, lugares, situaciones precisas, perfectamente constrastables. Además, algunas de estas Actas aportaron luz a cultos de los que poco se sabía, confirmando incluso lo que la devoción popular trasmitía de boca en boca. Y, en todo caso, este no es un blog de ciencia ni historia, sino un espacio para hablar de santos, reales o no. Es el caso de los santos que hoy traigo, de los que se sabían datos dispersos, tenían un culto, pero las fuentes principales se habían perdido. Ruinart halló las Actas, tardías y de poca fiabilidad (incluso puede notarse a partir de que punto son los añadidos), en el monasterio de Selvamaioris de Burdeos, Y se refieren a:


Santos Bonoso y Maximiano, soldados mártires. 21 de agosto.

Eran, según las actas, estos dos soldados aguerridos miembros de la legión Hercúlea, una de las más prestigiosas del Imperio Romano. Eran cristianos convencidos y vivían su fe abiertamente, como se podía vivir desde la paz de Constantino. Llegado al trono Juliano el Apóstata, conocido así por abandonar la fe de Cristo y retomar el paganismo como religión propia y del imperio, fue cuando ganaron el premio nuestros santos. Ordenó Juliano que todos los lábaros fueran cambiados y se quitara la cruz y el nombre de Cristo de ellos, para volver a los antiguos símbolos paganos, representativos de los otrora dioses del Imperio. Bonoso y Maximiano se negaron a hacerlo, y al mismo tiempo se negaron a adorar a dios alguno que no fuera el Único Dios y a su Hijo Jesucristo.

"Nosotros hemos recibido de nuestros padres una religion que profesamos y a la qual estamos obligados. Pero a vuestros dioses ni los conocemos, y mucho menos adorarlos". Fueron las palabras de Bonoso cuando lo conminaron a sacrificar. Y al amenzarles con los tormentos, respondió "No nos intimidaréis tan fácilmente". Le dieron trescientos azotes con plomadas, mientras el juez, también de nombre Juliano le decía "líbrate de estos tormentos: haz lo que te se pide". Y Bonoso solo sonreía burlándose de él, y le decía "Digo que no adoramos sino a un solo Dios que es el verdadero y que en quanto a los demás dioses, ni sabemos de dónde, ni quiénes son."

Juliano hizo traer a Maximiano, al que conminó a sacrificar a los dioses y a cambiar los estandartes del Emperador. Maximiano, como su compañero, dijo: "Haced que esos dioses os oigan, y os hablen, y entonces podremos darles incienso. Pero son sordos, mudos, insensibles e inanimados, ¿como habéis podido vosotros adorarlos? No sucede así con nuestro Dios: su poder es grande; y la esperanza que tenemos en él está fundada sobre ese mismo poder". Y recordándole que antes el mismo Emperador y el juez habían sido cristianos le dijo "Pero ya lo sabéis tan bien como nosotros, este Dios nos prohíbe dar cultos a unos ídolos mudos, y sordos". Y mandó Juliano los atormentasen a ambos en el potro. Y les decía: "Ya estáis sobre el potro: los verdugos no aguardan sino la última orden para atormentaros. Obedeced, y dejad de arrastrar con vuestro exemplo a vuestros compañeros al mismo delito. Haced voluntariamente lo que se os ha mandado: quitad de vuestro estandarte las figuras que hay en él, y poned las imágenes de los dioses inmortales". Pero en balde, pues los mártires le respondieron: "No podemos obedecer al Emperador con esas condiciones, y no hemos de ofender a la soberana majestad del Dios vivo invisible, e inmortal que adoramos".

Mandó Juliano fueran estirados en el potro, y golpeados al mismo tiempo, pero Dios hacía a los Santos permancer como insensibles a los golpes. Mandó meterlos en una caldera de pez hirviente, pero la llama de elevó por encima de los dos soldados y bajó convertida en un suave rocío que los refrescaba. Los judíos y los paganos que veían como los dos mártires no morían, los acusaban de magos y hechiceros. Llegó la noticia al prefecto Segundo Salustio, que era favorable a los cristianos y quiso ver el portento. Ante las acusaciones de los paganos, les dijo a estos: "Denme a los sacerdotes de nuestros dioses: yo los haré echar en esta caldera, y se verá si salen tan sanos y tan enteros como estos dos cristianos". Y así lo hicieron, pero como en buena leyenda, apenas tocaron la pez, se consumieron totalmente, solo quedando los huesos embadurnados. Juliano, estupefacto por la irrupción del prefecto, decidió encarcelar a los santos, los cuales aprovecharon esta estancia en la prisión para confortar y alentar a otros cristianos prisioneros por su fe. Al cabo de siete días les mandó llevar Juliano agua y un pan en el que hizo grabar un sello con una antigua divinidad. Bonoso y Maximiano se negaron a comer aquello, para no caer en la idolatría, siendo por su constancia, consolados por Cristo. "De nada te ha servido tu artificio: no hemos querido gustar vuestro pan siquiera: Aquel en quien creemos, nos ha dado otro y te advertimos que Jesucristo nuestro Dios te hará dar cuenta de los tormentos que hemos padecido".

Por segunda vez les llevaron a juicio, e igualmente se negaron los mártires a sacrificar, ni a aceptar el nuevo lábaro con símbolos paganos. Juliano mandó les echaran en una fosa de cal, diciendo "que invoquen a su Dios, veremos si viene a socorrerlos". Siendo arrojados al hoyo y vertida la cal, los santos invocaron a Dios: "Bendito seas, Señor, Dios de nuestros padres, Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, que te ha dignado librarnos del poder de nuestros enemigos: seas alabado y glorificado por todos los siglos. Amén", y quedaron cubiertos totalmente por la cal. Dejaron pasar un rato, pensando que les hallarían quemados, al sacarles no solo les hallaron vivos, sino sanos. Juliano los encerró entonces en un estrecho y oscuro calabozo durante doce días. Al cabo, lo abrieron, y hallaron que los dos soldados eran iluminados por dos antorchas que no se consumían. Les llevaron panes que antes habían sido ofrecidos a los ídolos, pero los rechazaron. Entonces entró en acción Hormisdas, hermano de Sapor, rey de Persia, que había servido a Constantino y a su hijo Constancio. Este les dijo a los mártires: "Orad por mí, que soy gran pecador , para que yo sea salvo como vosotros", palabras por las que aceptaba a Cristo.

Por tercera vez fueron interrogados y amenazados con las fieras del anfiteatro, a lo que respondió Bonoso: "Esas bestias con que nos amenazas, no las tememos nosotros: iremos a combatirlas y a vencerlas en nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo, que es el Dios que adoramos, como único y verdadero". Muchos de los presentes, que durante el largo proceso se habían convertido a Cristo, clamaron: "Nosotros tampoco adoramos mas que a un Dios y estamos prontos a acompañar a la muerte a nuestros hermanos, que están aquí".Y Segundo dijo a Juliano: "Por lo que a mí toca, de ninguna manera apruebo este modo de proceder tan violento, y no pretendo emplear los suplicios para obligar a las gentes a obedecer", y dijo Bonoso "yo os suplico, hombre de Dios, por el Dios que adoráis, os acordéis de mí en vuestras oraciones". Había allí otros dos miembros de la Legión, llamados Joviano y Herculiano, a los cuales mandó Juliano cambiar los estandartes. Pero estos respondieron: "Señor, somos cristianos, y recibimos el bautismo el mismo día que Constantino nuestro padre, y nuestro Emperador le recibió en Aquilona, cerca de Nicomedia. Quando este gran príncipe se acercaba a su fin, nos hizo jurar ser siempre fieles a los Emperadores sus hijos, y a la Iglesia nuestra Madre". Y con esto ya no necesitó más Juliano, sino que mandó decapitar a Bonoso, Maximiano y a todos aquellos que habían confesado a Cristo. Estaba allí el obispo San Melecio de Antioquía (12 de febrero), que les acompañó hasta el sitio del martirio, fechado el las calendas de octubre (finales de septiembre) de 362. Y las Actas terminan con la enfermedad de Juliano, que murió con la boca llena de gusanos, pero invocando misericordia: "Dios de los cristianos, ten compasión de mí, acude a mi socorro: ven, y recibe mi alma". Y murió, convertido en el último momento.

Culto y reliquias:
El poco conocimiento que de estos santos se tenía, por haberse perdido las Actas, forjó la leyenda sobre que eran hermanos, teniendo 20 años Bonoso y 18 Maximiano. Habrían padecido el martirio en 308 imperando Diocleciano, o sea, ante de la paz de Constantino, lo cual no tendría sentido si el motivo principal del martirio fue la negativa a cambiar las insignias cristianas por paganas (tema controvertido también, por cierto). Su culto fue escaso hasta que en el siglo XVII, de pronto, la leyenda popular cuenta que se hicieron presentes por medio de sus reliquias en Arjona, Jaén. Una leyenda como tantas de los pueblos españoles. Lo cierto es que se hallaron unos huesos con signos de violencia, una moneda conmemorativa de la "aniquilación" del cristianismo. Estos huesos y cráneos se veneran como los de los dos santos mártires. Aquí podéis leer esta leyenda si os interesa: http://www.arjona.es/modulos.php?modulo=contenido&pid=10


Fuente:
-"Las Verdaderas actas de los Martires". Tomo III. Teodorico Ruinart. OSB. Madrid, 1776.