San Víctor de Marsella, soldado mártir. 21 de julio.
Fue un soldado del ejército romano, y padeció el martirio con algunos compañeros en el año 304 en Marsella, en la actual Francia. Hay dos Actas de su martirio, la más antigua es más breve y la otra es más extensa y adornada; pero ambas son poco fiables, porque son tardías y están escritas en tono de apología: O sea, el escritor, para dar más peso a la defensa de la fe cristiana, pone los argumentos en boca de los mártires.
Estas actas dicen que, llegado el Emperador Maximiano a Marsella, conocido por la masacre de San Mauricio y la Legión Tebana (22 de septiembre), Víctor comenzó a alentar a los cristianos de la furia del Emperador contra la fe de Cristo. Fue arrestado y presentado ante los prefectos Asterio y Eutiquio, que le conminaron a abandonar la fe en “ese hombre desconocido que murió hace mucho tiempo”. Víctor responde que ese es “el Hijo Todopoderoso de Dios Altísimo” (y aquí el autor se recrea en términos teológicos y catequéticos). Surgen desavenencias entre ambos jueces por la forma en que habría que tratar a Víctor y Eutiquio se retira, dejando juzgar a Asterio, que decide esperar al Emperador y presentarle el caso, ya que estaba llegando.
Para empezar, le suspende de paga durante dos meses y le apresa. Comenzado ya el juicio con el Emperador, se decretó que fuera atado de manos y pies y arrastrado por la ciudad, como se hizo. Fue presentado de nuevo ante el Emperador, para que renunciara a Cristo y adorara a los dioses. Víctor hizo un discurso sobre la grandeza de Cristo y la vacuidad de culto pagano; sobre la vanidad y las honras del mundo frente a la humildad, la vida sencilla y la pobreza; y sobre los castigos del infierno para los seguidores del diablo y los ídolos, frente a los premios de la Vida Eterna. Critica el culto a Júpiter, “un dios que en secreto o abiertamente comete adulterio, engaño, violencia e incesto”. Y termina presentando a Cristo, muy superior a estos dioses tan mezquinos y libidinosos. Como decía, en realidad estos argumentos no pertenecen a Víctor, ni al proceso, sí reflejan los argumentos generales de la fe de la Iglesia en los siglo III y IV sobre las virtudes, el culto a los mártires, el valor del sufrimiento, etc; por lo que son un buen testimonio de la realidad cristiana de la época.
Los jueces reaccionaron con indignación, por predicarles, y le exigieron que decidiera si vivir o morir, a lo que Víctor dijo: "Rechazo a tus dioses y abrazo la fe de Jesucristo. Estoy preparado para todo, a ser sometido a torturas, incluso a las que inventes para mi". Decidieron quemarle a fuego lento un tiempo y luego crucificarle. En este martirio, se le habría aparecido Cristo para confortarle y apoyarle, recordándole los premios eternos. Inmediatamente Víctor dejó de sentir dolor y su rostro brilló de júbilo. Los verdugos entendieron que era inútil torturarle y lo metieron en una cárcel profunda y oscura. “Allí” -dicen las Actas- “envió el Señor unos ángeles, las puertas se abrieron y una luz brillante que el sol, llenó la habitación”. Los ángeles entonan melodías celestiales, los carceleros se convierten y piden el bautismo. Víctor les instruye y los lleva adonde hay sacerdotes, que los bautizan en el mar. En esta noche de liberación y renacimiento, que no transcribo, por cuestión de espacio, hay muchas referencias teológicas y litúrgicas a la Noche de Pascua de Resurrección, es toda una predicación catequética.
Interrogado sobre este escape, Victor dirá: "yo no escapé, las puertas estaban abiertas a la vista de todos. Pero tampoco me fui a dar un paseo, sino a visitar enfermos, como lo he hecho siempre. Dios me envió a su ángel, que abrió las puertas cerradas y me hizo salir a pesar de la cárcel". La conversión de los soldados Alejandro, Feliciano y Longinos provoca la ira de los jueces, que les obligan a hacer inmediatamente un sacrificio a los dioses, so pena de muerte. Víctor les alienta sobre el valor del sufrimiento, a vencer las tentaciones del mundo y del demonio. Les recuerda que son salvados, que Cristo no les fallará; así como les renueva sus promesas bautismales. Así, decididos, los tres son juzgados y rápidamente decapitados. Su memoria es igualmente a 21 de julio.
La multitud pidió la muerte de Víctor, que fue colgado por las muñecas y golpeado con palos y latigazos, y desgarrado con peines de hierro. Cuando los verdugos se cansaron, le llevaron de nuevo a la prisión, donde estuvo lleva tres días en oración, encomendándose a Cristo. De nuevo es llevado ante el Emperador, que manda preparar un altar a Júpiter y poniendo al santo enfrente, le dice: "toma el incienso, ofrece un sacrificio a Júpiter y te mostraré mi compasión y amistad”. Víctor se delanta, como si fuera a sacrificar y lo que hace es ¡patear el pebetero con el incienso ardiendo! Se ordenó que le amputaran el pie y, para terminar, fuera triturado en unas ruedas de molino (esto es una clarísima referencia a la Eucaristía: el Pan-Cuerpo, triturado por nosotros). La máquina se rompe en pedazos, por lo que, finalmente, fue decapitado y en ese momento, se oyó una voz del cielo: “Víctor, has ganado tu premio”. No quiso Maximiano que fuera enterrado para evitar su veneración y mandó arrojar el cuerpo al mar, pero unos ángeles los salvaron y unos cristianos los enterraron en una tumba excavada en la roca (última referencia explícita a Cristo).
San Gregorio de Tours (17 de noviembre), en su estupendo libro "La gloria de los mártires” dice: "La tumba de San Víctor, mártir de Marsella, tiene un gran poder. No sólo los enfermos alcanzan allí muy a menudo la curación, sino también posesos, al gritar el nombre del mártir, se libran de sus malos espíritus. Incluso el abad Aureliano fue siervo de un espíritu maligno (…) le llevaron a la iglesia y tres días más tarde fue liberado (…) recibió la tonsura y (…) fue elegido abad".
El pie con el que pateó el brasero de incienso se conservó en la abadía de San Víctor de París hasta la Revolución Francesa, cuando fue profanada y la abadía fue arrasada y sus piedras dispersadas para uso en otros edificios. Sólo se salvaron unos huesos pequeños, que permanecen en Tew, y otras reliquias dispersas en Francia y Bélgica, extraídas y trasladadas mucho antes de la Revolución. En el año 1002 el General Marius derrotó a los teutones, que amenazaban Provenza e Italia, cerca de Aix y en memoria de la victoria, hizo construir un templo dedicado a San Víctor. Allí, en el mes de mayo, se celebra una fiesta en la que se enciende una hoguera, contestadas por otras hogueras, en las montañas colindantes. Es una fiesta pre-cristiana, pero enmarcada en el culto a San Víctor de Marsella.
San Víctor es patrón de la catedral de Marsella, de los molineros, los marinos y se le invoca contra el rayo y el trueno. Se le representa como un soldado, con palma de mártir y una rueda de molino, en ocasiones con un molino tal cual. Su culto lo recogen en el Martirologio atribuido a San Jerónimo, Adón, Usuardo, y el Martirologio Galicano, entre otros.
-"Los mártires o el triunfo de la religión cristiana". Tomo I. FRANÇOIS-RENÉ CHATEAUBRIAND. Madrid, 1856.
-"La gloria de los mártires". SAN GREGORIO DE TOURS. Barcelona, 1756.
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-"Vidas de los Santos". Alban Butler. REV. S. BARING-GOULD. 1916.