San Calais de Anille, abad. 4 de julio.
La leyenda de San Calais surge en torno a sus reliquias, más de 100 años después de su muerte, cuando el culto ya estaba consolidado. Según esta, Calais, o Carileffus (nombre latinizado), nació en una familia noble y virtuosa. Siendo niño le enviaron sus padres al monasterio de Menat, Clermont, para que desde se instruyese en las letras y la devoción. Allí, luego de una infancia y primera juventud ejercitándose en las virtudes, mediante la disciplina, la oración, la penitencia y la caridad, maduró su vocación monástica. Pero su corazón quería una vida más estrecha y penitente, por lo que, junto a San Avito (17 de junio), y santos Daumer y Gall (4 de mayo) se retiraron a una vida oculta en la región de Micy, cerca de Orleáns. La leyenda propia de San Avito dice que este era abad en ese momento y solo meciona a Calais como compañero. Allí construyeron un monasterio pequeño y pobre, dedicándose a la oración y al trabajo, para mantenerse y ocupar el resto del día.
Poco a poco su fama fue creciendo y el pueblo comenzó a hablar de aquellos piadosos ermitaños, lo que hizo que el obispo Máximo quisiera conocerles. Aprovechando una visita al a ciudad, el obispo gozó de la presencia de los santos unos días y edificado por su vida, decidió ordenar presbíteros a Avito y Calais, para que añadiesen a su vida el poder celebrar el sacrificio de la misa, además de servirles de apóstoles entre los lugareños. Obedecieron, pero su vocación era al eremitismo y no al apostolado, así que luego de ser ordenados se retiraron de la zona, yéndose a Pitiacus, donde levantaron una ermita, que luego sería la iglesia y abadía de San Avito, y donde Calais hallaría una fuente de agua milagrosa, actualmente llamada “Font Sant-Calais”. Pero nada, que aquí tampoco tenían paz y en breve ya tenían discípulos, gente buscando consejo, nobles locales interesados, etc., así que Calais se despidió de Avito y acompañado de Daumer y Gall se alejó, en dirección a Le Mans.
Llegados a Anille, descubrieron un sitio apartado, pedregoso junto a un río, donde los hombres no se aventuraban, y allí levantaron sus chozas y la ermita. Su primera visita fue un búfalo salvaje, que a instancias del santo se dejó acariciar por los tres religiosos. El santo les dijo: “Esta fiereza que veis vuelta mansedumbre es una señal de Dios. Un día vendrá a este lugar un hombre poderoso que en principio se mostrará áspero y riguroso con nosotros, pero a quien Dios ha de amansar”. Y así fue, estando en Le Mans Chideberto, supo de un hermoso búfalo que andaba por los montes cercanos y pretendió cazarlo. Le persiguió y el animal corrió a la celda del santo, refugiándose tras de este. El rey se enfadó sobremanera de que aquel monje se le encarase y no le permitiese matar al animal, por lo que les echó de aquellas tierras, bajo pena de azotarles hasta la muerte (para uno que asesinó a sus propios sobrinos, esto es nada). Calais le pidió con humildad les dejase vivir allí tranquilamente, y aún le convidó a tomar un vaso de vino en su ermita. Childeberto se enojó aún más ante el descaro de aquel monje y pretendió irse. Pretendió digo, pues al intentar mover su caballo, este quedó fijado al suelo como una estatua. Por más que intentaba, el caballo estaba impasible. Rendido el rey ante este portento, pidió disculpas al santo, el cual se las dio, con lo que el rey pudo desmontar y se echó a los pies de Calais, pidiéndole su bendición. Calais le reconvino acerca de su poco ejemplar vida y aún hizo otro portento: tenían sed el rey y sus monteros, por lo que el santo sacó el vaso de vino y de este bebieron todos, sin que menguase ni una gota. En agradecimiento, Childeberto le otorgo tierras para que edificase un monasterio. Así pues, puestos a edificar el monasterio, Calais cavó en la tierra y halló un gran tesoro, que le sirvió para hacer la construcción y la iglesia. Es, además, su motivo iconográfico más conocido.
Ya resignado a ser abad, vivió Calais como un simple monje más, “siempre crucificado con Cristo”, dice San Siviardo, su biógrafo. Siempre iba descalzo y con un vestido muy áspero, además de un cilicio en las carnes. Dormía en el suelo y en ocasiones sobre ceniza. Solo comía pan y bebía agua, y algunas legumbres y yerbas del campo cuando sus monjes le insistían en cuidarle. Su fama de santo llegó a oídos de la mujer de Chideberto, Ultrogoda, que quiso conocerle, así como su estilo de vida monástica. A pesar que sabía que las mujeres tenían prohibida la entrada, no solo al monasterio, sino acercarse a sus muros, la reina envió un criado a decirle a Calais que con tal de recibir su bendición personalmente, en una visita, le donaría grandes riquezas al monasterio. Calais le respondió por medio del mensajero: “Decid a vuestra señora, que ni los monjes necesitamos riquezas, ni ella necesita de mi bendición. La bendición de Dios la hallará estándose en su casa. Y le hago saber que mis monjes y yo tenemos determinación que jamás en este monasterio entre mujer alguna”.
Finalmente, luego de una vida entregada a Cristo, Calais murió el 1 de julio de 536, día en que le recogía el martirologio romano. Fue enterrado en la iglesia y pronto su sepulcro se convirtió en meta de peregrinos, verificándose portentos que aumentaron la devoción del pueblo. Y las mujeres sin poder entrar, según un milagro que se dice de una que, interesada en conocer como vivían los monjes, se cortó los cabellos, se vistió de hombre y entró al monasterio. Allí dentro le asaltaron violentos dolores y espasmos hasta que reconoció su trama y el santo la sanó, aunque cuando la sacaron fuera del recinto. El sepulcro, además, servía de testigo de los juramentos, con terribles castigos para los que perjuraban y mentían. En el siglo IX las reliquias fueron a parar a Blois, ante el miedo por los normandos. En el siglo XVII regresaron a Saint-Calais, a la iglesia que lleva su nombre en Sarthe.
La primera “vita” fue escrita por San Siviardo (1 de marzo), quinto abad de Anille, en el siglo VII ampliada posteriormente con detalles sobre el culto y milagros en el siglo IX. Los historiadores creen que en realidad Calais fue un eremita con fama de santo que vivió en los alrededores del monasterio y que su devoción forjó la leyenda de Childeberto, el búfalo y la donación de tierras, de la que existen copias del Acta de Donación, fechada a 515, pero que se consideran tardías. Demostrar un origen milagroso, era un recurso de los monasterios ante las pretensiones de nobles, reyes u obispos, de suprimirles privilegios o tierras.
-“Crónica general de la Orden de San Benito, Patriarca de Religiosos”. Volumen 1. FR. ANTONIO DE YEPES OSB. 1609.
-“Hagiography and the Cult of Saints: The Diocese of Orléans, 8001200”. THOMAS HEAD. Cambridge, 1990.