San León de Patara, mártir. 30 de junio y 18 de febrero.
Según sus Actas, León estuvo presente en el martirio de su amigo San Paregorio (18 de febrero), y una vez ocurrido este, se retiró a su casa, con el corazón infamado en deseos de padecer por Cristo igualmente. En compensación por no haber padecido por Cristo, comenzó una vida penitente, entregada a Cristo totalmente, para lo cual, renunció casarse, viviendo en castidad. Retiró de su casa cualquier objeto superfluo, y cualquier alimento gustoso. Se vistió con una piel de camello, y dedicaba horas a las alabanzas divinas, tomando por protector y ejemplo a San Juan Bautista (24 de junio, Natividad; 23 de septiembre, Imposición del nombre; 24 ó 21 de febrero, primera Invención de la cabeza; 29 de agosto, segunda Invención de la cabeza, hoy fiesta de la Degollación; 25 de mayo, tercera Invención de la cabeza).
Sucedió entonces que el Proconsul Loliano, enemiguísimo de los cristianos, fue nombrado Intendente de Licia, ciudad a la cual pertenecía su natal Patara. Lo primero que hizo Loliano para ganar adeptos y para identificar a los cristianos, fue organizar juegos y sacrificios en honor del dios Serapis, mandando que todos los habitantes de las ciudades cercanas debían sacrificar al dios, en honor del Emperador. Muchos cristianos obedecieron por miedo, por acomodo, por no estar lo suficientemente llenos de Cristo, en definitiva. Pero entre ellos no estaba León, que se debatía entre seguir su vida eremítica o presentarse a los sacrificios para proclamarse cristiano. Decidió encomendarse a su amigo el mártir Paregorio, delante de su sepulcro, escondido por los cristianos fieles. Mientras iba de camino, acertó a pasar frente al templo de Serapis, donde ofrecían sacrificios. Algunos le identificaron como cristiano, por su porte y forma de vestir.
Visitó las reliquias de San Paregorio y regresó a su casa, confiado en que Dios le daría luces sobre que hacer. Esa noche tuvo un sueño en el que se vio en medio de un río revuelto y bajo una gran tempestad de lluvia y relámpagos. De pronto, en medio de las aguas vio a su amigo Paregorio, que iba hacia él, ante lo cual el mismo León salió a su encuentro, para despertar en ese momento. El sueño le dejó claro que correría la misma suerte de su amigo, por lo que dejó que fuera la providencia divina la que determinase el tiempo en el cual entregarlo todo por Cristo. Comenzó a visitar cada día las reliquias del santo mártir, esperando llegara el dichoso momento. Un día cuando se dirigía al sepulcro del santo, cambió de camino y pasó frente al templo de la diosa Fortuna, y viendo las antorchas que en honor de la diosa ardían, entró, las apagó y las partió en pedazos clamando: “Si vuestros dioses se sienten ofendidos del insulto que acabo de hacer, no tienen más que castigarme, no volveré yo mi el rostro a su ira”, y siguió su camino. Prudencia no le sobraba, no.
No quedaron inmóviles los devotos de la diosa, que se juntaron en una turba y comenzaron a amotinarse, acusando de ofender a la diosa, y clamando venganza para esta, para que no les castigase con desgracias. Fue tanto el jaleo que se armó, que llegó a oídos de Loliano, quien envió soldados a apresar al santo en su casa. Al verle llegar, los soldados se echaron sobre él y lo llevaron ante el Intendente, sin que León pusiera resistencia alguna. Una vez ante Loliano, se desarrolló este diálogo:
-“Acabáis de hablar de muchos dioses, siendo así que no hay más que uno, que es nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios, y Dios del cielo, y de la tierra, que no necesita de semejante culto. Un corazón contrito, y un alma que sabe humillarse; esto es todo lo que puede agradar a Dios. Pero esas antorchas que encendéis delante de vuestros ídolos, son vanas e inútiles a unas estatuas de madera , de piedra, y de bronce, que deben todo lo que son al escultor. Si conocieseis al verdadero Dios, no perderíais de ese modo vuestro incienso en darlo a un tronco o a una piedra. Renunciad ese culto vano y reservad vuestras alabanzas y adoración para el que es el verdadero Dios, y para Jesucristo su Hijo, Salvador del mundo, y Creador nuestro”- contestó León.
Toda esta exposición catequética (probablemente aumentada posteriormente) hizo que los presentes, que venían por venganza, clamasen a Loliano para que le callase y determinara ya un castigo.
Estas últimas palabras del santo irritaron tanto al intendente, que lo mandó a azotar. Mientras los verdugos lo desgarraban sin piedad, Loliano le anunciaba:
-“Oh, juez, os quiero volver a decir otra vez lo que ya os he dicho tantas veces. Yo no conozco a vuestros dioses, ni jamás les sacrificaré”. - contestó León.
-“Di solamente estas palabras: los dioses tienen un poder soberano y te liberaré, porque tengo compasión de tu vejez”. - le indicó Loliano.
-“Bien estaría” - dijo León en medio del dolor - “decir que los dioses tienen un poder soberano si fuera para perder a los que creen en ellos". Loliano enfureció ante este desprecio de los dioses y ordenó:
Con cada amenaza León se fortalecía y Loliano quedaba más en ridículo, ante lo cual el pueblo clamaba más alto aún, comenzando a amenazar con incendiar y destrozar la ciudad. Loliano, vencido por el santo mártir, mandó que le atasen por un pie y le arrojasen por un acantilado, después de arrastrarle por las calles en medio de las turbas, y que estas satisficieran su furia. Mientras lo arrastraban, León aún pudo orar en voz alta:
Y murió, antes de llegar al borde de un escarpado precipicio. Una vez allí, el cuerpo fue arrojado hasta lo profundo, rebotando antes en las afiladas rocas ocurriendo que no se dañó nada, solo se ensució de polvo. Y no solo eso, sino que de modo milagroso se allanó la cuesta, que lo que antes había sido un peligroso precipicio, se convirtió en un sendero practicable. Por aquel mismo sendero bajaron algunos cristianos que tomaron el santo cuerpo, lo prepararon observando con estupefacción que incluso las heridas de los azotes habían cerrado y el cuerpo resplandecía. Lo enterraron piadosamente allí mismo, entre las peñas, en un sitio oculto, donde llegada la paz se levantaría una basílica. Era creencia piadosa, según las Actas, que nunca se vio sufrir daños ni muerte a los que, por infortunio se despeñaban allí. Ni a hombre, bestia, o carros.
A San León se le conmemora también a 18 de febrero junto a San Paregorio, pero el día de su martirio ocurrió a 30 de junio, de año desconocido, por eso lo traigo a este día. Sus Actas, publicadas por los Bollandistas a partir de manuscritos griegos, son tenidas por estos como fiables en cuanto a la existencia del mártir, aunque son reescritas, sobre todo en los discursos del santo.
Fuente:
-"Las verdaderas actas de los martires" Tomo Tercero. TEODORICO RUINART. Madrid, 1776.
-http://preguntasantoral.blogspot.com.es/