Santa Germana Cousin, pastora. 7 de mayo (traslación de las reliquias) y 15 de junio.

El Acta Sanctorum trae a día de hoy, 15 de junio, una referencia a Germana, de la cual saco unas líneas. La fama de Germana comenzó al revés de la mayoría de los santos: con una vida virtuosa, y un reconocimiento luego de la muerte. En este caso empezó 43 años después de su muerte:

El 4 de diciembre de 1644, la familia Cousin abrió la tumba familiar en la parroquia de Pibrac, para enterrar a un pariente. Al cavar un poco, la pala golpeó un cadáver enterrado directamente en la tierra. Hurgaron un poco más y descubrieron asombrados el cuerpo incorrupto de una joven, coronada de claveles y centeno, que les era desconocida. Comenzaron a averiguar sobre quien podría ser, y algunos ancianos que acudieron a ver el cuerpo, la reconocieron: era Germana, hija de Laurent Cousin, alcalde de Pibrac entre 1573 y 1574. Fueron claves en el reconocimiento la constatación del cuello torcido por la enfermedad y la deformidad y pequeñez de la mano derecha.

Solo se pudo sacar en claro, por recuerdos de los ancianos, que Germana, había muerto sobre los 22 años en 1601, sola y en el establo con sus ovejas. Había nacido enferma, escrofulosa y con la mano derecha más pequeña y tullida, pero fue una niña feliz y amada hasta que murió su madre, cuando ella tenía 5 años. Su padre volvió a casarse y la nueva mujer maltrató a Germana hasta separarla de la familia y tratarla como a una sierva, y encargarle los animales. Le prohibió acercarse a sus otros hijos, porque tenía miedo de que su deformidad les atrajera maldiciones. A los 9 años la envió largas temporadas como pastora a los montes, para separarla más aún. Es comprensible por ello que ni los propios familiares supieran de su existencia.

Los contemporáneos la recordaban como una joven piadosa, que hallaba en la religión el consuelo a su atormentada vida y como había sido encontrada muerta una mañana en su cama de sarmientos, bajo las escaleras del establo. Y nada más. Una triste historia de una niña maltratada, una pastora más de la campiña francesa, como tantas otras, pero cuyo cadáver atrajo a curiosos y peregrinos, que con el tiempo fueron creciendo en multitud. Es lógico, si aún hoy un cuerpo incorrupto es tenido como signo de santidad (contra toda certeza), más aún lo sería en el siglo XVII.

El párroco extrajo el cuerpo, poniéndolo a la veneración cerca del púlpito y comenzaron los milagros, sobre todo entre la clase humilde y los enfermos. La gente comenzó a rezar a su “santita”, como comenzó a ser llamada. El sacerdote comenzó a recabar testimonios de personas que ha hubieran conocido en vida, que los había. Y todos se deshacían mencionando las virtudes y hasta milagros de la joven pastorcilla, abandonada y desconocida hasta entonces.

En 1700, el obispo mandó examinar el cuerpo aún intacto, comprobando la incorrupción. En 1736 el expediente de la investigación fue enviado a Roma, acompañado de testimonios de la “vida”, los milagros y la devoción ya pujante a Germana. Este documento se perdió en Roma y nunca fue hallado. En 1785, el P. Galibert, párroco de Pibrac, publica la primera biografía de Germana Cousin, con vistas a pedir la canonización de la pastorcita. Este mismo sacerdote cataloga y ordena los testimonios recogidos entre 1661 hasta la fecha.

Pero llega la Revolución Francesa, la persecución religiosa, y, en “aras de establecer la Suprema Razón sobre la superstición católica”, en 1793 los Diputados de Tolouse deciden que el cuerpo de Germana “una de las peores supersticiones clericales para engañar al pueblo”, debe ser destruido. Y así fue, incautada la iglesia, el cuerpo fue enterrado entre escombros y rodeado de cal, en la sacristía del templo. Con la cal buscaban la rápida descomposición del cuerpo. Llama la atención, y es histórico, que los cuatro hombres que participaron en esta profanación padecieron posteriormente las mismas dolencias de Germana: cuello y manos deformes, dolores y encorvamiento de la espalda y, más asombroso aún: los dos que declararon en el proceso de beatificación y pidieron la intercesión de Germana, fueron sanados.

En 1795, pasado el peligro revolucionario, el padre Montastruc, cura que había jurado fidelidad al Régimen y era, por tanto, libre, recuperó el cuerpo, cuya carne había sido consumida por la cal y solo conservaba los huesos limpios. Puso los restos en un relicario en la iglesia, y la devoción continuó.

En 1840 se retomó la causa de canonización. Se recopilan los documentos necesarios y se investigan varios milagros. Definitivamente llegó la beatificación el 15 de noviembre de 1854, para la que fueron escogidos dos milagros: la curación de raquitismo con atrofia de las extremidades inferiores en Jacqueline Cathala, y una fístula en el hueso pélvico de Felipe Lucas Cornebarrieu, ambos ocurridos en 1828. Y un tercero fue estudiado y reconocido como verdadero: una multiplicación el pan y la harina en el convento del Buen Pastor de Bourges, en 1845. Con motivo de la beatificación, las reliquias se trasladaron solemnemente a un bello relicario neogótico de plata dorada, el mismo que aún hoy los contiene. El 29 de junio de 1867 Germana fue canonizada por Pío IX, que mostró gran devoción a la pastorcita desconocida. Sus restos se veneran en su basílica, que fue consagrada en 1967.

Las biografías piadosas, y nada críticas, de Germana, publicadas en el siglo XIX, enseguida comenzaron a compararla con las míticas pastoras francesas, como las legendarias Santa Therence de Neuville (16 de septiembre) o Santa Thorette (1 de mayo), y singularmente con la Beata Panacea de Muzzi (27 de marzo), que sería beatificada ese mismo año, añadiéndole milagros, copiados de las vidas de otros santos, como el conocido "milagro de las rosas”, o el milagro de abrir una vereda en el río Courbet con su cayado, para ir a misa. O el más típico: plantar su rueca en el suelo, reunir las ovejas e irse a misa, sin que estas se movieran del sitio ni los lobos las atacaran.

Fuentes:
-"Sainte Germaine Cousin". FRANÇOIS VEUILLOT. París, 1941.
-"HIstoria de la vida y milagros de Santa Germana Cousin". GIUSEPPE BOERO. Roma, 1866.
-"Diccionario de los Santos". Tomás A. Parra Sánchez.