La historia y la leyenda se unen en este santo obispo del siglo VI, uno de los más importantes de su momento, crucial para la historia de Francia, de Europa y de toda la Iglesia. Se conocen muchos datos de su vida, aunque los respectivos a la infancia son tardíos y probablemente legendarios. Incluso contradictorios. Cualquier lector conocedor de santos podrá discernir fácilmente la división entre historia y literatura piadosa. Y vamos a él:
San Medardo de Noyon, obispo. 8 de junio.
Nació Medardo nació en Salency, sobre 457, y fue hijo de una familia acomodada, descendiente de caballeros y nobles romanos, “cristianos viejos”. Su padre se llamó Nectardo y su madre Protagia. Cuando el niño Medardo comenzó a alcanzar las primeras luces, con 4 ó 5 años, ya comenzó a destacar en la piedad y la caridad. Su mayor gozo era socorrer a los pobres y mendigos. Cada día escamoteaba comida de sus propios platos para guardar y dar a los pobres al final del día. Llegó a darle su vestido nuevo a un niño que halló mendigando en la calle. Preguntado por qué lo había hecho, respondió sencillamente: “Jesucristo lo necesitaba más que yo”. En otra ocasión regaló un caballo de su padre a un pobre hombre al que unos ladrones le habían robado el suyo. Por intercesión de un ángel, el hombre recuperó su caballo y pudo devolver a Nectardo el suyo, que no tuvo tiempo para regañar al niño. Ya realizaba milagros desde pequeño, como aquel que hizo ante dos hermanos que se peleaban por los lindes de dos tierras: puso el niño el pie sobre una piedra diciendo: “esta piedra es desde hoy el límite de ambas tierras, y con ella termina esta porfía”, viéndose la huella de su pie en la roca, al levantarlo de esta.
Viendo tantas dotes piadosas, sus padres consideraron inclinarle a la carrera eclesiástica, por lo que le enviaron al obispado de Vermand, cuya escuela catedralicia tenía justificada buena fama. Allí conoció al niño San Eleuterio de Tournay (20 de febrero), al que le profetizó sería obispo. Destacó por su piedad, penitencia, amor a la oración y su interés en ayudar a sus condiscípulos. Visitaba las hospederías, para cuidar a los enfermos y socorrer a los pobres. Visitaba la iglesia siempre que podía, quedando en éxtasis delante del crucifijo, al que amaba muchísimo, junto con la devoción a la Santísima Virgen. Cuando llegó a la adolescencia, se le dio una canonjía, esperando terminase los estudios teológicos y alcanzara la edad prudente para ser ordenado presbítero. Ya encaminado al sacerdocio, redobló sus penitencias y amor a la pureza, para prepararse convenientemente al estado sacerdotal. Viendo el obispo tan buenas disposiciones, la fama de santidad entre el clero y el pueblo, le ordenó presbítero antes de los 20 años. Fue gran predicador, piadoso con los pecadores, pero enérgico con los males e injusticias que veía.
En 530 murió Alomer, obispo de Vermand y el clero eligió unánimemente a Medardo, que aunque se excusó, nada pudo hacer ante la decisión del clero y el rey Clodoveo, que confirmó su elección. Si ya era vigilante sobre su propia persona como presbítero, más lo fue como obispo, con el objetivo de no dar mal ejemplo a nadie. Siempre consideró la dignidad episcopal como un servicio supremo a Cristo y al pueblo encomendado. No dejaba ni un día de visitar a sus enfermos y pobres. Estaba más a gusto en las chozas de los pobres, que en los palacios. Ante el peligro de los vándalos, trasladó a Noyon todo el poder civil y episcopal, los grandes comercios, convirtiendo a esta ciudad en una ciudad importante dentro del mapa francés. Dotó la ciudad de hermosos templos, hospicios, corrigió excesos, suprimió vicios y vigiló contra la usura, los ladrones y pícaros. A unos ladrones que pretendía robarle la miel de sus colmenas, las abejas le atacaron furiosas hasta que el santo les mandó tener piedad, y lo dejaron en paz. Otro que se metió en una viña a robar la vid, fue sorprendido y quedó paralizado hasta que pidió perdón al santo obispo. Unos soldados del rey Clotario asaltaron unas iglesias, robando tesoros, y como castigo quedó paralizado todo el ejército hasta que los culpables confesaron su culpa a San Medardo y devolvieron lo robado.
Al morir San Eleuterio, obispo de Tournay, ante el progreso que había adquirido Noyon durante el gobierno de Medardo, los habitantes de Tournay le quisieron nombrar obispo para alcanzar el bienestar que veían en aquella ciudad, pero era imposible por no permitirlo las leyes reales, que no admitían los traslados ni las dobles sedes en manos de un solo obispo. Así que Clodoveo, cuya sede estaba ¡casualidad! en Tournay, intercedió ante San Remigio de Reims (1 de octubre) y ambos apelaron al papa San Hormisdas (6 de agosto), el cual colocó a Medardo como administrador apostólico de Tournay, sin dejar su sede. No le quedó más remedio al santo que obedecer, aumentando su trabajo. Esta ciudad estaba cercada de paganos y algunos herejes, a los que hubo que perseguir, convirtiéndoles pacientemente. A tanto llegaba esta que una vez en que unos paganos lo apresaron y lo llevaban a matar, Dios le salvó milagrosamente, y el santo no les entregó a la justicia, para con su perdón ganarlos para Cristo, como sucedió efectivamente. Poco a poco les enseñó el engaño del demonio que representaban sus ídolos, les exorcizaba y sanaba con sus milagros, hasta que no quedó ninguno y todos se convirtieron.
Dio el velo de religiosa y ordenó diaconisa a la reina Santa Radegundis (13 de agosto), que hastiada de su marido le abandonó (o este la echó, simplemente). San Medardo en un principio no quería hacerlo, pero la reina le acusó "de temer más a un rey, que al Rey de reyes", amenazándole con que tendría que dar cuentas a Dios por ello. Eso y la influencia de San Germán de París (28 de mayo) hicieron que Medardo se decidiera a consagrarla diaconisa a pesar de lo irregular de su situación. No hay que extrañar que Radegundis dejase a Clotario, que fue capaz de quemar vivos a sus hijos y nietos.
Murió el 8 de junio de 560, con 103 años. A la hora de su muerte se vieron cruzar por el cielo varias luces misteriosas, que todos tomaron por ángeles. La veneración pública a sus reliquias fue inmediata, unánime e ininterrumpida hasta hoy. Fue enterrado en la catedral de Noyon , hasta que fueron trasladadas a Soissons por el rey Clorario I a una bella iglesia y monasterio que culminaría el hijo de este, Sigeberto I. Con el tiempo este monasterio tomaría el nombre del santo. El culto al santo se extendió por todos los dominios franceses, y algunos pueblos eslavos, aún paganos, pero enterados de sus milagros le tenían entre sus protectores. En Inglaterra tenía tanta devoción que aún después del cisma de Enrique VIII su memoria continuó celebrándose hasta hoy.
Una leyenda del sigo XIII le hace hermano gemelo del desconocido San Gildardo de Rouen (8 de junio), que dice que no solo nacieron el mismo día, sino que fueron ordenados presbíteros y obispos, y aún murieron el mismo día y la misma hora. El origen de esta leyenda está en que las reliquias de San Gildardo fueron trasladadas a la iglesia abacial de San Medardo de Soisons ante el asolamiento de los bárbaros a Normandía.
La parroquia de Benavarre, Ribagorza, dice tener su cuerpo desde que Carlomagno trajera él mismo las reliquias del santo. En realidad se trata de una confusión con otra leyenda del siglo XIII, que cuenta que un obispo llamado Medardo habría acompañado a Carlomargo y nombrado obispo de Ribagorza en 780, más de dos siglos después que San Medardo de Noyon pasase por este mundo. Olvidada esta memoria, en el siglo XVI se confundió a este Medardo local con el famoso San Medardo de Noyon, celebrándose su memoria aunque se trata de otro obispo diferente. La supuesta venida con Carlomagno se convirtió en una traslación de reliquias.
Otra leyenda tardía y que no tiene relación con el santo dice que, siendo bebé, Medardo fue protegido de la lluvia por un águila gigante, que extendió sus alas sobre él. Aunque no tiene consistencia histórica, por tardía, esta anécdota le ha hecho patrono contra la sequía, los granizos, las tormentas. Es común creencia en el campo francés que si el día del santo llueve, habrá lluvia en el verano, y si no, pues será un estío sereno y con buen tiempo. Es protector de los fabricantes de paraguas, y tan extendido estaba este patronato, que los paragüeros franceses tenían la devoción de llamar Medardo a su primer hijo. También se le invoca contra el dolor de muelas luego que el rey Sigeberto fuese a su primera iglesia a invocarle para que le sanara de este mal. Halló la ermita cerrada y arrancó una astilla de madera de la puerta, y al tocarse la muela con esta, quedó sanado. A partir de entonces se hizo costumbre, a tal punto que la capilla fue reducida a astillas.
Se dice que instauró la "Fiesta de la Rosa", en la que se premiaba a la joven más virtuosa de la comarca. Se la coronaba con rosas y le ofrecían regalos que, en ocasiones, eran toda una dote. En realidad es una festividad del medievo, muy posterior al santo.
-“España sagrada: Tratado LXXXIV: de las santas iglesias de Lérida, Roda y Barbastro”. JOSÉ DE LA CANAL (O.S.A.). Madrid, 1836.
-“Historia general de la Iglesia. Tomo II”. ANTOINE-HENRI BERAULT-BERCASTEL. Madrid, 1852.
-“Novísimo Año Cristiano, o Ejercicios devotos para todos los días del año”. Junio. JEAN CROISET. Barcelona y Madrid, 1847.