Lyon y su Iglesia local.
Lyon era una ciudad cosmopolita, puente de comercio y política entre Roma y la Galia, y el resto del continente. El cristianismo, como es usual en el estos tiempos, llegó no por misiones organizadas, sino por cristianos de diversos sitios que fueron uniéndose y formando comunidad. Se reunían para la eucaristía, se ayudaban unos a otros y, se distinguían de los demás ciudadanos. Había ya una comunidad incipiente en la ciudad de Lyon, que pidió a San Policarpo (23 de febrero) le enviase algunos sacerdotes y algún obispo. En 177 envió este desde Esmirna a su querido discípulo San Ireneo (28 de junio y 23 de agosto, Iglesia Ortodoxa) y San Potino, obispo (2 de junio). Potino organizó la comunidad, celebrando los sacramentos, estableciendo la ayuda a los pobres y viudas. Se valió de la ayuda de los presbíteros Marcelo, Valeriano (galos) y de Atalo (natural de Pergamo, ciudadano romano) y el diácono Sancto. Puntales de la comunidad fueron los seglares Alejandro (frigio), Alcibíades, Filomeno y Macario (ciudadanos romanos), Aristeo, Zózimo, Zótico y Apolonio (griegos). Griego sería también el niño mártir, Póntico. Jóvenes célebres la iglesia local eran Epipodio y Alejandro, ambos lioneses, aunque de familia griega y gala, respectivamente.
Otro era Vecio Epagato, noble influyente y gran predicamento entre la ciudadanía. Otros de los que nada se sabe, pero cuyos nombres recogen las actas del martirio, aunque no todos fueron mártires: Maturo, Silvio, Primo, Ulpio, Vitolo, Gemino, Octubrio, Pio Tito, Cornelio y Julio. Puntales también fueron en la organización de la iglesia varias mujeres, vírgenes, casadas o viudas, como Bibliada, Tolima, Samnita, Rodana y Elpis (Esperanza), de origen romano. Otras eran galas y esclavas libertas, como Julia, Albina, Grata, Roguia, Emilia y Pompeia. Y otras, de las que se desconoce su estado y origen, que son Antonia, Justa, Ulumpa (Eulampia), Ausonia, y Lucía, una viuda que vivía a las afueras. Y finalmente, la más conocida y venerada, la que encabeza la lista de mártires:
Santa Blandina, esclava, virgen y mártir. 2 de junio.
Formaba parte de la comunidad cristiana antes esbozada, junto a su ama, también cristiana, cuyo nombre no nos ha llegado. Esta iglesia local no tardó en destacar, lo que atrajo el temor de nobles, de pueblo que no se fiaba de los cristianos y del gobernador Tácito, que mandó apresar a algunos para hacerles apostatar. Fueron hechos prisioneros el diácono Sancto, Maturo, aún neófito, Alcíbiades, Bibliada, Blandina, su ama y otros varios que, según la costumbre, habían ido a visitarles, llevarles consuelo y a orar. El juicio público coincidió con la celebración de unos festejos y juegos. Entre estos juegos, ya sabemos, era frecuente la lucha entre hombres y bestias, como toros, leones, osos, así que teniendo prisioneros, que mejor que fueran los cristianos los que “jugaran” con los animales.
El día del juicio los cristianos fueron llevados ante el gobernador y la multitud. El escenario estaría preparado: potro, fuego, flagelos… Un pregonero debía anunciar la causa del enjuiciamiento (ateísmo, canibalismo, traición al César, etc.) a la multitud, entre la que había cristianos escondidos, orando por sus hermanos. Y uno era Vecio Epagato, noble y cristiano en lo oculto; cuando se anunció el juicio, se adelantó y dijo:
-“Yo pido que se me autorice para defender á estos hombres. Me empeño probar que no han cometido ninguno de los actos que se les imputan”.
-“¿Con que tú también eres cristiano?" dijo el gobernador.
-“Si, lo soy” - respondió Vecio, por lo que pasó de defensor a acusado con los demás.
Apenas comenzó el interrogatorio, se mostró la entereza de unos y la flaqueza de otros; entre estos últimos estaba Bibliada, que renunció a Cristo. Los que quedaron, les suplieron en valentía. Preguntado el diácono Sancto por sus orígenes, dijo - “Yo soy cristiano”, es decir, que su única familia, su única patria y origen era su Dios.
Fue llamada Blandina, que se adelantó resueltamente. Torturada hasta el cansancio, repetía contantemente: - “Soy cristiana, y entre nosotros no se hace mal alguno”.
Bibliada, cuando vio a sus hermanos padecer, aunque había apostatado, aún tuvo valentía para negar una de las causas de la condena, y gritó: –“¿Nosotros, comer niños? ¡Nosotros, ¿a quienes ni es lícito gustar la sangre de los animales?!”
Duraron los interrogatorios varios días, y todas las tardes, los sobrevivientes eran llevados a la cárcel de nuevo, o encadenados o en el cepo. Algunos morían allí mismo, de agotamiento o las heridas, pero no se cansaban los perseguidores, cada día traían más cristianos a sustituir a los fallecidos. Algunos pastores, ante esto, aconsejaron huir a los fieles más prominentes y conocidos. Epipodio y Alejandro, traicionados por un esclavo, a la choza apartada de la viuda Lucía.
Potino, el obispo de todos, se quedó para animar y consolar a los que no podían huir, pero fue apresado y llevado a la cárcel. Era un anciano de 90 años y su traslado fue un acontecimiento: querían verle derrotado y suplicante, pero le vieron digno y con la frente alta de ir al martirio. Cuando no pudo andar más, no pidió clemencia, sino que lo llevaran en brazos, para llegar antes a su destino: el martirio. Preguntado por el juez, sobre que dios era ese, el de los cristianos, respondió: -“Tú le conocerás, si de ello te haces digno”. Y no quiso preguntarle más. Le llevaron a la prisión nuevamente y aquí se apoderó de él la multitud, que le apaleó y le arrojó piedras y cuanto pudo. Finalmente, al llegar a la prisión, desfalleció durante dos días, para morir en paz, rodeado de sus hijos amados.
El día final de los juegos, fueron llamados a comparecer Sanctos, Maturo y Blandina, Pero la multitud quería más, y empezó a clamar “Atalo, queremos a Atalo”, aunque por su ciudadanía romana estaba exento de sufrir bajo las fieras, pero aún así fue llamado por el gobernador, al menos para reírse de él. Le puso un cartel que decía “Ved aquí a Atalo el cristiano” y le mandó a dar vueltas, para enviarlo a prisión nuevamente. Pero a Sancto, Maturo y Blandina les mandó lanzar al circo a latigazos.
Había un madero en la arena, donde ataron a Blandina, para que la alcanzaran las bestias. A Maturo y Sancto los sentaron en una silla de hierro, debajo de la cual había un brasero ardiente pero mientras duró el tormento (el pueblo decidía la duración), ni uno ni otro se quejó. Sancto continuaba diciento “Yo soy cristiano”. Mientras, Blandina, rezaba en voz alta, para darles ánimo. Por esta vez las bestias no la tocaron y fue conducida la prisión, junto a Maturo y Sancto.
Al contrario de lo que pensaban los jueces y pueblo, el regreso de estos tres a la cárcel, desfallecidos y atormentados, no hizo vacilar a los que allí estaban, sino todo lo contrario, hizo avergonzarse a los que por miedo habían apostatado de la fe, como Bibliada. Pedían a los carceleros los llevasen ante el juez, para retractarse de su apostasía y declararse cristianos. Se acercaron a sus hermanos y les pidieron perdón, todos juntos se abrazaron y animaron en lo que les esperaba: El tiunfo por medio del tormento. Dicen las Actas: "así, los miembros vivos de la Iglesia resucitaron los miembros muertos".
Llegó una carta de Marco Aurelio, el emperador, que mandaba tener clemencia con los que renegasen de la fe, y ajusticiar a aquellos que insistieran en ser cristianos. No tuvo prisa el gobernador y dejando a los cristianos presos, detuvo los juicios hasta principios de agosto, fechas en las que volvían a hacerse grandes festejos en la ciudad. Llegado el día, fue detenido Alejandro, el médico frigio, que era cristiano en secreto. Fue conducido al tormento junto con los cristianos que quedaban, que eran sólo 28, pues 18 habían muerto en prisión. Fueron condenados a ser degollados, menos cuatro, que serían reservados para las fieras. Atalo y Alejandro, luego de ser embestidos por las fieras y quedar vivos, fueron extendidos sobre planchas incandescantes. Atalo gritó:
-"¿No es esto realmente devorar a los hombres? ¡Y sois vosotros los que nos acusáis de ese crimen!"
-"¡Cristiano, ¿como se llama tu dios?!" - le gritaba la multitud.
-"Los nombres son para los hombres, Dios no tiene nombre". - respondió.
Estaban allí también Blandina y el niño Póntico, que habían sido reservados para el último día, pero pero les habían sacado para que la visión de sus hermanos martirizados les hiciese sufrir más aún y recapacitasen. Finalmente, llegó el día de ambos y la gente creía que podría doblegar a Póntico, por su juventud, y le conminaba a sacrificar a los dioses. Blandina le animó mientras los verdugos y las fieras le destrozaron, luego ella misma fue envuelta en una red y expuesta a un toro, que a cornadas, la levantó por los aires, la pisoteó varias veces, mientras el pueblo gritaba y aplaudía eufórico. Y en medio de tanto dolor, Blandina elevaba sus oraciones al cielo. Fue la última en padecer tormentos, luego de animar a todos los demás. Los otros cristianos fieles, fueron decapitados directamente, por ser ciudadanos romanos, en la plaza del Ateneo.
Sabiendo el gobernador de la veneración que los cristianos sentían hacia sus mártires, mandó juntar los cuerpos desmembrados y decapitados en un montón para ser quemado y lo que quedase, fuera arrojado al río Ródano. No quedaron reliquias, pero sí el recuerdo del sitio del martirio, donde se levantaría la bella basílica de Santa Blandina, que aún podemos ver.
Fuentes:
-"Historia Eclesiástica. Libro V, I". EUSEBIO. Traducción de George Grayling. Barcelona 2008.
-"Vidas de los santos: colección de biografías publicadas en español". D. JOAQUÍN ROCA CORNET. Barcelona 1856.
-"Los mártires o el triunfo de la religión cristiana". François-René Chateaubriand. Madrid, 1856.