San Waltheof de Melrose, abad cisterciense. 3 de agosto y 22 de mayo, traslación de las reliquias.
Waltheof (Walet, Walen, Walef) nació en Escocia, en 1095. Su padre fue Simón I de St. Liz y su madre Matilde de Senlis. Curiosamente, su madre se casó con este Simón que en realidad estaba destinado a casarse con Judit, madre de Matilde. Pero la condesa Judit se negó a casarse con él, desobedeciendo las órdenes de su tío el rey Guillermo el Conquistador. Este montó en cólera y expulsó a su sobrina del país, admitiendo el matrimonio de Matilde con quien debía ser su padrastro: Simón.
El matrimonio tuvo tres hijos, siendo nuestro santo el más pequeño. En 1109 falleció el padre y la madre contrajo matrimonio, cuatro años más tarde, con San David I, rey de Escocia (24 de mayo). El rey David fue un buen padre para los hijos de Matilde, y aunque no heredarían el trono, pues tendría David su propio hijo, Enrique, les dio buenos puestos en la corte y amplios territorios. Waltheof fue Ballestero del rey, un cargo honorífico relacionado con la cetrería y la caza, acompañando al monarca siempre que salía de batida. Estos momentos le servían para recrearse en la soledad y la contemplación, pues era dado al silencio y recogimiento, más que al bullicio, intrigas y devaneos de la corte. Dirigía su alma con San Aelred de Rielvaux (12 de enero), amigo y director del rey David.
Cuando llegó a la primera juventud, Waltheof era un joven bello y elegante, de finas maneras, inteligente y culto, por lo cual se convirtió en excelente partido para las damas escocesas. Se esperaba hiciera un buen matrimonio, pero el corazón del joven se inclinaba a la vida religiosa, aunque dilataba su decisión. Dice su leyenda que una dama de palacio se prendó de él y le regaló un valioso anillo, que Waltheof aceptó solo por agradecimiento, pero apenas se lo puso, se encendió en él una pasión encendida por la dama, quien parecía pronta a corresponderle. Entonces el santo tomó la prenda, la arrojó al fuego y salió huyendo del palacio, yéndose al monasterio de San Osvaldo, de Canónigos Regulares, quienes le dieron la sotana clerical sin dilaciones. Entre 1128 y 1131, a los tres años de profesión canonical, fue ordenado presbítero y nombrado prior de Kirkhean, un prestigioso y rico priorato, el cual reformó, llevando a los canónigos a mayor austeridad y observancia del Oficio Divino.
Dícese que estando celebrando la Santa Misa una día de Navidad, al elevar la Hostia vio en su lugar un hermoso Niño con vestiduras resplandecientes que le sonreía, y que desapareció luego de bendecirle. Desde entonces el santo quedó lleno de gozo constante, desarrollándose en él los dones de lágrimas, consuelos, conocimiento de espíritus y profecía. En otra ocasión estando diciendo misa un canónigo cayó en el cáliz una araña, que dio escrúpulo al celebrante. Waltheof ordenó al canónigo que consumiera el sanguis confiando en Dios y este lo hizo, tragándose el bicho. Y la virtud de la obediencia hizo el milagro: esa misma tarde, en presencia de todos, el canónigo arrojó la araña viva. Milagro parecido se lee de San Conrado de Constanza (26 de noviembre), San Norberto (6 de junio; 7 de mayo, traslación de las reliquias y 11 de julio, triunfo sobre Tanchelmus) o el Beato Francisco de Fabriano (22 de abril).
Su fama de buen prelado, virtudes y milagros pronto le hicieron conocido fuera de Escocia y por ello en 1140 el pueblo y clero de York pidieron al rey Esteban de Inglaterra que se lo enviaran por obispo. Pero porque no era la voluntad ni del rey (la conexión familiar del santo con la monarquía escocesa le hacía recelar), ni de Dios, el nombramiento no se hizo efectivo, con consuelo de Waltheof, que para nada aspiraba a ser obispo. Todo lo contrario, viendo que su vida en religión no era lo suficientemente escondida y austera que deseaba, en 1143 se determinó tomar el hábito cisterciense. Lo consultó con Aelred, quien le dio su bendición y le envió a la abadía de Wardonia, donde fue recibido con tanto júbilo como pena sintieron los Canónigos Regulares con su ida.
Este monasterio había sido fundado por Simón, hermano mayor del santo, quien no veía con buenos ojos su huida del mundo, así que apenas supo que Waltheof había tomado el hábito en "su" monasterio, descargó toda su ira contra los monjes, amenazando incluso con quemar el monasterio sino echaban fuera a su hermano. Como los monjes no temieron, entabló un juicio eclesiástico, en el cual obtuvo la razón, por miedo del arzobispo. Entonces el abad le trasladó al monasterio de Rielvaux, bajo el cayado de Aelred, y fuera del dominio de Simón, quien quedó frustrado.
Nueva guerra tuvo el santo en su nueva Orden: tentaciones contra la pobreza, la austeridad, la observancia. Todo se le hacía difícil de cumplir, y comenzó a añorar la vida cómoda del priorato, a excusarse con la salud, la complexión, etc., hasta que temiendo cosa fuera del demonio clamó a Dios: "Dios Omnipotente, Creador, y disponedor de todas las cosas, dame a entender si es de vuestro agrado el que yo persevere en esta sagrada Orden, o que me restituya al Canonicato; y líbrame de esta tentación, que tanto aflige a mi alma". Y en el acto se vio arrebatado en espíritu y trasladado desde su celda al sitial del coro que solía ocupar, teniendo el breviario en sus manos. Desde entonces no volvió a tener tentaciones de esta índole y fue un ejemplar religioso, observante de las leyes y extremadamente mortificado y orante.
Sobre 1148 Aelred destituyó a Ricardo, abad de la recién fundada abadía de Melrose (no confundir con la fundada por San Aidan en el siglo VII), y eligió a Waltheof para comandarla, con el beneplácito del rey David. Si como monje había sido un celoso religioso, como abad, además, sería un excelente padre de sus monjes. Bajo su mandato se fundaron los monasterios de Mouray y de Cumbria, célebres por su belleza y la piedad de sus monjes. Fue Waltheof misericordioso, más que justo, con las transgresiones de los monjes, a los que prefería exhortar que reprender o humillar. Hizo suya la máxima de San Hugo de Cluny "el Grande", (29 de abril): "en caso de estar en mi arbitrio, más querría usar de misericordia con el pecador, que de justicia". Y esto le bastaba para que los monjes no quisieran causarle dolor alguno incumpliendo la Regla. Pero si era suave con los demás, consigo mismo era durísimo, no perdonándose nada que le pareciera pecado o falta. Se disciplinaba diariamente por sus pecados y por los de los demás, ayunaba siempre y se confesaba regularmente, siempre con grandes lágrimas.
Además de estas virtudes, el santo destacó por su compasión y caridad para con los pobres y necesitados. Más de una vez hizo vender los rebaños del monasterio para socorrer sus necesidades y en un año en que una hambruna asoló Escocia, más de 4000 personas llegaron a rodear el monasterio pidiendo limosna. El santo mandó a los monjes que les ayudasen a levantar cabañas y cobertizos para guarecerse y al cillerero (despensero de los monasterios) que les asignase ración diaria de pan hasta las cosechas. Y por milagro, el pan que solo tenían los monjes para unas dos semanas, rindió para tal cantidad de personas por tiempo de tres meses. En una segunda ocasión de escasez, propuso nuestro santo a sus monjes dar la mitad del pan que les pertenecía de ración a los pobres. Y mientras hicieron este acto heroico de caridad, he aquí que cada día aparecía un pan blanco para cada monje en el refectorio.
Por tantas virtudes y prodigios lo quisieron por arzobispo primado los escoceses, pero ni la orden del rey David ni la autoridad de San Aelred le movió a aceptar la dignidad episcopal. A Aelred contestó: "Despojéme de mi túnica, ¿cómo es posible, que la vuelva a vestir? He lavado mis pies, no permita Dios, que yo los vuelva a manchar con el lodo de los negocios del siglo". Y luego en secreto le reveló que si se le obligaba a aceptar aquel cargo en el que Dios no le quería, moriría pronto. A los que le presentaban la embajada de parte del clero replicó: "Creedme, que elegiréis, y tendréis por prelado a otro que a mí". Luego, señalando con la mano el lugar donde más tarde estaría su sepultura, añadió: "Veis aquí mi descanso: aquí habitaré para consuelo de mis hijos todo el tiempo que fuese del agrado del Señor".
En 1159 ya estaba Waltheof cansado, y su cuerpo se hacía notar todos sus ayunos y penitencias. A mediados de año le llegó el primer signo de su pronta partida: unas fiebres primaverales que ya no le abandonarían. Poco a poco se fue consumiendo, aunque desde su lecho de la enfermería continuo asistiendo y sirviendo a sus monjes. Diariamente tenía largos ratos de contemplación que le iban acercando al definitivo encuentro con el Amado. A finales de junio dejó de comer, permaneciendo más de un mes alimentándose solo un par de veces de la comunión. A finales de julio se le administraron los Santos Sacramentos, que recibió con mucha devoción. Perseveró dos días sufriendo pacientemente los dolores sin quejarse. El día 1 de agosto tuvo un éxtasis elevadísimo y al salir de este, dijo: "Oh, si yo pudiera daros a entender las muchas y prodigiosas cosas que he visto". Y exhaló su espíritu.
Sus funerales fueron muy solemnes y concurridos. Se le sepultó en la Sala del Capítulo, en un sencillo sepulcro que aún en el siglo XX podía verse, a pesar de la destrucción a la que fue sometida tan bella abadía. Su sucesor, el abad William se negó a que Waltheof recibiera culto alguno como santo, pero su sucesor, el abad Joscelin, promovió el culto al santo más allá de los muros del monasterio, y para ello el 22 de mayo de 1171 trasladó el cuerpo incorrupto a un bello sepulcro de mármol situado en la iglesia abacial, abierta a los devotos. También fue Joscelin quien escribió la "vita" del santo. En 1207 se volvió a hacer una traslación e igualmente se certificó la incorrupción del cuerpo. Su memoria litúrgica, propia de Melrose, pasó a toda la Iglesia escocesa en el siglo XV.
Fuente:
-"Medula Histórica Cisterciense". Volumen 3. R.P.F Roberto Muñiz O.CIST. Valladolid, 1784.
-"Saint Waltheof". REV. JAMES B. P. BULLOCH, B.D. SCOTTISH CHURCH HISTORY SOCIETY. 1955.
A 3 de agosto además se celebra a:
La Invención de San Esteban.
Santas Marana y Cira de Berea, reclusas.
Beato Pedro de Cesis, General Carmelita.