El escritor Juan Manuel de Prada se suma a las voces críticas con la declaración Fiducia supplicans, y lo ha hecho de manera muy contundente en ABC. En su columna Benditos homosexuales llega a asegurar que “estas bendiciones fules a los homosexuales no recogen ni limpian, son puro aspaviento y pantomima de tolerancia mundana”.
Para explicar su postura, Prada pone el ejemplo del escritor vanguardista francés Max Jacob (1876-1944), homosexual y judío que tras una experiencia mística se bautizó. Durante toda su vida tuvo grandes luchas por su tendencia sexual, donde tuvo numerosas caídas, de las que se fue levantando una vez tras otra, siendo acompañado en esta batalla por un sacerdote (el canónigo Fleureau) que nunca bendijo su pecado, pero que le ayudó siempre a levantarse para encontrar la gracia. Durante años vivió retirado en un monasterio como oblato seglar en esta búsqueda de la gracia. Detenido por la Gestapo acabaría muriendo de pulmonía en un campo de concentración en 1944.
“¡Cuán robusta y vibrante nos resulta la vida de este bendito homosexual, comparada con esa disposición pontificia reciente! Pero Max Jacob todavía tuvo la suerte de conocer una Iglesia cuya cabeza visible enunciaba los principios de la doctrina moral católica sin subterfugios ni componendas; y cuyos miembros (como ese canónigo Fleureau), mediante un prodigioso sentido de la capilaridad católica, acompañaban a quienes no siempre podían ajustar su vida a esos principios, los acompañaban en sus reincidentes caídas y lo ayudaban a levantarse una y otra vez, sin tomarles el pelo ni engañarlos con sentimentalismos merengosos”, señala Juan Manuel de Prada en su artículo.
En su opinión, los problemas han empezado cuando “la Iglesia quiso asimilarse al mundo” adoptando -explica- “un descarnado (y desencarnado) pragmatismo que, a la vez que enturbia los principios, no guía ni acompaña a quien está herido, sino que tan sólo sirve para dar palmaditas en la espalda y quedar fetén ante la galería”.
El escritor y columnista afirma que estas bendiciones son “una engañifa de tamaño cósmico” que compara con las que se dan a “los perritos o a los geranios”, pues la misma declaración afirma que deben impartirse sin fórmula sacramental, vestidos de calle y sin celebración.
Por ello, considera que las bendiciones de estas parejas homosexuales son “puro jesuitismo en la acepción más torva de la palabra; es decir, astucia y doblez, que sólo pretende hacer postureo ante el mundo, a cambio de perder la posibilidad de atraer a benditos homosexuales como Max Jacob, con corazón contrito y sincera piedad, mil veces caídos y mil veces erguidos, a quienes un aguachirle semejante les tiene que resultar a la fuerza repelente”. Justo al contrario que a los activistas, que “empezarán a acudir a las sacristías, demandándolos, para señalar a los curas que no pasen por el aro y exponerlos en la picota”.