Jordan Peterson se enfrenta a la posible pérdida de su licencia profesional por criticar al gobierno de Justin Trudeau. Convertido en un país paradigmático de la tiranía woke y entregado a la cultura de la cancelación (como se vio a raíz de las supuestas fosas de Kamloops), Canadá va convirtiéndose poco a poco en un paradigma globalista donde empiezan a cuestionarse los derechos más elementales, en este caso los de libertad de pensamiento y de expresión.
Por ese motivo, Peterson ha decidido acudir directamente a los tribunales de justicia: "Hemos decidido que la mejor forma de afrontar esto es en los tribunales y sobre fundamentos constitucionales", declaró Peterson al Toronto Sun: "No me fío de un proceso ante el Colegio y nadie debería hacerlo". El 30 de diciembre presentó ante el Tribunal Superior de Justicia de Ontario la solicitud de una "revisión judicial" del caso, acusando al Colegio de Psicólogos de utilizar sus competencias sobre cuestiones profesionales para convertirse en una especie de organismo cuasi-judicial sobre opiniones políticas.
Peterson ha escrito un artículo en el National Post de Toronto (Ontario) resumiendo su caso y dando a conocer el contenido de una carta que ha dirigido al primer ministro canadiense. Lo reproducimos a continuación:
Jordan Peterson: arriesgaré mi licencia profesional para escapar de la re-educación en redes sociales
La práctica de la psicología en Ontario, y en muchos otros estados norteamericanos y occidentales, está sujeta a regulación por colegios profesionales: son, esencialmente, organizaciones gubernamentales con el mandato de proteger al público de mala práctica por parte de médicos, abogados, trabajadores sociales, dentistas, farmacéuticos, profesores, arquitectos, etc., incluidos (y es lo que más me atañe) los psicólogos clínicos.
Cualquiera, en cualquier lugar del mundo, puede elevar una queja a estos organismos reguladores por cualquier razón, independientemente de que el demandante haya tenido contacto directo con el profesional en cuestión. Los colegios respectivos tienen la responsabilidad de determinar si cada queda es lo bastante seria y creíble como para justificar una investigación. Las quejas pueden ser consideradas vejatorias o frívolas y desestimarse. Cuando el colegio decide seguir adelante, es un paso serio, esencialmente equivalente a una denuncia. De hecho, el Colegio de Psicólogos de Ontario recomienda consejo legal en tal caso.
El Colegio de Psicólogos de Ontario ha elevado muchas de esas denuncias contra mí desde que alcancé relevancia pública hace seis años (aunque ninguna de ellas en mis veinte años anteriores de práctica psicológica). Últimamente se han multiplicado, y ahora suman más de una docena. Pueden parecer muchas (“cuando el río suena, agua lleva”, piensa la gente), pero me gustaría señalar lo difícil que es comunicar con tantas personas como yo lo hago y decir algo sustancial sin tener algún roce al menos con algunas de ellas.
Por mis delitos, he sido sentenciado a seguir un curso obligatorio de comunicación en redes sociales con los autodenominados expertos del colegio (aunque la comunicación en redes sociales no es una ciencia ni una especialidad clínica). Y debo seguirlo costeándolo yo mismo (cientos de dólares a la hora) y durante un periodo de tiempo que determinarán quienes estén formándome y lucrándose con ello. ¿Cómo se determinará? Cuando esos auténticos reeducadores –esos expertos- se convenzan a sí mismos de que he aprendido la lección y me comportaré apropiadamente en el futuro.
Si acepto esto -y aunque el colegio insiste en que no estoy obligado a reconocer ninguna mala praxis-, estoy admitiendo que mi conducta no ha sido profesional y que eso se haga público. Si lo rechazo (y, por supuesto, lo he rechazado), el siguiente paso será una investigación pública obligatoria y la posible suspensión de mi licencia clínica (todo lo cual se anunciará también públicamente).
Debo señalar también que los pasos que ya se han dado constituyen la segunda respuesta posible más grave a mis transgresiones por parte del colegio. He sido colocado en la categoría de infractor reiterado, con alto riesgo de nuevas repeticiones.
¿Y qué es exactamente eso que he hecho que es tan gravemente poco profesional que me convierte ahora en un peligro no solo para potenciales nuevos clientes, sino para el propio público? Es difícil decirlo con algunas de las denuncias (una de ellas obligó a la transcripción entera de un debate de tres horas en un podcast de Joe Rogan), pero estos son algunos ejemplos que podrían razonablemente preocupar a los canadienses que valoran sutilezas como la libertad de creencia, de conciencia y expresión:
En el influyente podcast de Joe Rogan comentan la noticia de lo que le está pasando a Jordan Peterson. Dice uno de los invitados: "Mi yo de hace cinco años estaría en shock ante esta noticia. Mi yo desde hace cinco años no está en shock", en alusión a las extralimitaciones de la cultura de la cancelación en el último lustro.
-Retuiteé un comentario del líder conservador Pierre Poilievre sobre la innecesaria severidad de los confinamientos covid.
-Critiqué al primer ministro Justin Trudeau.
-Critiqué a Gerald Butts, anterior jefe de gabinete de Justin Trudeau.
-Critiqué a un concejal de la ciudad de Ottawa.
-Hice una broma sobre la primer ministro de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern.
Todo eso lo hice “de forma irrespetuosa”, en una manera “terrible” que difundió “desinformación”, fue “amenazante” y “acosadora” y resultó “comprometedora para la profesión”. Además soy (estos son delitos aparte) sexista, tránsfobo, incapaz de apreciar la positividad corporal en la obesidad mórbida y, lo más imperdonable de todo, negacionista del cambio climático.
Todas estas acusaciones (consideradas ahora como pruebas de mi mala conducta profesional) no tienen nada que ver con mi práctica clínica; la cual, por cierto, suspendí a partir de 2017, cuando mi creciente fama y notoriedad hizo práctica y éticamente imposible continuar ejerciendo como terapeuta privado. No solo estas acusaciones son independientes de mi práctica clínica, sino que además son explícitamente políticas, es más, unidireccional y explícitamente políticas. Todas y cada una de las cosas por las que me han sentenciado a ser corregido no son lo bastante de izquierdas. Simplemente, soy un liberal -o, aún más imperdonable, un conservador- demasiado clásico.
Por criticar a nuestro primer ministro y sus compinches y camaradas, por retuitear a Pierre Poilievre, el líder de la oposición en Canadá, y por tener y atreverme a expresar opiniones políticas reprensibles, he sido ahora condenado por el Colegio de Psicólogos por “perjudicar” a la gente de forma tan grave como para justificar mi re-educación forzosa. Al rechazarla, me me enfrentaré a una acción disciplinaria que tendrá además una gran publicidad y será exigente, consumirá tiempo, resultará cara, e incluye la suspensión de mi licencia.
Y esto, sin mencionar el hecho de que ninguna de las personas cuyas denuncias están siendo cursadas era cliente mía, ni conocían a clientes míos, ni conocían o habían tenido noticia de las personas a las que dicen que estoy perjudicando. Y sin mencionar el hecho (presten atención, por favor) de que la mitad de las personas que elevan tales quejan alegaron falsamente que habían sido o era actualmente clientes míos.
Tal vez les interese saber que he escrito esta semana al primer ministro Justin Trudeau informándole de la situación. Ésta es la carta, que someto a pública consideración, donde necesariamente se repiten cosas que acabo de mencionar en esta introducción:
* * *
Querido primer ministro Trudeau:
Creo que es mi deber informarle a usted y a su gobierno de los siguientes procedimientos contra mí.
El Colegio de Psicólogos de Ontario, organismo profesional (mandatado y apoyado por el gobierno provincial) encargado de regular la práctica de la psicología clínica, exige que me someta a un largo curso de “formación en redes sociales” para que lleve a cabo “de forma más adecuada” mi comunicación on line. Esto, a pesar de mis veinte años como psicólogo investigador en la Universidad de Harvard y en la Universidad de Toronto (con una intachable reputación en mi comportamiento), mi amplia experiencia clínica y mi dedicación a transmitir el conocimiento psicológico a gentes de todo el mundo.
En torno a 15 millones de personas me siguen actualmente en las tres principales redes sociales, y la abrumadora mayoría de ellas parecen considerar mis palabras y mi forma particular de expresarlas como algo interesante, útil y productivo: una prueba real en contrario respecto a las acusaciones del colegio.
He rechazado esta exigencia de re-educación forzosa, y en consecuencia pronto se me exigirá comparecer personalmente para una “audiencia disciplinaria” donde meterme en vereda, con la amenaza de la revocación de mi licencia clínica, y donde penderían sobre mi cabeza la exposición pública y la deshonra que la acompañaría.
Tal vez le resulte de interés saber que todas las quejas contra mí: 1) fueron elevadas por personas con las que no tuve ningún contacto clínico; 2) no tienen nada que ver con mi función como psicólogo clínico (salvo en el sentido público más amplio posible); y, la más importante en lo que concierte a esta carta, que 3) la mitad de ellas no envuelven más que crítica política a usted o a la gente que le rodea (siendo el resto quejas suscitadas porque he osado manifestar algunas creencias filosóficas esencialmente conservadoras).
Como señala la documentación que adjunto, estoy siendo investigado y sancionado, entre otras razones que no hacen al caso de esta comunicación con usted, por las siguientes:
-retuitear a Pierre Piolievre, el líder de la Oposición canadiense;
-crticarle a usted, a su antiguo jefe de gabinete Gerald Buss, a la primer ministro de Nueva Zelanda Jacinda Adern y a un concejal de la ciudad de Ottawa; y
-cuestionar la amenaza de la policía de Ottawa de llevarse a los hijos de los camioneros de los convoys de protesta.
En las primeras semanas de 2022, un movimiento masivo de camioneros pidió poner fin a las restricciones gubernamentales y a la vacunación obligatoria. La propaganda gubernamental descalificó el movimiento de forma insólita, previamente a una represión muy dura. "No soy racista, no soy extremista: soy canadiense", reza la pancarta en uno de los camiones cuya manifestación durante muchos días colapsó el país.
No estoy sugiriendo, ni siquiera suponiendo que usted o cualquier persona asociada con usted tenga nada que ver directamente con todo esto. Sin embargo, esto está sucediendo (y los médicos y abogados tienen ahora tanto miedo de sus propios organismos reguladores como los psicólogos) en su tiempo, como consecuencia de su propia conducta y de las políticas puramente ideológicas y cada vez más coactivas que usted ha promovido y convertido en leyes.
Simplemente, no puedo resignarme al hecho de que me haya tocado vivir un tiempo en el que me vea obligado a recurrir a una carta pública al líder de mi país para poner de manifiesto que la crítica política se ha convertido ahora en tal delito en Canadá que si los profesionales se atreven a comprometerse en ella, comisarios designados por el gobierno amenazarán su sustento y les someterán al espectáculo de la denuncia y de la denigración política.
Pura y simplemente, no hay excusa de ningún tipo para semejante estado de cosas en un país libre.
Jordan B Peterson, Psicólogo clínico (por ahora)
Profesor emérito de la Universidad de Toronto
* * *
¿Por qué todo esto debería importarle a los canadienses que lo lean? Quizá quienes lo lean en este país (o en cualquier otro lugar) podrían plantearse seriamente a sí mismos las siguientes cuestiones con toda seriedad, por doloroso que pueda ser hacerlo y aunque exija asumir, por increíble que parezca, que algo ha ido terriblemente mal en nuestro querido país:
-¿Qué te hace pensar que algo similar no te sucederá a ti o a alguien a quien conoces, respetas o amas?
-¿Qué te hace pensar que podrás seguir comunicándote sinceramente con tus médicos, abogados y psicólogos (y representantes de otras profesiones reguladas) si ahora están tan asustados ante sus organismos regulatorios que ya no pueden decirte la verdad?
-¿Qué le van a enseñar a tus hijos cuando todos sus profesores (también es una profesión regulada) teman tanto a la turba woke que se traguen todas las mentiras ideológicas que ahora se les exigen a los pedagogos, crean o no en lo que están diciendo?
-¿En qué vamos a convertirnos si permitimos que criticar a personajes públicos que gozan del privilegio de gobernarnos pueda acabar no solo con la reputación del crítico, sino con su sustento?
-¿Hasta dónde estamos dispuestos a recorrer este camino, sin encontrar resistencia directa?
En cualquier caso, no voy a obedecer. No me voy a someter a re-educación. No voy a admitir que mis opiniones (muchas de las cuales, por cierto, quedaron justificadas por hechos posteriores a la denuncia) eran equivocadas o no profesionales. Voy a decir lo que tenga que decir, y que pase lo que tenga que pasar. Nada he hecho que pueda comprometer a quienes están a mi cuidado; muy al contrario, he servido a todos mis clientes y a los millones de personas con las que me comunico con lo mejor de mi capacidad y de buena fe, y punto.
Y lanzo este desafío al Colegio de Psicólogos: estoy absolutamente dispuesto a hacer pública cada palabra de esta batalla legal, para que la cuestión de mi competencia profesional y de mi derecho a decir lo que tengo que decir y defender con mis palabras pueda dilucidarse a plena luz del día. Podría publicar toda la correspondencia y las acusaciones formuladas por quienes se quejaron de mí y del propio colegio, y lo haré, si el colegio está de acuerdo. Pero no puedo, por motivos legales lógicos en tiempos normales pero convertidos en engañosos por el dominio de lo políticamente correcto y radical. No puedo, por esto, y porque no le conviene ni al colegio ni a los denunciantes a quienes están protegiendo e instigando a permitirlo. Citarán su inquietud por la confidencialidad como causa de su negativa, porque para ellos está perfecto perseguirme públicamente mientras ellos y quienes denuncian se esconden cobardemente detrás de un muro de silencio interesado y autoprotector.
Y por supuesto, esto no hace sino envalentonar a quienes han aprendido a instrumentalizar los procesos disciplinarios del colegio y a dar al acusador y a sus lacayos, la posición dominante, legalmente y en la práctica. Y esa instrumentalización corre el riesgo de entregar todas nuestras instituciones, en las que en tiempos justamente confiábamos firmemente, en manos de quienes están dispuestos y tienen capacidad para manipularlas por razones tanto políticas como personales.
Éste es el triste y lamentable estado de lo que fuera un gran Dominio en el amanecer de 2023… y empeorará antes de mejorar.