El antiespecismo, concepto creado sobre todo por el filósofo utilitarista australiano Peter Singer, es esa corriente de pensamiento según la cual no hay diferencia entre el hombre y el animal. Paul Sugy, de 25 años, diplomado en Ciencias Políticas y periodista en Le Figaro, dedica su primer libro este controvertido tema: La extinción del hombre. El loco proyecto de los antiespecistas.
Matthieu Baumier le ha entrevistado en el número 337 (junio de 2021) de La Nef:
-Su ensayo aborda el tema del antiespecismo, una visión del mundo que usted cree es una locura y amenaza con la extinción del hombre. ¿Puede darnos una definición de "especismo" y "antiespecismo"?
-Son dos neologismos acuñados por quienes defienden la "liberación animal": el "especismo" sería una discriminación basada en la pertenencia de un individuo a una especie. El término es un calco de los términos sexismo y racismo; esto, según su lógica, quiere decir que tan injusto es maltratar a un individuo por razón de su sexo o color de piel como por su pertenencia a otra especie distinta a la humana. Y, lógicamente, el antiespecismo corresponde al rechazo a esta "discriminación". Los antiespecistas consideran que somos animales como los otros y, para insistir sobre este punto, no utilizan el término "animales" sino la expresión "animales no humanos".
-Los antiespecistas se reivindican como defensores de la causa animal. ¿Cómo una posición que, en apariencia, es tan virtuosa puede ser tan peligrosa?
-El enfoque es radicalmente distinto: defender la causa animal es considerar que el hombre tiene deberes hacia los animales debido a su preeminencia en el seno de los seres vivos. Este deber le incumbe en nombre de una responsabilidad natural, porque en toda la naturaleza difícilmente podemos encontrar a alguien, salvo el hombre, que pueda actuar de manera moral.
»Por el contrario, el antiespecismo considera que el animal tiene derechos. Este modo de razonar puede llevar a conclusiones similares (ciertos procedimientos de la ganadería y la matanza industrial pueden parecer odiosos, ya sea que seamos antiespecistas o solo respetuosos con los animales), pero sin embargo son dos modos casi contradictorios de considerar a los animales y, por ende, a los hombres.
-¿Por qué ha estudiado un tema que parece preocuparle especialmente?
-Descubrí el antiespecismo durante mis estudios en la Escuela Normal Superior (ENS) de París: muchos "normalianos", estudiantes y profesores, son militantes activos de esta causa. Un curso de filosofía de la ENS propuso incluso explorar la simbiosis entre el ser humano y el no-humano, incluyendo a los robots y los fantasmas en esta segunda categoría... El antiespecismo está en auge en las universidades, a pesar de que llegó a París con retraso respecto al público que tiene en el mundo anglosajón.
"La extinción del hombre. El loco proyecto de los antiespecistas" describe un peligro real del que son manifestaciones el animalismo o el veganismo.
»Su proyecto no es solo inquietante, sino también aterrador: se trata de deconstruir la noción de humanidad para eliminar, en el plano intelectual, la frontera entre el hombre y el animal. Este proyecto ya se ha llevado a cabo en lo que atañe a la diferencia de los sexos, porque en todas partes ya se enseña (y no hablo solo de las universidades, sino también de los institutos, las escuelas y ¡los jardines de infancia!) que es una construcción social, un artificio.
»Cuando los movimientos protestaron por el triunfo de los estudios de género, ya era demasiado tarde: se han votado leyes basadas en esta ideología. Creo que hay que tomar en serio, desde ya, el antiespecismo, antes de que su victoria sea inevitable, porque de ello depende la supervivencia de nuestra civilización.
-Este tipo de ideología, ¿representa un peligro totalizador, o incluso totalitario?
-Totalizador, sí, en el sentido propio del término, porque el antiespecismo es una verdadera revolución. Imagine que en un futuro todos los animales dotados de sensibilidad sea reconocidos como sujetos de derecho: es lo que ya están reclamando algunos juristas en Francia. No solo deberíamos renunciar a la carne, la lana y el cuero, como también a todo producto que necesite de la explotación de los animales, sino que habrá que dar a los animales nuevas instituciones que garanticen sus derechos.
»Todo esto está expuesto en una obra que se ha convertido en un éxito de ventas: Zoopolis, de Will Kymlicka y Sue Donaldson. Los autores llegan incluso a imaginar una escolarización de los animales domésticos. ¿Por qué no una seguridad social para ellos?
»Y totalitaria porque los antiespecistas se sitúan en el terreno de la moral. Desde el momento en que consideran que los ganaderos o los cazadores cometen asesinatos, esto implica que para ellos no basta con abstenerse de comer carne, sino que hay que impedir que estos "crímenes" sean perpetrados. Seguirán luchando hasta que hayan impuesto su modo de vida al conjunto de la sociedad.
»Esto es inherente al totalitarismo: imponer a toda la colectividad, a través de la obligación si fuera necesario, reglas políticas y morales basadas, no en el derecho natural accesible a todos por la razón, sino en una ideología que, por definición, no puede ser discutida ni contradicha.
-Usted escribe que el antiespecismo detesta las religiones monoteístas en general, y el cristianismo en particular. ¿Por qué?
-Si nos remontamos muy atrás en la historia europea, vemos que los defensores del vegetarianismo han sido casi siempre adversarios declarados de la religión y el poder. Es una tesis que ha ilustrado de manera muy clara un gran conocedor de la historia del vegetarianismo, Renan Larue (él mismo firme defensor del veganismo y adversario declarado del humanismo): desde el rechazo de los pitagóricos a ofrecer sacrificios a los dioses, al vegetarianismo brahmánico de un Voltaire pasando por los herejes cátaros que se adherían a un régimen austero sin carne, el vegetarianismo casi siempre es un gesto cargado de blasfemia.
»Me pregunto si, en el fondo, la satisfacción de romper con los códigos y las tradiciones no es uno de los resortes psicológicos más fuertes del actual antiespecismo.
»Renan Larue va más lejos y sostiene que "el vegetarianismo es un anticristianismo": creo que tiene razón, pero por razones más profundas de las que él aduce. Ciertamente, el judeocristianismo tolera el consumo de carne desde la alianza con Noé, y Cristo mismo comía carne. Pero creo que lo que el antiespecismo reprocha al relato bíblico es la afirmación, la más especista entre todas, de la semejanza entre el hombre y Dios.
»En este libro intento demostrar que el antiespecismo es un avatar del materialismo, es decir, un pensamiento que, en el fondo, niega la existencia de toda forma de vida espiritual: el principio moral absoluto defendido por el antiespecismo es el rechazo al sufrimiento (en el sentido meramente fisiológico, e incluso neurológico).
»A los ojos de sus adeptos, los individuos vivos no son más que un montón de células; es lo contrario del cristianismo, que ve a Dios encarnado en cada ser humano. Son dos antropologías diametralmente opuestas.
»Aunque la fe cristiana se ha reducido recientemente a la nada, hay que reconocer que la visión cristiana del hombre sigue impregnando nuestras representaciones colectivas. Que la antropología cristiana haya sobrevivido a la cristiandad occidental es algo que los antiespecistas no soportan, porque son herederos de una visión marxista de las relaciones entre los individuos: el animal es, para ellos, el proletario del siglo XXI y la religión, como siempre, es ese opio que hace que se permitan esas relaciones de dominación que ellos denuncian.
-Usted observa que estas organizaciones "instrumentalizan la Shoah". ¿De qué se trata?
-Los antiespecistas, inclinados a comparaciones absurdas, aman recordar que la ganadería es un crimen abominable, hasta el punto que en ello ven un "eterno Treblinka", una reiteración continua de la política de exterminio nazi. ¿Es necesario comentar lo indecente y grotesca que es una analogía como esta?
-Entonces, ¿es o no es "el antiespecismo una tema que tiene que ver solo con los bistecs"?
-Obviamente no. No he escrito este libro para hacer una apología de la carne, a pesar de que creo que existen buenas razones (ecológicas y sanitarias, por ejemplo), para reducir su consumo. El modo de vida vegano es solo la consecuencia más visible del antiespecismo, pero el triunfo de estas ideas significaría, sobre todo, la victoria absoluta de un racionalismo nihilista y misántropo. En el mundo imaginado por los antiespecistas aún habría hombres, pero el hombre ya no existiría: la condición humana, en su dimensión espiritual, habría sido abolida definitivamente.
Traducción de Elena Faccia Serrano.