Conforme el feminismo y sus consecuencias se van asentando ola tras ola, no es extraño escuchar voces críticas que aseguran que este "se ha desviado". Se dice que las legislaciones que suponen el fin del reconocimiento legal de la familia como se la conoce es obra de radicales, que hay un feminismo aceptable y otro extremo.
La otra postura es que, contemplado el feminismo en su conjunto, sus tesis se muestran incompatibles de raíz con el modo de vida y cultura cristianas. Quien así opina no son intelectuales encerrados en su despacho y alejados de la realidad del día a día, sino mujeres han formado parte de este movimiento o que incluso lo han liderado.
Es el caso, por ejemplo, de Sara Winter, líder de Femen hasta 2015, año en que abandonó el movimiento y se convirtió. Preguntada por "el feminismo de hoy", asevera que es "como siempre fue" y que aunque hoy se diga que "hay un feminismo radical, antes también lo era".
De hecho, se muestra incluso contraria a hablar de esta doctrina en su vertiente "radical". "La palabra feminismo basta, porque cuando decimos feminismo radical estamos legitimando otro feminismo que sería bueno", agrega.
¿Existe el feminismo radical? Lee aquí otra respuesta.
Pero si es por intelectuales, también las hay que opinan así. Desde hace años, la destacada escritora Carrie Gress -conocida por Theology of Home o The anti-Mary exposed- se ha especializado en materias como la feminidad y el feminismo o la cultura católica.
Su última publicación, The End of Woman: How Smashing the Patriarchy Has Destroyed Us -El fin de la mujer: como aplastar el patriarcado nos ha destruido- va en esta dirección.
Consigue aquí El fin de la mujer: cómo aplastar el patriarcado nos ha destruido", de Carrie Gress.
La periodista de National Catholic Register Sue Ellen Browder escribía el pasado viernes que no hace mucho era de la consideración de que para llevar el mensaje provida a los grandes medios, los católicos debían recuperar el término "feminismo". "No es posible", le dijo Gress.
"Podrido desde la raíz"
Aunque desconcertada, una breve lectura del último libro de la escritora le bastó para saber que "estaba equivocada".
"El feminismo está tan podrido en sus cimientos que cualquiera que espere promover la justicia para la mujer, salvar a la familia y restaurar el culto cristiano no debería tener que ver con él", rectificó la periodista tras leer a Gress.
A lo largo del libro, la autora repasa los orígenes del feminismo desde la Ilustración francesa del siglo XVIII y la posterior Revolución, pasando por la independencia y origen de los Estados Unidos hasta el día de hoy. Un periodo que ve nacer al feminismo y del que asegura que ha generado episodios hoy visibles como la promoción del sexo libre o el transexualismo.
En este sentido, desmitifica el halo romántico de la Revolución Francesa para definirla como "un esfuerzo por recrear y remodelar la sociedad hacia un mundo sin Dios, un esfuerzo para borrar lo sagrado de la sociedad y enarbolar a la humanidad y al Estado como solución a todos los problemas".
Carrie Gress, la experta en el estudio de las corrientes feministas y su relación con la cultura cristiana, expone cómo el feminismo nace con y desde premisas ajenas a la fe.
Fue precisamente en la revuelta de 1788, la Jornada de las Tejas, cuando las que podrían ser llamadas "primeras feministas" participaron en ella con una proclama de partida antinatalista, aunque fuese por evitar lo que consideraban una tiranía: "No estamos dispuestas a procrear hijos destinados a vivir en un país sometido al despotismo".
La destrucción de la familia, presente desde los orígenes
Lo cierto es que las integrantes del primer feminismo ilustrado ya dejaron plasmado en los llamados Cuadernos de quejas aspectos que se reconocerían posteriormente como la admisión del divorcio en pie de igualdad de ambos cónyuges.
Desde entonces este sería una reivindicación constante en todo el movimiento feminista, también presente en la icónica Declaración de Sentimientos Seneca Falls de 1848 de Estados Unidos, en las sufragistas inglesas y americanas de segunda mitad del siglo XIX o en la España republicana, donde se legalizó en 1932 y nuevamente durante la Transición, el 22 de junio de 1981.
En su recorrido histórico, Gress también dedica una buena parte a tratar la situación personal que determinó el pensamiento de las grandes líderes feministas, a las que llama "niñas perdidas".
Así, menciona tanto a las primeras, como Mary Wollstonecraft -de finales del XVIII- a Betty Friedan, Kate Millett, Firestone o Phyllis Chesler, todas ellas "heridas de alguna manera" por abusos paternos, traumas sexuales, consumo de drogas o enfermedades mentales, "por lo que no es difícil encontrar la motivación de su pensamiento", agravado por su situación o por estar incluso "rodeadas de hombres horribles".
Derechos para combatir la familia y la naturaleza
Gress también señala como a lo largo de su desarrollo y desde sus orígenes el pensamiento feminista se ha centrado en "liberar a las mujeres" fomentando la destrucción de sus lazos. Así, si en el primer feminismo no exigían derechos para fundar una familia, sino para disolverla, en el actual feminismo tendente al transgenerismo sucede lo mismo, pero con la disolución de su propia naturaleza. Barbie -que ya cuenta con un ejemplar transgénero- y su película homónima son uno de los máximos exponentes de ello.
Tres siglos después, el feminismo parece haber logrado uno de sus grandes objetivos, que el New York Post anunció hace algunos años bajo el titular: "El feminismo ha desestabilizado la familia americana", siendo la muestra de ello que el 40% de los niños en Estados Unidos son hijos de madres solteras.
Hablando de la relación entre el feminismo y el transgenerismo, Gress cita la célebre frase de la feminista Simone de Beauvoir -No se nace mujer, se llega a serlo-, reafirmando que esta disociación "fue el primer paso para abrir la puerta a la teoría transgénero" y "la teoría feminista de que el hombre y la mujer son simplemente construcciones sociales".
"Lo contrario de la Revolución"
Avanzando en el proceso histórico, la autora también detalla cómo este feminismo de corte liberal sufrió una escisión que se vinculó al socialismo, apropiándose entonces del concepto y significado de "patriarcado" acuñado por Engels, cuyos ataques a la paternidad o la monogamia influirían en pensadoras feministas como Betty Friedman. Kate Millet hizo lo propio tras sustituir su fe por el ateísmo.
Ante una pugna ideológica que tiene muchas trincheras en el ámbito del lenguaje y los conceptos, Gress plantea la pregunta de cómo reconstruir todo lo perdido para la mujer y la cultura católicas en este proceso… y la responde: "Hacer lo contrario de lo que se hizo para derribarnos".