La reciente decisión del bar del Parlament de Cataluña de retirar los “conguitos” por supuestas “connotaciones racistas”, junto a la campaña que llevó a Cola-Cao a eliminar su “jingle” del “Negrito del África Tropical”, ilustran la intromisión de la ideología woke en la vida cotidiana de España.

Originario de Estados Unidos, el término se traduce como estar “despierto” o “consciente” de las discriminaciones, inicialmente en el contexto de las injusticias raciales. Este concepto ganó notoriedad internacional gracias a movimientos como Black Lives Matter, que lo utilizaron para visibilizar problemas de violencia policial y discriminación racial, extendiéndose luego a otros ámbitos, como los derechos LGBTQ+, la igualdad de género, con el lenguaje “inclusivo”, la “diversidad”, el cambio climático y los derechos de inmigrantes y refugiados.

Sin embargo, el fenómeno woke conlleva una excesiva corrección política, que no sólo favorece una vigilancia del lenguaje que puede limitar la libertad de expresión, sino que también está relacionado con la cultura de la “cancelación”, una presión social que busca castigar públicamente a quienes expresan opiniones o comportamientos considerados inadecuados.

[Lee en ReL: Óscar Rivas: en la batalla cultural, «del lenguaje depende la supervivencia del mundo que conocemos»]

En Alemania, la presión sobre el lenguaje para evitar el “machismo” del “heteropatriarcado” se viene ejerciendo desde hace años, con el objetivo de poner fin al masculino genérico. A pesar de que, según las encuestas, entre el 70 y el 80% de la población lo rechaza e incluso algunos Estados Federados ha suprimido el uso de este “lenguaje inclusivo”, principalmente los medios de comunicación siguen insistiendo en “educar” a la población para que utilice dicho lenguaje.

Esta situación no sorprende, dado que el 41% de los periodistas se siente cercano al partido Los Verdes, el más woke en el país, lo que contrasta con su escaso apoyo popular: las últimas encuestas sobre intención de voto sitúan a este partido entre el 9 y el 13%.

El espectro ideológico de los periodistas alemanes: su sesgo político verde (el más 'woke') cuadruplica la intención de voto de ese partido. Si comparamos con la opinión pública expresada en sufragios, es llamativa la infrarrepresentación de la derecha: las elecciones europeas de junio de 2024 las ganó la CDU con un 30% de los votos (8% de periodistas) y quedó segunda AfD (Alternativa por Alemania) con un 16% de los votos: en la encuesta de periodistas ni aparece, con un porcentaje inferior al 1%. Un 46% del voto social tiene, pues, un reflejo máximo del 9% entre los creadores de la opinión pública. Fuente: estudio 'Journalismus & Demokratie'.

La presión también se extiende al ámbito culinario; por ejemplo, el término Negerkuss [beso de negro], para un dulce muy popular, ha sido eliminado en favor de Schokokuss [beso de chocolate], e incluso hay tendencias para sustituir el famoso Zigeunerschnitzel [escalope al estilo gitano] por Balkanschnitzel [escalope al estilo balcánico] o similares: el término “gitano” se considera un insulto racista y, desde hace décadas, se sustituye por Roma und Sinti, si bien en el caso del filete empanado no parece tener mucho éxito.

Un periódico plantea, ya en 2015, que el uso de la palabra "negro" en este dulce es racista y por eso no debería llamarse como se llama.

Aunque estos ejemplos puedan parecer anecdóticos o incluso hilarantes, podrían tener repercusiones económicas si se decide retirar un producto por razones de “corrección política”.

Especialmente palpable es la injerencia de la ideología en el mundo del cine. Basta con leer las condiciones que imponen las instituciones públicas de financiación (en Alemania, hay casi tantas como Estados Federados, además de otras dos a nivel federal). Por ejemplo, en la página web del organismo responsable de Hamburgo-Schleswig-Holstein se lee: “Creemos que la industria cinematográfica puede ser un modelo a seguir para acabar con los prejuicios contra los grupos marginados de nuestra sociedad y promover una convivencia natural”. Para ello, los solicitantes “deben responder a un catálogo de preguntas sobre la diversidad de su proyecto”. Además de preguntar si los “géneros” están representados de forma equilibrada, el catálogo plantea otras cuestiones, como: “¿Entre los personajes hay ‘personas de color’?”; “Aaparecen personajes con una orientación distinta a la heterosexual?”. Este tipo de requisitos obliga a guionistas y directores a adaptarse, lo que se refleja en la producción cinematográfica actual.

La ideología woke se está extendiendo a un número creciente de sectores. Recientemente, Susanne Schröter los ha examinado en un libro titulado La nueva guerra cultural [Kulturkampf]. Cómo una izquierda woke amenaza a la ciencia, la cultura y la sociedad (Herder).

Schröter, profesora en el Instituto de Etnología de la Universidad de Fráncfort del Meno y anteriormente catedrática en la Universidad de Passau, profesora visitante en las Universidades de Yale, Maguncia, Fráncfort y Tréveris, así como investigadora en la Universidad de Chicago, divide su estudio en tres secciones, dedicados a la cultura de la cancelación en el ámbito académico –que ella misma ha experimentado–, la “ampliación de las zonas tabú” con el lobby de la “islamofobia” y el “feminismo”, así como la “soberanía discursiva”, y los intereses comerciales relacionados con la “industria del antirracismo”, la radiotelevisión estatal, el antisemitismo, el islamismo y la ideología poscolonial.

En el prólogo, menciona a “activistas que actúan con extrema agresividad contra aquellos que desafían su ideología política. Los métodos utilizados por la izquierda woke incluyen nuevas normas lingüísticas, el tabú sobre quejas sociales, especialmente en el ámbito de la migración y el islamismo, la reducción de la ciencia a un mero instrumento de la política woke y la máxima denuncia de los oponentes. Sin fundamento alguno, se tacha a las personas de racistas, sexistas, islamófobas o transfóbicas. Para que el ostracismo sea perfecto, también se asigna la etiqueta de 'derecha' en el sentido de 'radical de derechas'”.

La creciente imposición de la ideología woke plantea, pues, serias preguntas sobre la libertad de expresión y el futuro del debate público.