¿Hijo favorito? Lo hemos sustituido por un gato. "Somos una sociedad vertical basada en el individuo y no en la familia. Y esto significa que la realización del individuo no pasa por la familia, sino que la familia es, cuando la hay, una etapa de su realización".
Cuando Giorgia Meloni añadió la palabra "natalidad" al Ministerio de Familia e Igualdad italiano, los periódicos hicieron hincapié en la obsesión identitaria y soberanista, no en el apocalipsis demográfico. "De momento es solo un título; el riesgo de que se reduzca según las políticas natalistas que han hecho su agosto en toda Europa está ahí", explica el experto en estadística Roberto Volpi, al que Tempi ha entrevistado para hablar de lo que se avecina, utilizando para ello su obra Los últimos italianos. Cómo se extingue un pueblo, publicado por Solferino. "Pero también hay un signo de esperanza: el partido, el último posible, se jugará en los próximos diez o quince años".
-Incluso el presidente del Istat [Instituto Nacional de Estadística], Gian Carlo Blangiardo, insiste en ello: en 2070 habremos perdido 11 millones de habitantes. ¿Es algo demasiado complicado para entender sus implicaciones, un horizonte temporal demasiado lejano, o es que nos parece bien?
-La demografía en Italia no se considera relevante; en parte, porque el tema es enorme, complicado, basado en tendencias de largo alcance, pero, sobre todo, porque los italianos no lo sienten, están convencidos de que viven en un país muy poblado. En parte es cierto: la mortalidad infantil ha disminuido, la caída de la natalidad se ha contrarrestado con los inmigrantes, Italia solo pierde habitantes desde 2014. Entonces éramos casi 61 millones, hoy casi 59. Que levante la mano quien se haya dado cuenta.
'Los últimos italianos', el grito de alerta del estadístico Roberto Volpi. La situación demográfica italiana es aún peor que la española, ambas las dos más graves de Europa.
»La cifra está ahí: en los años 60 Italia superaba el millón de nacimientos anuales; en 2021, con cinco millones más de habitantes, los nuevos nacimientos no llegan a 400.000 mil. Pero los pocos niños que vienen al mundo sobreviven y gozan de una excelente salud: ¿por qué preocuparse por tener más si podemos ser más grandes, más rollizos y estar menos estresados?
-También hay quienes reclaman el derecho a no tener hijos o la opción ética de no imponérselos al planeta.
-Nadie discute los derechos y las decisiones individuales, pero además de los individuos, hay un Estado, un gobierno, unas instituciones que tienen que entender hacia dónde gira la suma de las decisiones de los individuos.
»La narrativa del planeta superpoblado tiene mucha munición: en los años 50 éramos 2.500 millones y hoy somos 8.000 millones. Esto no tiene nada que ver con el número de nacimientos, sino con la disminución de la mortalidad en el primer año de vida. Sin embargo, la alarma de la superpoblación lleva a subestimar el problema de la natalidad: yo mismo he escrito un libro que no se dirige a la gente de a pie, sino a las clases dirigentes, son ellas las que pueden entender que una cosa es una población en aumento y otra muy distinta una población que se está secando, como dice Blangiardo, "como un lago", el lago Italia, e intervenir. No hacerlo es arriesgado. Especialmente en nuestro país, donde las tendencias más negativas, al no encontrar obstáculos, configuran la tormenta demográfica perfecta.
-¿Qué alimenta esta tormenta?
-La pequeña proporción de población femenina en edad fértil. Un número insuficiente de parejas, y sobre todo de matrimonios. Una propensión a tener hijos que cae en picado de un hijo a cero.
-Usted habla de la desastrosa revolución del hijo único.
-La natalidad en Italia es de poco más de un hijo por mujer: una media de 1,2. Traducido, la actual generación de mujeres fértiles de 15 a 49 años cierra su vida fértil así: de cada 100 mujeres tenemos 25 sin hijos, 40 con un hijo, 30 con dos hijos, 5 con al menos tres hijos. Esto significa que dos de cada tres mujeres tendrán uno o cero hijos.
»Pero si antaño el hijo único era tal por obligación o fatalidad, hoy es una elección precisa. ¿Cuál? La explicación "no podemos permitirnos el segundo" no se sostiene: las familias de solteros o hijos únicos viven en las realidades más avanzadas económicamente y con mejores perspectivas de promoción profesional y social. La verdad es que el hijo único se ha impuesto por su agilidad en relación con la vida moderna y está cediendo terreno a la falta de hijos.
»Aquí es donde debe intervenir de forma decisiva el Ministerio de Natalidad. Pasar del hijo único a los dos hijos es un objetivo realista.
-¿Y cómo se hace esto sin recurrir a las "políticas natalistas tradicionales"?
-No significa renunciar a ellas, sino pensar en otros instrumentos para estimular la propensión a los nacimientos en las parejas venideras. El Plan Nacional de Recuperación y Resiliencia no ha hecho este esfuerzo. Las orientaciones son tres: acortar los itinerarios de estudios educativos y profesionales; trabajar a nivel legislativo en la creación de un mercado laboral abierto, dirigido y favorable a los jóvenes; repensar los mecanismos de un ascensor social lento y lastrado por otros criterios que no sean el mérito y la iniciativa. En otras palabras, apuntar sin reservas a dar oportunidades a los jóvenes mientras son jóvenes.
Roberto Volpi ha dirigido diversas oficinas públicas de estadística, proyectado el centro nacional italiano de documentación y análisis para la infancia y la adolescencia y coordinado el grupo técnico que redactó el plano estratégico de la ciudad de Pisa. Es autor de diversos títulos sobre demografía.
»En Europa, muchos se han "apañado" con cheques y deducciones, servicios gratuitos, etc. Todo eso está bien, pero la tasa de fertilidad sigue estancada. ¿Realmente creemos que la gente no tiene hijos solo por "problemas de cartera"?
-Dice usted que en Italia no solo no se nace, sino que no se concibe.
-Digo que la elección de nacimiento comienza con la elección de pareja y la caída de la consideración social hacia la pareja heterosexual, la única con potencial para tener hijos. Esta superioridad objetiva ha sido alterada por la igualación de todo; la unión conyugal, en particular, se ha convertido en una modalidad entre las otras, y en esta indiferenciación seguimos perdiendo hijos. Hace sesenta años había hasta 1,4 millones de concepciones al año, que se redujeron a menos de quinientas mil en 2020.
-También ha escrito que ya no hay nacimientos desde que los italianos han dejado de casarse por la Iglesia.
-¿Qué pareja que se une bajo la bandera del "para siempre" excluye desde el principio la posibilidad de tener hijos? La unión necesita de los hijos para no extraviarse y lograr el objetivo del "para siempre", por lo que el matrimonio con rito religioso resulta ser "el entorno" -tal como siguen documentando las estadísticas- con mayor propensión a los nacimientos.
»La familia modelada según los principios de la Iglesia nunca ha sido tan fuerte, ni ha tenido tanto éxito, como en el cuarto de siglo que siguió al final de la Segunda Guerra Mundial. Ni siquiera en el fascismo hubo una armonía tan profunda con la sociedad. El matrimonio religioso y la familia nuclear fundada en la moral católica demostraron ser las entidades más eficaces para llevar a Italia al auge económico, al bienestar, a la modernidad. Es decir, en una fase totalmente nueva que esos mismos instrumentos, acusados de obstaculizar el avance de la sociedad, pondría luego en el desván y sustituiría.
-¿Los derechos conquistados entre 1968 y 1978, desde la píldora hasta el divorcio y el aborto, alteraron el plan reproductivo?
-Nada ha sido igual en lo que respecta al sexo, la familia y el matrimonio: cada vez hay menos familia, el sexo se ha desplazado de dentro a fuera del matrimonio. Italia pasó de ser el país con el mayor índice de matrimonios de la Unión Europea a ser el más bajo. En 2019 tuvimos 184.000 matrimonios (la edad media de las novias es de 34,3 años), es decir, 3,1 matrimonios por cada mil habitantes al año, frente a los 4,3 de la Unión Europea.
»Mientras que en la Europa continental y septentrional el declive del matrimonio religioso ha sido compensado por el matrimonio civil y las políticas natalistas (que también están mostrando signos de agotamiento), en Italia y los países mediterráneos el rito civil no se ha abierto paso y falta la compensación en lo que atañe a la natalidad.
-¿Qué tipo de familias tendrán nuestros hijos y nietos?
-Menos numerosas, más pequeñas, menos capaces de tener hijos y un futuro: dentro de veinte años, los solteros y las parejas sin hijos representarán 61 familias sobre cien. Italia es ya una sociedad vertical en la descendencia y en la falta de parientes; vertical culturalmente, porque los procesos de formación de los jóvenes se desarrollan fuera de las familias y de las redes de parentesco; vertical socialmente, porque la propia red de relaciones se desprende cada vez más de la de las familias y de las redes de parentesco. Pero estos rasgos distintivos -proyección relacional externa, competencia y marcado individualismo- desplazarán el eje de las prioridades existenciales desde la familia y los hijos hacia la realización de sus propias potencialidades y aspiraciones.
-¿Ni siquiera el movimiento migratorio va a invertir el rumbo?
-La gestión de los flujos migratorios es el otro objetivo realista. Reconozcámoslo, sin los inmigrantes ya estaríamos en torno a los 50 millones: no son la solución, pero pueden ser una ayuda. O serán ellos los que dividirán aún más el futuro de Italia.
»En el Norte, donde hay regiones capaces de integrarse económica y culturalmente y los flujos ya están equidistribuidos, los movimientos migratorios hacia el exterior y el interior, ambos positivos, aportarán un aumento de 5,1 millones de habitantes de aquí a 2070: no compensan la pérdida de 8,6 millones del saldo negativo entre nacimientos y defunciones, pero lo mitigan.
»Por el contrario, en el sur de Italia, el saldo se verá agravado por los movimientos migratorios, negativos en casi 300.000 unidades: el antiguo "granero de Italia" no es atractivo y se dirige hacia la despoblación sin paracaídas.
»Tenemos que encontrar un equilibrio, le debemos al país ese intento: tenemos de diez a quince años para saber si se puede reavivar la esperanza. Pero si esta conciencia no se incorpora a la política, la partida ya está decidida.
Traducido por Verbum Caro.