El cardenal Robert Sarah escribió un artículo en el Wall Street Journal donde recuerda que “quienes hablan en nombre de la Iglesia deben ser fieles a las enseñanzas inmutables de Cristo, porque solo viviendo en armonía con el designio creador de Dios encuentran las personas una plenitud profunda y duradera”.
“Amar a alguien como Cristo nos ama a nosotros significa amar a esa persona en la verdad”, dice el purpurado guineano de 73 años, y su carta va especialmente dirigida a la comunidad LGBT para recordar la verdad de ese designio divino.
Jesús no pide imposibles
“Para los no casados, sean cuales sean sus atracciones”, explica el prefecto de la Congregación para el Culto Divino, “la castidad exige abstenerse del sexo”: “Esto podría parecer un listón muy alto, especialmente hoy. Sin embargo, sería contrario a la sabiduría y bondad de Cristo pedir algo que no puede ser conseguido. Jesús nos pide esta virtud porque hizo nuestros corazones para la pureza, del mismo modo que hizo nuestras mentes para la verdad. Con la gracia de Dios y nuestra perseverancia, la castidad no solo es posible, sino que será también la fuerte de una auténtica libertad”.
Las “tristes consecuencias del rechazo al plan de Dios para las relaciones íntimas y el amor” están a la vista, porque “la liberación sexual que promueve el mundo no cumple lo que promete”. “La promiscuidad”, continúa el prelado, “es la causa de tanto sufrimiento innecesario, de corazones rotos, de soledad, y de tratar a los otros como un medio para la propia satisfacción sexual”. Por ello, “como madre, la Iglesia, como expresión de su caridad pastoral, intenta proteger a sus hijos del daño del pecado”.
En relación a la comunidad LGBT, el cardenal Sarah distingue tres planos: “En su magisterio sobre la homosexualidad, la Iglesia orienta a sus fieles distinguiendo entre su identidad y sus atracciones y acciones. En primer lugar, están las personas mismas, que siempre son buenas porque son hijos de Dios. Luego están las atracciones por el mismo sexo, que no son pecado si no son deseadas ni puestas en práctica, pero que sin embargo chocan con la naturaleza humana. Y finalmente están las relaciones con el mismo sexo, que son gravemente pecaminosas y perjudiciales para el bien de quienes toman parte en ellas. Quienes se identifican como miembros de la comunidad LGBT merecen que se les diga esta verdad en caridad, especialmente por parte del clero que habla en nombre de la Iglesia sobre esta cuestión compleja y difícil”.
Sarah recomienda el testimonio de Daniel Mattson en su libro Por qué no me llamo gay, cuyo prólogo escribió él mismo, como ejemplo de los cristianos “que experimentan atracción por el mismo sexo y han descubierto la paz y la alegría viviendo la verdad del Evangelio”.
Y pide que se escuchen más voces como la suya, porque “estos hombres y mujeres dan testimonio del poder de la gracia, de la nobleza y buena disposición del corazón humano, y de la verdad de las enseñanzas de la Iglesia sobre la homosexualidad”.
Daniel Mattson es uno de los tres testimonios de católicos que sienten atracción por el mismo sexo recogidos en el documental El deseo de los collados eternos (arriba). En la misma línea se sitúa el reportaje El tercer camino (abajo).
“Sus inclinaciones por el mismo sexo no han desaparecido”, concluye el cardenal Sarah, “pero ellos han descubierto la belleza de la castidad y de las amistades castas. Su ejemplo merece respeto y atención, porque tienen mucho que enseñarnos a todos sobre cómo recibir y acompañar mejor a nuestros hermanos y hermanas con una auténtica caridad pastoral”.