¿Alimenta la pornografía el turismo sexual? Esto es lo que se pregunta Rose Brugger en este artículo realizado para el Public DiscourseEn él, resume los argumentos a los que llegan varios expertos y expone la eliminación de la moral que genera la pornografía en las mentes de sus consumidores.
 
También menciona la falta de consentimiento a la hora de realizar escenas pornográficas, relacionada directamente con el creciente turismo sexual.

Reproducimos, por su interés el artículo íntegro:


Rose Brugger estudia en el departamento de Filosofía y Teoría Política de la Baylor University, donde fundó la sección en el centro del grupo conservador Intercollegiate Studies Institute.



A raíz del escándalo causado por el caso Weinstein y la consiguiente publicidad dada a los casos de abusos sexuales prominentes, las cuestiones relacionadas con las "estructuras sexuales" de nuestra sociedad están recibiendo una mayor atención pública.

Artículos recientes publicados en Public Discourse, Fight the New Drug y el Harvard Journal of Law and Public Policy han puesto de manifiesto las investigaciones que vinculan la pornografía con el tráfico sexual.

Según los datos resultantes, cada vez es más evidente que muchas mujeres y prácticamente todos los niños que figuran en el material pornográfico son víctimas del tráfico sexual. Por consiguiente, la demanda de pornografía se traduce en demanda de niños y niñas víctimas del tráfico sexual. El submundo criminal responde rápidamente a esta demanda.
 
Mientras que la existencia de este vínculo causal directo entre el consumo occidental de pornografía y el tráfico sexual es claro y relativamente indiscutible, me gustaría sugerir que la pornografía puede estar influenciando de manera más esquiva e indirecta la industria del turismo sexual. En este ensayo, me centraré en la influencia de la pornografía en los aspectos de demanda y oferta del "turismo sexual".
 

El turismo sexual es la práctica de viajar (por parte, normalmente, de hombres occidentales) a países en los que las restricciones por el pago de sexo son escasas y las penas leves. A menudo compran sexo con niños menores de 18 años, lo que, según la ley de los Estados Unidos, está considerado automáticamente como tráfico sexual.

Estos niños proceden de hogares empobrecidos y los proxenetas explotan su vulnerabilidad con promesas de comida y dinero antes de venderlos a los turistas. Los niños víctimas del turismo sexual son una parte muy significativa de los casi dos millones de niños que son víctimas, cada año, del tráfico sexual internacional.



¿Qué es lo que ocasiona que una persona llegue a tener un nivel de corrupción moral tan grande que la lleve a planear un viaje a otro país para violar a niños víctimas del tráfico sexual? Este atroz crimen, que debería provocar la indignación moral de cualquier persona racional, es el objeto de las "vacaciones" del turista sexual.

¿Cómo alguien se puede acostumbrar a una maldad tal? Podríamos plantear la misma pregunta en relación con los proxenetas que basan todo su negocio en vender a niños y niñas.
 

¿Causa la pornografía esta inercia? Normalmente se afirma que la pornografía y, en general, una cultura sexualizada, transforman nuestra actitud sobre la sexualidad, que cada vez es más permisiva, llegando a aceptar actos degradantes e incluso violentos.

Obviamente, las personas son complejas -los traficantes también-, por lo que comprender exactamente lo que causa que una determinada persona actúe de una cierta manera es imposible. Sin embargo, creo que tenemos unas bases sólidas para creer que la pornografía es un factor agravante que posibilita que los proxenetas y los clientes (quienes compran sexo) actúen de este modo.
 

A medida que el turismo sexual aumenta en nuestra era digital, los proxenetas utilizan plataformas como Backpage, Craigslist e incluso YouTube para publicitar a "sus chicas", haciendo que sea relativamente fácil para los turistas contactar con ellas. Estos anuncios nos dan una sucinta percepción de cómo son las mentes de los proxenetas y los clientes ue se dedican al turismo sexual.

Cuando estuve trabajando en Filipinas durante el verano de 2017, me pidieron que investigara a un traficante potencial que utilizaba YouTube para subir vídeos de jóvenes filipinas con hombres occidentales. El proxeneta defendía su trabajo con el siguiente "argumento": "Es beneficioso para estos niños 'tener citas' con hombres extranjeros. Dado que las chicas acabarían teniendo sexo con sus novios, al pagarles [por sexo] los 'visitantes' están, en realidad ayudando al problema de la pobreza infantil".

 
Dado que su canal en YouTube tenía casi seis mil suscriptores, esta "justificación" parece en general suficiente. Sin embargo, debería ser obvio para cualquiera capaz de un razonamiento moral básico que esta argumentación es terriblemente errónea. ¿Cómo es posible, entonces, que los traficantes y sus clientes crean en esta lógica distorsionada? Sospecho que la respuesta está, en parte, en la pornografía.
 
Los filósofos de la moral nos han dicho, durante siglos, que nos convertimos en lo que hacemos. Si permitimos acciones corruptas, nos convertiremos en corruptos. Escuchando las increíbles justificaciones de los traficantes, vemos la verdad de esta máxima moral.
 

El tráfico sexual separa el sexo de la verdadera naturaleza de la identidad personal. Al considerar el sexo como una mercancía que se puede comprar y vender, el proxeneta y el cliente se distancian, ellos y su acción, de la persona cuyo cuerpo están comprando o vendiendo.

Si el sexo es realmente una posesión separable que alguien posee, entonces los niños y niñas que están siendo vendidos no están realmente sufriendo un daño, dado que generalmente reciben alguno de los beneficios que buscan -comida, dinero, protección física- a cambio de lo que dan. La compensación es bastante justa: visto que todos los implicados se "benefician" no hay problema, sobre todo porque los niños a menudo han "consentido".
 

¿Cómo es posible que alguien llegue a tener esta idea del sexo tan utilitarista y fría? La influencia y aceptación de la pornografía proporciona una respuesta parcial. Tal como demuestran cada vez más los estudios que se llevan a cabo sobre este tema, la pornografía funciona como un "educador sexual" que enseña a sus consumidores lo que debe considerarse realista y normal en el ámbito del sexo.

Por consiguiente, tiene el poder de enseñar los errores que encontramos latentes en las argumentaciones de los traficantes de sexo. La prostitución y la pornografía enseñan que el sexo es una mera transacción comercial, referida al cuerpo y facilitada por el consentimiento.


 
Pero si consideramos la sexualidad como un aspecto de la identidad personal, y las relaciones sexuales como la expresión más íntima de esa identidad, esa concepción es profundamente inquietante. Los clientes y los proxenetas tratan a las mujeres que compran y venden como una propiedad del deseo sexual masculino. El comprador tiene el "derecho" a la cosa por la que paga.


Este acto de instrumentalización pone al proxeneta y al comprador en una relación de propiedad respecto a su víctima. Del mismo modo, la pornografía proporciona a los que hacen uso de ella acceso a los cuerpos de las mujeres en cualquier momento, enseñándoles que tienen derecho a dicho acceso.

Este efecto está agravado por la representación pornográfica de la degradación de la mujer y su sometimiento a la fuerza y violencia del hombre, lo que, debido al hecho de que la pornografía es tan eficaz maestra sobre las normas, modela la actitud del usuario de pornografía respecto a esta relación sexual inherentemente desigual, haciendo que empiece a verla como algo normal.

¿Qué pasa, entonces, con el supuesto de que las víctimas, a menudo, han dado su "consentimiento" a esta relación desigual? Este consentimiento, en la medida en que se haya obtenido (algo que nunca es aplicable a los menores), se comprende desde un punto de vista muy pueril.

Reducido a un pseudoconcepto de no resistencia confirmada verbalmente, el consentimiento se convierte en un parámetro sin significado que permite que los proxenetas y los clientes no sientan remordimientos por su abuso.



En realidad, las víctimas deciden dedicarse a la prostitución porque están fuertemente condicionadas por las circunstancias económicas, por una coacción psicológica o por un vínculo traumático, que su "consentimiento" no verifica ningún estándar razonable de moralidad.
 

¿Qué lleva a una persona a sostener estas ideas totalmente inadecuadas de consentimiento? De nuevo, la pornografía juega un papel en ello. La noción de consentimiento que fomenta la industria [pornográfica] es regresivo hasta llegar a la paradoja: mientras se obtenga un "sí", todo vale, incluyendo la representación de violencia contra las mujeres, presente en el 88% de la pornografía.

Incluso si se obtiene el consentimiento para realizar una escena -lo que a veces no es verdad, tal como demuestra la organización Fight the New Drug-, el efecto de esta educación ha resultado en una tolerancia cada vez mayor a las formas desviadas de comportamiento sexual, incluyendo la violación.

Al presentar en términos sensacionales actos sexuales violentos, no consentidos y degradantes, mientras declaran que son básicamente consensuados, los pornógrafos envían un mensaje profundamente confuso. Este mensaje llega con tanta fuerza a través de la pornografía que tiende a reforzar entre sus usuarios el mito de la violación. La noción de consentimiento resultante está exenta de todo contenido inteligible.
 

 Tres cosas son evidentes: 

-Primera: los traficantes y los turistas sexuales tienen actitudes y suposiciones erróneas sobre el sexo, el consentimiento y la dignidad, sobre todo respecto al tráfico de personas.

-Segunda: estas actitudes y suposiciones constituyen su justificación para llevar a cabo crímenes horribles contra seres humanos vulnerables.

-Tercera: se sabe que la pornografía produce en sus consumidores exactamente las mismas actitudes y suposiciones.
 
Deducir de esto que la pornografía exacerba el tráfico sexual a través de la industria del turismo sexual y la prostitución parece lógico y justificado. Sin embargo, por ahora solo es una deducción prima facie. Lo que necesitamos, y por ahora no tenemos, son pruebas empíricas verdaderamente significativas que demuestren que la pornografía fomenta el tráfico sexual al inculcar en él sus "valores".




Ya tenemos pruebas que demuestran el vínculo entre la pornografía y la distorsión de las actitudes sexuales; ahora necesitamos estudios que determinen si estas actitudes no solo están sólo relacionadas, sino que causan que una persona participe en el turismo sexual como comprador o vendedor.
 
Hay que considerar una última cosa. Este ensayo empezó reconociendo el mérito del trabajo realizado por instituciones como Fight the New Drug al exponer el vínculo directo entre pornografía y tráfico sexual. El hecho de que muchas de las personas que actúan en el mundo del porno sean víctimas del tráfico sexual es parte de una historia más amplia sobre la falta de consentimiento, que parece ser general en esta industria.

Cuando se considera la frecuencia con la que, mediante la coacción y la deshonestidad, se engaña y se presiona a las mujeres para que entren en la industria del porno, es evidente que gran parte del material pornográfico se compone de actos a los que, en realidad, no se ha dado consentimiento pleno.
 

Esto conlleva, obviamente, que una persona no debe hacer uso de la pornografía, porque alimenta la demanda de una industria que explota de manera sistemática a mujeres, niñas y niños. Pero hay otra conclusión más oscura y terrible, y es que a menudo estos actos son violaciones reales y están retratados como tales.

Los consumidores habituales de pornografía están, por tanto, viendo de manera rutinaria una explotación sexual con fines comerciales, participando indirectamente en la violación y abuso de víctimas inocentes para su propia gratificación sexual. Incluso si no pensáramos que esto puede influir en alguien para vender y comprar sexo, este hecho debería, sencillamente, zanjar moralmente la cuestión.
 
Si quiere saber más sobre la pornografía y sus efectos nocivos pinche aquí.

Traducción de Helena Faccia Serrano.