En el contexto de las peticiones de perdón de Juan Pablo II cara al Tercer Milenio, la decisión de la Santa Sede en 1998 de abrir a los estudiosos los archivos centrales del Santo Oficio se convirtió en un gran acontecimiento mediático.
 
Se esperaba, recuerda la historiadora judía Anna Foa, profesora de Historia Moderna en la Sapienza de Roma, que a raíz de conocerse todos esos documentos la Iglesia renegase de la Inquisición, “que parecía haber representado el brazo armado de la Iglesia contra la herejía, el libre pensamiento y la libertad de conciencia” y era, para los historiadores conformistas no menos que para los medios, “el enemigo por antonomasia del pensamiento moderno”.


Pero los especialistas en la institución y el periodo no esperaban tanto, afirma Foa en las conclusiones de un congreso convocado en el Vaticano del 15 al 17 de mayo para conmemorar el vigésimo aniversario de la apertura del archivo, y que recoge L’Osservatore Romano. Los auténticos conocedores de la Inquisición sabían que tener a su disposición todos esos documentos “renovaría ampliamente, sí, los estudios”, pero que sobre los mecanismos inquisitoriales, la figura de los inquisidores y de los funcionarios de la institución o la relación entre el tribunal central y los tribunales periféricos no iban a aparecer datos que alimentasen el “sensacionalismo” de los medios y de los historiadores adocenados.


Grabado que representa la abjuración de Miguel de Molinos, el 3 de septiembre de 1687, en la iglesia de Santa María sopra Minerva en Roma, en presencia de numerosos cardenales, prelados y autoridades civiles.
 
La documentación a la que se tuvo acceso deshizo, efectivamente, algunos errores comunes sobre la Inquisición, pero todos ellos de interés exclusivamente para los especialistas y de escasa trascendencia para el gran público: la precisión de las actas, la insistencia sobre la centralización, las relaciones de la Inquisición romana con la española, los elementos de continuidad con la Inquisición medieval, etc…
 
Pero, sobre todo, las expectativas mediáticas quedaron defraudadas porque “a lo largo de las dos décadas anteriores ya había tenido lugar una revisión historiográfica” que, por el contrario, “más que en la dirección de una petición de perdón, había ido en el sentido de una revisión de la llamada leyenda negra de la Inquisición, gracias a estudios que, sobre todo en lo que se refiere a la Inquisición romana, más bien habían puesto en discusión el número de víctimas y su papel en la persecución”.
 
La profesora Foa lamenta que “todo ello no pasase a formar parte ni del saber común ni del interés de los medios, más orientado al sensacionalismo que a la precisión de los datos”. En consecuencia, “se ha acentuado la brecha entre los estudios científicos y el saber común, y muy pocos de los hallazgos más recientes de la historiografía han pasado a formar parte de la difundida imagen del terrible tribunal de la Inquisición”. Cita, como casos concretos, la caza de brujas, el proceso de Giordano Bruno o la abjuración de Galileo.


Foa hace una afirmación preocupante: “Podemos decir, sin temor a ser desmentidos, que la apertura de los archivos no solo no ha dado lugar a que la leyenda negra sea desmentida en los medios, sino que incluso se ha reforzado. Es más, si nos fijamos en la enorme masa de producción mediática que ha multiplicado intpernet, la impresión es que el abismo entre el saber racional (fruto de reflexiones, enfoques históricos, análisis documental) y el saber mitológico es ya insuperable".
 
Incluso la “leyenda rosa” se ha desinteresado de las investigaciones, critica, “y se limita la mayor parte de las veces a repetir tesis apologéticas sin preocuparse de extraer, de los datos y de las interpretaciones, que sin embargo no faltan, material para su propuesta”.
 
La consecuencia es que, “lejos de debilitarse con el aumento del acceso a la documentación, la imagen de la Inquisición como reino de la tortura y del mal tiene aún hoy vida propia y acaba por parecerse a las fake news de las que hoy tanto se habla”.
 
“Pero, ¿esperabamos de verdad que el acceso a los archivos, el incremento de los material disponible para los estudiosos, su conocimiento como especialistas, sus distinciones, podrían quebrar el reino del mito, de la ignorancia, del prejuicio?”, reflexiona la profesora Foa: “¿Y por qué habría debido ser así? Los últimos veinte años, los que han pasado desde la apertura de los archivos, son los que han visto crecer en la sociedad la fabricación de mitología, la consolidación de instrumentos más útiles para reiterar las mismas imágenes, el derrumbamiento de las barreras entre lo verdadero y lo falso, entre el saber y el no saber, entre la realidad y la ficción. Las pasiones y prejuicios prevalecen sobre el saber y el conocimiento. Gritan más alto. No hay ningún archivo –deberíamos saberlo, deberíamos haberlo aprendido de los acontecimientos del pasado siglo– que pueda prevalecer sobre eso, ningún documento que pueda desmentir un prejuicio consolidado ni poner en crisis un estereotipo”.