Los dos grandes testimonios de antiguos masones publicados en español en los últimos años, el de Maurice Caillet y el de Serge Abad-Gallardo, coinciden en el impacto que les produjo la ceremonia de su iniciación, con toda una carga simbólica cuyo significado empezaban en ese momento a descubrir.


A la izquierda, Serge Abad-Gallardo, autor de Por qué dejé de ser masón. A la derecha, Maurice Caillet, autor de Yo fui masón.

Hay muy poco acuerdo entre los propios masones sobre el alcance de esas ceremonias sobre el nuevo adepto. Así lo señala José Antonio Ullate Fabo en un artículo sobre El rito, la iniciación y el simbolismo masónicos publicado en el número de marzo-abril de la revista Verbo



Ullate, quien en su libro sobre la doctrina que transmiten las logias (El secreto masónico desvelado) cifra en el naturalismo la ideología informante común a todas las obediencias masónicas, precisa en Verbo que "el simbolismo masónico es la coagulación, la síntesis, de la doctrina naturalista de la masonería", y "una herramienta esencial para relativizar las anteriores convicciones del masón".

Hay un impacto inmediato, por tanto, de los ritos y fórmulas cabalísticas a las que se es sometido. Más allá de la importancia psicológica y sociológica de cualquier rito en cualquier ámbito, en el caso de la iniciación masónica es aún mayor, por cuanto "el candidato desconoce los contenidos reales de la doctrina masónica" cuando ingresa en ella. Todo su recorrido a través de los distintos grados de iniciación consistirán en desvelarla a modo de iluminaciones sucesivas. Por tanto, antes de entrar, "no son razones intelectuales las que atraen a la logia, sino motivaciones afectivas desordenadas", en concreto "curiosidad y vanidad", pues el aspirante busca "participar en un secreto" o "formar parte de un grupo exclusivo".

Ahora bien, ¿de qué naturaleza son esas iluminaciones sucesivas recibidas a través de los ritos de iniciación? ¿En qué grado tocan realmente el alma de quien se somete a ellos? Paradójicamente, dada la trascendencia del rito y el símbolo en las ceremonias de las logias, los masones divergen notablemente en torno a esa cuestión. Ullate señala cinco hipótesis planteadas por los mismos miembros de la organización en los estudios que cita.


El aspirante que se somete a los ritos de iniciación masónica no experimenta en ellos ningún cambio: "Sencillamente traspone el umbral del taller en el que se le van a ensear las técnicas con las que va a alcanzar sus 'fines espirituales'". Es una concepción cronológica: la iniciación meramente da comienzo al recorrido del masón por los sucesivos grados de la sabiduría a la que aspira.


Ese conocimiento tiene sobre todo un aspecto experimental. El grado de sabiduría recibido a través de los ritos depende de la subjetividad del nuevo adepto. Los ritos actuarían como los sacramentales en la Iglesia: ex opere operantis, solo en función de los impedimentos que plantee quien los recibe.


Continuando con las analogías cristianas, actuaría como los sacramentos en la Iglesia: ex opere operato, independiente del sujeto. En la iniciación masónica (un "psicodrama" en cuya descripción coinciden los ex masones Caillet y Abad-Gallardo), al asumir el neófito la personalidad de los personajes que aparecen en el rito (como Hiram, el arquitecto del templo de Salomón), "sufre una conmoción en el orden sensible que le hace adquirir un 'conocimiento poético' de aquella enseñanza" que esos personajes supuestamente transmiten. Según el masón Javier Otaola, la iniciación es "la puesta en marcha de un proceso de transformación personal".


Según los masones que postulan esta opción, el ritual iniciático otorga algo más que un conocimiento existencial subjetivo (hipótesis 2) u objetivo (hipótesis 3): otorga un conocimiento intelectual  que despierta "poderes psíquicos latentes", provoca "un cambio objetivo en la inteligencia del masón". Despunta aquí la tradición mágico-gnóstica.


Es la escuela "más abiertamente gnóstica": la iniciación tiene "una virtualidad ontológica" que marca al masón, le imprime carácter, diríamos tomando de nuevo prestado el lenguaje de la teología. Esta hipóteis, subraya Ullate, es "la más congruente con los elementos dogmáticos de la masonería". Su gran formulador y defensor fue el teórico esotérico René Guénon, quien afirma que la iniciación "tiene como meta esencial rebasar el estadio individual para pasar a los estados superiores del Ser".


René Guénon (18861951) hizo un recorrido vital por toda clase de mundos y submundos esotéricos. Su planteamiento sobre los objetivos y alcance de la iniciación masónica son los más coherentes con la ideología de este grupo.

Esto no puede hacerse individualmente, sino en el seno de una organización que "mantenga sin ninguna interrupción la continuidad de la cadena iniciática", esto es, la masonería: de nuevo una visión invertida de la Iglesia. Y añade Guénon que "los verdaderos ritos iniciáticos y los símbolos tradicionales son de origen no humano" y tienen siempre "como meta poner al ser humano en relación con algo que rebasa su individualidad".



Por tanto, la iniciación, según el autorizado magisterio de Guénon, quien si bien abandonó la masonería en sus años finales lo hizo para buscar lo mismo en la "mística" sufí (musulmana), no es ni mero punto de partida moral (hipótesis 1), ni un proceso también moral (hipótesis 2) ni una experiencia o psicodrama (hipótesis 3), ni un acceso a conocimientos secretos (hipótesis 4), sino "un escalamiento en la jerarquía de los múltiples estados del Ser". Esta doctrina, recuerda Ullate, "refleja una cosmología gnóstica panteísta".


Todos los autores masones citados por Ullate (Alec Mellor, Florencio Serrano, Francesc Xavier Altarriba, Javier Otaola, Oswald Wirth, Henry Wilson Coil, John Salza, el mismo Guénon) coinciden en la importancia de los rituales de la iniciación. Pero no aclaran nada de lo que realmente pasa en quien atraviesa ese conjunto de representaciones.

Siguiendo al ex maestro masón John Salza, y partiendo de la sencilla y -ésta sí, muy clara- teología moral cristiana y su distinción entre la vida de la gracia y la vida sin la gracia (en el pecado), Ullate sí lo aclara: es "la sugestión de pensar que ya se pertenece al electo grupo de los que han recibido la luz, aunque no se tenga claro en qué consiste dicha iluminación. La vanidad, es, sin duda, un ingrediente esencial de la iniciación masónica".