Una queja muy frecuente entre quienes se han arrepentido de sus operaciones de mutilación o tratamientos hormonales para "reasignación" de sexo se dirige a los médicos que les atendieron sin ofrecer alternativas ni advertir de la posibilidad de emprender un camino psicológicamente reversible... pero físicamente irreversible. Es cierto que el lobby LGTBI, gracias a su respaldo mediático (campañas de denigración pública de personas) y político (leyes de imposiciones y multas), intimida de tal forma a todo aquel que pueda cuestionar sus planteamientos, que un facultativo que atienda a una de estas personas puede temer razonablemente perder su trabajo y el sustento familiar si las orienta en dirección distinta a la dogmatizada por la ideología de género. Con todo, Ryan T. Anderson ha recogido algunos casos particularmente graves de personas que han hecho la doble transición y formulan expresamente esa crítica. Todo ello se incluye en su libro, de aparición inmediata, Cuando Harry se convirtió en Sally. Respondiendo al momento transgénero. El título del libro evoca la película Cuando Harry encontró a Sally, dirigida en 1989 por Rob Reiner e interpretada por Meg Ryan y Billy Crystal, y ha sido comentado por Austin Ruse en Crisis Magazine:
Monstruos médicos entre nosotros
Ryan Anderson ha publicado un libro con una argumentación muy extensa, razonada, meditada y llena de matices contra el movimiento y la ideología transgénero. En él también hay una condena feroz a la complicidad de los médicos y terapeutas, que se puede interpretar como un acta de acusación.
Ryan Anderson forma parte del equipo directivo de The Heritage Foundation, fundación conservadora estadounidense, y es el fundador y director de Public Discourse, publicación de la cual ReL ha traducido algunos estudios. Anderson se licenció en Princeton y se doctoró en Filosofía Política en la Universidad de Notre Dame. Sus estudios se han centrado en el matrimonio, la libertad religiosa y últimamente la ideología de género.
Hay mucho que elogiar en el libro When Harry Became Sally [Cuando Harry se convirtió en Sally], que sale publicado en febrero, pero lo que llamó mi atención fue, sobre todo, el capítulo dedicado a las víctimas del transexualismo y su rabia genuina hacia los médicos y terapeutas que les mintieron, no les ofrecieron opciones y les causaron un daño real y permanente. No estoy seguro de que Anderson quisiera realmente expresarlo de este modo, pero en el capítulo sobre «las personas que de-transicionan» [que después de transicionar a un género no asignado biológicamente, desean volver al género con el que nacieron], la culpa de los médicos y terapeutas -que realmente parece que podrían ser procesados legalmente-, se lee en cada página.
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Una chica empezó a ponerse gel de testosterona a los 18 años; al cabo de poco tiempo, empezó con inyecciones. En la universidad su «voz se rompió», sus caderas se estrecharon y sus hombros se ensancharon. Luego le amputaron sus pechos sanos en una operación chapucera que le dejó cicatrices tremendas. Anderson resalta que en todas estas interacciones con los profesionales médicos nunca fue asesorada, ni le preguntaron «por qué sentía tanto deseo de ser un hombre». Ahora dice: «Me he convertido en una mujer que parece un hombre. Siempre tendré una voz rota y ya nunca tendré pechos…». Nunca recibió asesoramiento.
Anderson afirma que es un tema común en quienes se arrepienten de su cambio de sexo: sienten como si hubieran sido presionados a llevar a cabo la transición. Dice: «Lamentan que los profesionales médicos nunca se interesaran en las cuestiones psicológicas subyacentes». Es como si sólo hubiera una respuesta a la disforia de género: tratamiento y cirugía.
Cari
Una joven llamada Cari es una de las muchas personas que han «de-transicionado» y que relatan sus historias en YouTube. Socialmente transicionó a los 15 años, empezó a tomar hormonas a los 17 y después hizo que le amputaran los pechos. «De-transicionó» a los 22.
La experiencia que tuvo Cari con los profesionales es la habitual. Un terapeuta especialista en género le recetó testosterona después de 3 ó 4 visitas. Dice: «Cuando estaba transicionando, nadie en el ámbito médico o psicológico intentó disuadirme, ofrecerme otras opciones, hacer realmente algo para impedir que siguiera adelante; sólo me dijeron que esperara a cumplir los 18…».
Cari quiere saber si hay algún otro trastorno médico en el que «entras en el despacho de un médico, le dices que te sientes de una cierta manera -que no se puede demostrar objetivamente, pero que puede estar causada por un trauma, problemas mentales o factores sociales-, y lo que recibes es un tratamiento médico que altera tu vida en cuanto lo dices».
Max
Max empezó a transicionar de mujer a hombre cuando tenía dieciséis años. Tras la terapia hormonal, le extirparon los pechos. Dice: «Durante mucho tiempo sentí que no tenía otra elección y la razón es que no se me ofrecieron otras posibilidades. ¿Cómo puede alguien dar realmente su consentimiento informado a la transición cuando cree que la única alternativa es una vida terrible que, en última instancia, puede acabar en suicidio?».
Max considera que, de alguna manera, tiene mucha suerte, porque no llegó a hacerse la histerectomía que tenía pendiente de programar. Sin embargo, afirma que la profesión médica le ha causado mucho daño. Acusa especialmente al médico que le extirpó los pechos y a lo que ella llama «el conjunto de la industria médica».
"Crash"
Una joven llamada «Crash» dice que el trauma que le produjo el suicidio de su madre, junto a lo que describe como «una misoginia interiorizada», seguramente causada por acoso, son las razones que la llevaron a la disforia de género y a su deseo de ser chico. Ni un solo terapeuta exploró estos traumas ni la ayudó a afrontarlos. Ninguno le preguntó que había detrás de su deseo de ser chico.
Afirma que los profesionales de salud mental y los terapeutas especialistas en género la dañaron. La mujer médico que la visitaba era muy empática y «la tranquilizaba», pero «me hizo tomar un tratamiento que me causó trastornos con los que aún hoy tengo que lidiar». Crash afirma que los médicos «la ayudaron a destruirme».
Carey
Alguien que apoya la Tercera Vía Trans, un hombre que intentó transicionar a mujer, afirma que el hecho que te den un tratamiento hormonal después de dos visitas en un terapeuta incumple los estándares médicos de entonces, pero no los actuales.
Carey Callahan intentó transicionar a hombre y, según Anderson, «ahora mira con consternación a los médicos que no respetaron su cuerpo, sino que lo trataron como un experimento». Anderson describe también el horror que Carey siente por «haber sido sometida, por parte de los profesionales médicos, a procedimientos tan drásticos sin tomar en considerar su confusión mental y su trauma no afrontado».
El problema es que los profesionales de salud mental, los asesores especialistas en trastornos de género, los médicos y los profesores creen que los niños que demuestran tener cualquier tipo de trastorno de género son probables candidatos a la transición. Y sólo hay una respuesta a este trastorno: tratamiento y cirugía.
Jazz
Cuando era muy pequeño, a Jazz Jennings le gustaban desabotonarse su pijama-ranita y esto significaba que quería llevar un vestido y ser una niña, por lo que su entorno actuó en consecuencia. Los ideólogos de género creen que cualquier resistencia es problemática, e incluso ilegal. Hay que mentir a los padres que se resisten y, si es necesario, avisar a Protección de Menores para quitarles al hijo en cuestión.
Esto es lo que ellos, los ideólogos, prescriben para un niño al que le gusta desabotonarse su pijama-ranita. La transición social a una edad tan temprana como cinco años. Terapia de sustitución hormonal a los dieciocho. Cirugía poco después. Ni siquiera se les ocurre informar que los bloqueadores de la pubertad pueden detener cambios corporales que nunca se recuperarán. En el libro de Anderson se cuenta de una pobre alma de treinta años que cree que puede recuperar su pubertad perdida. No puede. La pubertad acaba en la pubertad.
Medios y activistas
Anderson, justamente, no sólo acusa a los médicos, sino también a los periodistas «que, sistemáticamente, pregonan el éxito de los procedimientos de reasignación de sexo y exageran las evidencias a su favor».
Y luego están los activistas que denigran, e incluso se burlan, de las víctimas de la ideología del cambio de sexo. Zack Ford, vinculado a la izquierdista ThinkProgress y que es un verdadero acosador de Ryan Anderson, tuiteó hace poco insinuando que Walt Heyer, que se arrepiente de su cambio de sexo e impulsa la necesidad de afrontar los problemas psicológicos, nunca fue realmente un «transgénero». Ford seguramente tiene razón acerca de esto, pero sobre lo que está equivocado es que nadie es realmente transgénero, porque la mayoría de ellos luchan con problemas psicológicos subyacentes y son atraídos con engaños por terapeutas sin escrúpulos, médicos chapuceros y activistas como Zack Ford para que acepten la transición.
El transexualismo es un «contagio social», como dice una de las personas del libro de Anderson. Hemos visto estos contagios sociales antes. Hubo una época en la que la histeria llevó a quemar a las mujeres porque se pensaba que eran brujas. Hubo un tiempo, no hace mucho, en que la histeria llevó a acusar a trabajadoras sociales por falsos recuerdos de abusos sexuales implantados en los cerebros de niños por psiquiatras ideologizados.
Esperemos que llegue el día en que las víctimas de la histeria del cambio de sexo acusen a los terapeutas y médicos que, en palabras de las víctimas, destrozaron sus vidas.
Hay mucho más en los siete capítulos restantes de When Harry Became Sally. Hay que felicitar a Ryan Anderson por este importante y valiente libro, que seguramente le acarreará océanos de oprobio por parte de la izquierda sexual.