Pierre Manent es uno de los principales intelectuales signatarios del manifiesto Por una Europa fiel a la dignidad humana que promueve la Plataforma One on Us. Nacido en Tolouse en 1949, profesor de filosofía política en la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales de París, algunos de sus ensayos son ya clásicos modernos del pensamiento sociocultural, como Historia del pensamiento liberal o Las metamorfosis de la ciudad.

Su opinión sobre la evolución actual del mundo y el impacto en ella de las nuevas ideologías es, pues, relevante, y al respecto le ha entrevistado Eugénie Bastié para Le Figaro:

-El 6 de febrero tuvo lugar en línea, bajos los auspicios de la Academia Católica de Francia, un coloquio online dedicado al tema Cristianismo y migraciones. Entre el deber de caridad y el derecho de los pueblos a la continuidad histórica, los cristianos a menudo sufren por las indicaciones contradictorias que reciben. ¿Por qué cree que es importante responder a este malestar? ¿Es algo reciente?

-El malestar de los cristianos es un aspecto del malestar general de los ciudadanos europeos, que se enfrentan, no solo a una pérdida de poder de sus naciones ante el desafío de las potencias, sino también a una pérdida de confianza en la legitimidad y el sentido mismo de la forma de vida que la nación alberga.

»El derecho de los pueblos a la continuidad histórica de la que usted habla no forma parte precisamente de los derechos del hombre tal como se comprenden y garantizan actualmente, que tienen por un lado al individuo y por el otro a la humanidad. Apegados a sus naciones, en las que el cristianismo ha tenido un papel relevante, y sometidos al mandamiento de la caridad, que incluye a todo tipo de personas, los cristianos tiene razón de sentirse especialmente "compartidos".

»Las migraciones, centro de atención actual, obligan a todos los ciudadanos a tener clara la idea de comunidad civil que quieren formar, y obligan a los cristianos a precisar el sentido y el alcance de la virtud de la caridad, que es el centro de la vida cristiana.

»Al subrayar, desde el inicio de su pontificado, el derecho de los migrantes a acceder al país donde quieren vivir y, por ende, la obligación de nuestras naciones a acogerlos, el Papa Francisco ha elevado lo que era una tendencia en el pensamiento o la sensibilidad católica a principio doctrinal; o, más bien, a un test de autenticidad cristiana. En este sentido, y debemos agradecérselo, nos obliga a aclarar nuestras ideas y sentimientos, nuestra mente y nuestro corazón.

-En su encíclica Fratelli tutti, el Papa Francisco se posiciona a favor de la acogida de los migrantes y la fraternidad universal. ¿Qué piensa de esta toma de posición? ¿Es una ruptura con las anteriores tomas de posición de la Iglesia?

-El gesto del Papa Francisco no procede de un análisis riguroso de los fenómenos migratorios. Parte del supuesto, ampliamente compartido hoy en día por las instituciones internacionales, de que la migración es el fenómeno más significativo del momento actual, la cuestión en relación con la cual es urgente tener una postura clara. Se aplica a los migrantes la visión que Marx tenía respecto a los proletarios: ¡representan tanto la justicia como la fuerza, y sus reivindicaciones son la promesa de una humanidad reconciliada!

»Este arrebato romántico se aleja del enfoque tradicional de la Iglesia católica, que pone en primer plano la naturaleza social y política del hombre. En otras palabras, en el plano puramente natural, ser hombre pasa por su pertenencia cívica y social.

»En sentido estricto, la ley presupone una asociación; no puede estar vinculada a un individuo humano separado. En consecuencia, el fenómeno más significativo, hoy como ayer, el que debe tener autoridad, es la asociación humana ordenada, animada por una educación común y un objetivo compartido. Esto significa que las comunidades que, al igual que nuestras naciones, han logrado desarrollar una educación común que proporciona a cada ciudadano los medios para su propia mejora, son preciosas y debemos valorarlas y amarlas. Es una apreciación apresurada y sesgada reprocharles por principio que son "cerradas", ya que esta "cerrazón" es la condición de su existencia y sus beneficios.

»Los propios emigrantes, antes de venir a nuestros países, participaban activamente en la vida del país que dejaron atrás, y en el que, según la edad que tengan, recibieron una educación más o menos completa, una formación humana más o menos lograda. Dada la diversidad de regímenes políticos, sociales y religiosos, es evidente -y hemos tenido pruebas dolorosas de ello- que esta formación puede haber inculcado en ellos normas de conducta y disposiciones incompatibles con nuestros principios de justicia y con la amistad cívica en la que queremos vivir.

El barrio de Molenbeek, en Bruselas, corazón de Europa y enclave de donde han surgido numerosos terroristas islámicos.

»Según el punto de vista humanitario, los migrantes son solo "hombres similares"; sin embargo, también son "ciudadanos diferentes". Si bien es una obligación ayudarlos cuando están en peligro, esta obligación no incluye la de hacer de ellos nuestros conciudadanos. Podemos tener buenas razones para negarles la ciudadanía y no dársela. Celebro que el Papa Francisco nos anime a ser "fraternos", pero lamento que su reproche se dirija obstinadamente a nuestras viejas naciones cristianas, que ciertamente no son, actualmente, los miembros más taimados de la familia humana.

-Los cristianos favorables a la apertura de fronteras invocan la parábola del Buen Samaritano del Evangelio de Lucas. Efectivamente, ¿no puede interpretarse esta parábola como una invitación a socorrer y acoger a todos los extranjeros? ¿Cómo compatibilizar esta exigencia de prestar auxilio con el respeto de las fronteras?

-No hay contradicción entre la exigencia de socorrer y la existencia de fronteras. Las fronteras son la condición para la existencia de una asociación política capaz de proporcionar ayuda. ¿Qué hombre prudente puede soñar con un mundo sin fronteras? No hay educación superior que crezca allí donde los hombres no puedan sentirse orgullosos de lo que logran con su acción común. Pero no hay educación y acción común sin separación, y ¿qué separación más humana y civilizada que la de una frontera bien trazada?

»En cuanto a la Parábola del Buen Samaritano, puede leerse útilmente como un estímulo a la devoción fraterna. El Evangelio de Lucas, sin embargo, tiene un propósito muy diferente. Si el sacerdote y el levita no acuden al borde del camino para ayudar al moribundo, no es porque les frene su egoísmo, sino porque obedecen estrictamente la ley de pureza. El samaritano que acude en su ayuda hace mucho más, y una cosa muy distinta de lo que podría hacer incluso un hombre muy generoso: el samaritano no es otro que el propio Cristo.

»Usted me podría preguntar qué cambia. Lo cambia todo. La Ley ha arraigado a los judíos en el amor al verdadero Dios y al prójimo, pero tal como la interpretan los juristas no da lo que ordena, es decir, el amor ilimitado a Dios y al prójimo. Solo Jesucristo -¡estamos hablando del Evangelio!- puede dar lo que ordena, el amor ilimitado a Dios y al prójimo. La parábola no solo nos enseña la fraternidad humana, sino también, y en primer lugar, que únicamente la mediación de Cristo puede hacernos capaces de una caridad verdadera y completa. En resumen, la parábola nos enseña el cristianismo.

»La gente me puede decir: ¡pero el Papa quiere dirigirse también a los no cristianos! Estoy de acuerdo, pero ¿por qué el Papa se dirigiría a los no cristianos si no es para enseñarles el cristianismo?

-¿Acaso no es la nación, tal como ha demostrado usted en su obra, la forma política de la Europa cristiana? ¿Qué hay en el cristianismo que aboga por la forma nacional?

-Nada en el cristianismo aboga especialmente por la forma nacional; pero, de hecho, la nación se ha convertido en la forma política de la Europa cristiana. El cristianismo no trae consigo ninguna ley o forma política. El anuncio cristiano llama a entrar en el Reino que no es de este mundo, y para ello a adquirir las virtudes de la fe, la esperanza y la caridad que conducen a él. Eso es todo. Ahora bien, según la famosa fórmula de Loisy, "Jesús anunció el Reino y es la Iglesia la que ha venido". Nada más acertado, aunque la intención fuera ser cáustico.

»Esperando "al que ha de venir", los cristianos se vieron obligados, mientras esperaban, a instalarse en cierta medida en el mundo sin dejar de aspirar a "las cosas de arriba". La Iglesia fue al principio, y seguirá siéndolo hasta el final, el instrumento y el vehículo de esta delicada operación.

»Volviendo a su pregunta, le diré que la Iglesia permitió a Europa salir de la alternativa "pagana" entre la ciudad y el imperio, entre lo "demasiado pequeño" y lo "demasiado grande". En particular, al llenar todas las dimensiones del alma, desde lo más íntimo hasta lo más inmenso, la propuesta cristiana impidió que Europa sucumbiera a la fatalidad del exceso imperialista que nunca dejó de acecharla.

»Nuestros padres supieron elaborar esta "justa medida" de la nación, o más bien de las naciones, que, educándose mutuamente en una emulación de la que la rivalidad bélica no es más que un aspecto, dieron lugar a la prodigiosa riqueza y fecundidad de la civilización europea. Además, fue en gran medida el debilitamiento de la vitalidad cristiana lo que, en el siglo XX, arrojó a las almas ardientes y vacías de los europeos a la idolatría de la nación, la clase o la raza.

-El mandato de abrir las fronteras y acoger incondicionalmente a los migrantes es la consecuencia de lo que usted llama "la religión de la humanidad". ¿Es esta una versión diluida del cristianismo (las famosas "virtudes enloquecidas" de Chesterton) o es una ruptura radical con él?

-Cristianos o no, si queremos aclarar un poco nuestra situación no debemos confundir el cristianismo con la religión de la humanidad, que hoy es la religión política de Occidente. En otras palabras, la religión de la humanidad se basa en un sentimiento inmediato, compartido por todos los hombres en diversos grados, a saber: el sentimiento del prójimo, el sentimiento de la humanidad del otro hombre, que contendría la promesa de una unificación de la humanidad a través de una especie de contagio irresistible, identificándose cada uno con su prójimo y transportándose con la imaginación al lugar de su prójimo.

»La caridad es algo muy diferente al sentimiento del prójimo o la compasión. No se basa en el sentimiento ni en la imaginación. Es una disposición activa de la voluntad, una virtud, que tiene como objetivo ¿el qué? Inseparablemente, a Dios y al prójimo, pero primero a Dios. ¿Por qué? Aquí tenemos que confesar la verdad: los hombres no tenemos tendencia al amor y la amabilidad. Según la afirmación cristiana, solo la mediación de Cristo puede liberarnos de la prisión de nuestro yo. Por eso la caridad no ve la apariencia conmovedora de nuestro prójimo, sino que apunta a la presencia invisible de Dios, del que nuestro prójimo es el rostro. ¡Perdón por este resumen de teología católica!

»La religión de la humanidad se ha instalado entre nosotros a raíz del debilitamiento del cristianismo. Consagra nuestra pasividad: incapaces de querer nada propio, esperamos que el otro venga a nosotros.

Traducción de Elena Faccia Serrano.