Monseñor José Ignacio Munilla, obispo de San Sebastián, ha escrito una carta titulada “Yihadismo, no; relativismo, tampoco”, en la que denuncia que tras los atentados terroristas suele producirse un fenómeno que lleva a acusar falsamente a las religiones como los causantes de la violencia. La solución desde lo políticamente correcto es descafeinar las religiones, y en el caso concreto de la Iglesia Católica arrinconarla haciendo que, entre otras cosas, “el Evangelio no debiera de ser predicado ni acogido como la revelación de Dios en Jesucristo, sino solamente como unos principios inspiradores que ayuden a humanizarnos; es decir, a ser mejores personas”.
En cuanto a la moral, el relativismo pide a “fe católica su renuncia a predicar los mandamientos de la ley de Dios como normas morales objetivas, para pasar a predicar una moral autónoma, en la que la conciencia sería la fuente misma de la verdad moral”. O “la obediencia a la voluntad de Dios habría de ser sustituida por el cultivo de los valores espirituales que anidan en nuestra interioridad”, etc.
Esto sería un éxito del yihadismo: “Generar o reforzar una corriente de pensamiento relativista, hasta el punto de requerirnos a los cristianos una reformulación de nuestra fe”. Sin embargo, la Iglesia Católica, gracias a ser lo que es, “se ha convertido en el panorama internacional en un instrumento de encuentro entre culturas y religiones, así como en uno de los principales agentes e interlocutores de la paz”.
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A propósito de los atentados en Cataluña, como ha sucedido cada vez que el terrorismo yihadista ha actuado dentro de las fronteras europeas, se ha reabierto el debate sobre el influjo de la fe religiosa en la paz mundial. He seguido con interés las diversas reflexiones que se han publicado, y aunque no creo que la mía vaya a resultar novedosa, pretendo, al menos, ser pedagógico en mi exposición.
En las redes sociales hemos sido testigos, una vez más, de los ataques habituales a todo tipo de fe religiosa, por parte del ateísmo más agresivo; quien considera que la fe en una verdad suprema es la raíz de todo fundamentalismo y el germen de la violencia mundial. Este ateísmo radical sostiene que el mundo sería más pacífico sin religiones, tal y como expresaba la conocida canción “Imagine” de John Lennon: “Imagina un mundo sin motivos para matar o morir, sin religión alguna. Imagina a todas las gentes viviendo sus vidas en paz”.
Sin embargo, John Lennon ignoraba que mientras él cantaba esa canción, el ateísmo estaba siendo la bandera más utilizada en el siglo XX para justificar el exterminio de millones de personas en el mundo entero. En efecto, la consideración de la fe religiosa como “opio del pueblo”, llevó a un holocausto de multitud de inocentes…
Sin embargo, tampoco sería equilibrado afirmar que el ateísmo haya sido la causa de la violencia mundial. En realidad, tanto la fe como el ateísmo no han sido sino un mero pretexto para el ejercicio de la violencia. Matar en nombre de un dios, en nombre de la revolución, o en nombre de la libertad, además de un asesinato, es una mentira. Una mentira que busca dignificarse encubriéndose en supuestos ideales, de los que en realidad carece. La verdad resulta ser bien distinta: detrás de la violencia se esconde un odio que suele tener su raíz en las inseguridades y los miedos del violento, además de en su falta de sensibilidad hacia el prójimo.
Pero en los círculos intelectuales que marcan la línea de pensamiento en nuestro entorno cultural europeo, la reacción más habitual no es la del ateísmo radical, sino la del relativismo. Los “Charlie Hebdo” de turno (que también entre nosotros tienen sus emuladores) no dejan de ser un grupo social marginal. Por el contrario, el relativismo es cuasi omnipresente, y pretende hacer una reinterpretación del hecho religioso, afirmando que todas las religiones son iguales, y que su único valor objetivo está en el bien subjetivo que puedan ofrecer a sus adeptos.
Las repercusiones son muy concretas: El Evangelio no debiera de ser predicado ni acogido como la revelación de Dios en Jesucristo, sino solamente como unos principios inspiradores que ayuden a humanizarnos; es decir, a ser mejores personas. Jesucristo no habría pretendido fundar la Iglesia, sino que su intención habría sido simplemente la de predicar el Reino de Dios. La única manera de construir el encuentro interreligioso sería la renuncia por parte de la Iglesia Católica a su conciencia de ser depositaria del mensaje de Jesucristo, el revelador del Padre, el Hijo del Dios vivo. En cuanto a la moral se refiere, el relativismo requeriría de la fe católica su renuncia a predicar los mandamientos de la ley de Dios como normas morales objetivas, para pasar a predicar una moral autónoma, en la que la conciencia sería la fuente misma de la verdad moral.
En definitiva, para que el relativismo otorgue el marchamo de políticamente correcto a la religión cristiana, se requeriría renunciar a una religiosidad que configure verdaderamente nuestra vida, limitándose a inspirar vagamente nuestra existencia. Por otro lado, la obediencia a la voluntad de Dios habría de ser sustituida por el cultivo de los valores espirituales que anidan en nuestra interioridad, etc.
En conclusión, el relativismo aprovecha la sombra del yihadismo, para poner bajo sospecha de fundamentalismo a la fe cristiana que cree en una revelación histórica y objetiva. Permítaseme una ironía en esta exposición. Es como si nos atreviésemos a corregir a la Virgen María en la expresión de su “fiat” (“He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”); exigiendo una reformulación en términos políticamente correctos: “Estoy abierta a la trascendencia en la medida en que me haga sentirme realizada”.
Traigo a colación unas palabras deliberadamente silenciadas del Papa Francisco: “También el relativismo hiere mucho a las personas: todo parece igual, todo parece lo mismo”. Sin duda, uno de los mayores éxitos que podría alcanzar el yihadismo es el de generar o reforzar una corriente de pensamiento relativista, hasta el punto de requerirnos a los cristianos una reformulación de nuestra fe… Sin embargo, ¿acaso no ha demostrado sobradamente la Iglesia Católica, tras el Concilio Vaticano II, que se puede creer con firmeza en Jesucristo como la revelación de Dios y en la Iglesia como portadora de esa revelación, al tiempo que la misma Iglesia Católica se ha convertido en el panorama internacional en un instrumento de encuentro entre culturas y religiones, así como en uno de los principales agentes e interlocutores de la paz? La alternativa al yihadismo no puede ser ni el materialismo ateo, ni el relativismo de una religión hecha a nuestra medida. El yihadismo se sentiría muy cómodo teniendo a ambos como adversarios. ¡Nuestro relativismo sería su victoria!