A la sociedad, moldeada según patrones ideológicos feministas, parece importarle poco si las mujeres que optan por ser amas de casa son felices o no: se las considera "no rentables" o "esclavas", y se busca que se sientan culpables por ello. Madeleine Meteyer les ha dado voz en un reportaje en Le Figaro:
Loéva: ¿el ama de casa perfecta?
Loéva tiene 25 años. Su cuenta de Instagram es el escaparate de una vida doméstica sin defectos. En una de sus publicaciones presume de haber hecho un pastel para el que ella misma ha recogido las fresas, hecho la masa y montado la nata. Loéva es ama de casa, su biografía lo anuncia con orgullo. En respuestas a sus posts, otras madres "inactivas" (según la tipología del INSEE, Instituto Nacional de Estadísticas y Estudios Económicos) se conmueven y alaban las glorias de la maternidad, las comidas caseras, mucho mejores que las industriales, las cualidades maternales -paciencia, abnegación, creatividad- que nacen del trato asiduo con esos seres humanos en miniatura...
Pero, como sucede con las joyas demasiado brillantes, que parecen de bisutería, las demostraciones de apoyo también parecen artificiales. Una felicidad tan estridente, ¿no esconderá alguna insatisfacción? A esta pregunta cínica, Loéva responde que ella es feliz y punto. Desea que su cuenta pueda ser de ayuda a esas mujeres que ante la pregunta "¿En qué trabajas?" se avergüenzan de responder: "Soy ama de casa". Esas mujeres socavadas por la vergüenza o el sentimiento de ser inútiles. Esas mujeres que saben que su vida es considerada aburrida o esclava.
Marguerite: ¿una mujer sin interés?
En Lorient (Morbihan), Marguerite, de 30 años de edad, ha leído recientemente un artículo titulado Tengo hijos, trabajo, soy una mujer moderna. Se pregunta: "Entonces, yo... ¿qué soy?". ¿Un ama de casa que cambia pañales y se ocupa del hogar mientras su marido, militar, trabaja? ¡Ni hablar! La imagen enviada por el periódico le parece tan cruel como injusta.
Madre de dos niños -el mayor, de tres años-, Marguerite no es una figura del pasado atada al fregadero y a los hijos. Es verdad que no tiene una profesión, pero siente que sostiene su hogar tanto como su esposo: lee, se informa, se ocupa de los niños, de la administración del hogar, de los trabajos que hay que hacer en la casa. Los cuales, además, le causaron otra humillación cuando, en junio, en un almacén de bricolaje le negaron un pago a plazos. ¿¡Un pago a plazos para alguien sin trabajo!? ¡Imposible! "Como suele suceder, respondí: 'Mi marido se ocupará'", suspira Marguerite: "La verdad es que él nunca se ocupa de estas cosas".
Una sucesión de episodios de este estilo la han llevado a una amarga conclusión: "No soy una persona interesante para la sociedad". En las cenas, en las bodas, ya no se sorprende al ver el tedio en los ojos de su interlocutor cuando dice que es ama de casa. Y sin embargo, Marguerite pertenece al clan de amas de casas menos obligadas a justificar su decisión. Porque realmente no es una decisión. Esposa de un hombre que está ausente varios meses al año, realmente no podría trabajar. En resumen, la imaginamos frustrada y decimos de ella: "¡Pobre! ¿Qué otra cosa podría hacer? ¡Su marido nunca está!".
La visión pesimista que se tiene del ama de casa está alimentada, además, por la suposición de que ninguna mujer prefiere quedarse en casa, y de que quien lo hace toma esta decisión motivada por una carrera fracasada o decepcionante. Datos muy serios acreditan esta tesis: en 1991, el 59% de las amas de casa declaraban haber dejado su trabajo por razones personales. En 2011, eran sólo el 21%. La razón mayoritaria es la finalización de un contrato temporal (el 35% de los casos, según el INSEE, 2011).
Mélanie, ¿una mujer inservible?
Mélanie, de 42 años de edad, forma parte de ese grupo de mujeres arrojadas por el mar del empleo a la orilla del mundo doméstico. Desde que en marzo perdió su trabajo en una relojería, esta mujer que vive en Russey (Doubs) se denigra: "No soporto el sentimiento de no servir para nada. Cuando mi marido vuelve a casa por la noche, me pregunta qué he hecho. Cuando le respondo: 'He limpiado la casa', exclama: 'Pero, ¿no lo habías hecho ayer?'".
Puede ser, pero, ¿qué más hacer?.... Ya no tienes hijos pequeños a los que cuidar: ella "adoraba" cambiar a sus hijos cuando eran bebés, jugar con ellos, cantarles canciones. Con 9 y 11 años, sus hijos más pequeños van al colegio y "empiezan a moverse solos". Entonces Mélanie se dedica a ordenar papeles, doblar la ropa de casa, ordenar, limpiar, esperar a sus hijos. Y oculta su vida a sus vecinos, porque en esta región fronteriza, "el hecho de no trabajar no se entiende". Por "trabajar" se entiende "ganar dinero".
Pénélope: ¿una mujer parásito?
¡Ay, el dinero! ¡El principal nudo de la discordia! El trabajo del ama de casa no produce dinero (aunque a veces permite ahorrar en niñeras). Por ello, el ama de casa sería el "parásito" del que se burlaba Simone de Beauvoir en El segundo sexo. En París, Pénélope [hemos cambiado su nombre], de 48 años de edad, antigua analista financiera, madre de tres hijos de 5, 7 y 9 años, tiene que oír cómo se la acusa constantemente de vaciar, sin llenar, la economía del hogar. Y quien la acusa es su marido.
En 2012, con motivo de su primera baja por maternidad, él le dijo, contrito: "Creía que ibas a aprovechar la baja para crear una empresa". Cuando se acuerda de este episodio, Pénélope se ríe: "Estaba agotada, ¡me ocupaba de nuestra hija!". Desde marzo, tras conseguir una rescisión de contrato de mutuo acuerdo, es oficialmente ama de casa. No ha elegido esta vida para "quedarme tumbada todo el día", ni "para estar segura de que mis bebés están limpios y mi casa ordenada", sino para dedicarle tiempo a sus hijos, "enseñarles cosas, construir su espíritu y su mente". Y para poder cuidar a su padre nonagenario, debilitado por el Alzheimer. La tolerancia de su marido ante esta decisión fluctúa. La mayor parte del tiempo, no lo entiende. Ser el único que gana dinero le irrita. Pénélope intenta tranquilizarlo, y le promete que trabajará en cuanto sus hijos sean más mayores.
Stéphanie, ¿una mujer retrógrada?
En Ferney-Voltaire (Ain), Stéphanie, de 41 años, madre de cinco hijos, el más pequeño de los cuales tiene once meses, no ha encontrado la misma resistencia por parte de su marido, que es médico. Como el de Marguerite, su marido considera que el dinero que gana con su trabajo es "de toda la familia".
Los reproches por el tema de su dependencia financiera Stéphanie los recibe de otra persona, su madre, la cual, ama de casa a su vez, detestaba tener que pedir dinero a su marido. Por ello enseñó a sus dos hijas "a no tener que depender de los hombres". Su hija menor la escuchó y planificó su carrera. La mayor, Stéphanie, en cuanto acabó sus estudios de derecho prefirió ser madre. Las dos primeras nacieron con alguna pequeña discapacidad, por lo que se tuvo que olvidar de buscar un trabajo.
Tuvo más embarazos, y en cada uno su madre le aconsejaba que abortara y, cada vez, Stéphanie la ponía en su sitio, feliz de tener una gran familia. "Claro que hay inconvenientes en ser ama de casa. Si no fuera así, las mujeres elegirían serlo. ¡Pero criar a tus hijos es una alegría! ¡Me gusta transmitirles mi pasión por la pintura, la botánica, llevarlos a museos!". Incluso quiere que sus dos hijas mayores, cuyos estudios supervisa ella directamente, puedan un día ser "madres, nada más que madres".
Stéphanie forma parte de esas mujeres tradicionales para las que la etiqueta amas de casa "caseras" -esas sobre las que sueñan Huysmans y Houellebecq- es adecuada. ¿Cuántas son sobre los 2,1 millones de amas de casa con que cuenta Francia [según el INSEE]?
Feministas ¿o no?
Evidentemente, es imposible saberlo. Pero supongamos -no corremos un gran riesgo al hacerlo- que son numerosas las que afirman que no se oponen a la causa de las mujeres. "Ser feminista no es querer que una mujer trabaje a toda costa", afirma irritada Pénélope. "Ser feminista es desear que la mujer nunca sea despreciada por sus decisiones".
"Yo me siento totalmente feminista", afirma también Loéva. "Quiero que los hombres tengan los derechos que son adecuados para ellos. Y yo quiero los que lo son para mí".
En un país atormentado por las propuestas igualitarias de la papisa Beauvoir, este discurso es inaceptable. Beauvoir no negaba la importancia del trabajo doméstico, ni la utilidad de la mujer en el hogar. Pero en El segundo sexo escribió: "El trabajo que la mujer realiza en el hogar no le da autonomía. No es directamente útil a la colectividad, no tiene futuro, no produce nada". Esta obsesión por la rentabilidad es fácil de explicar. El feminismo igualitario considera la independencia económica como el camino principal -¿o el único?- para la emancipación.
La filósofa Claude Habib reivindica este movimiento y sigue considerando que "la situación de las amas de casa es peligrosa". ¿Por qué? Porque se "meten atadas de pies y manos en situaciones que pueden convertirse en peligrosas". En caso de desacuerdos o de maltratos, por ejemplo.
Prever lo peor es indispensable, aunque triste, sigue Claude Habib, "porque estamos en una época en la que el carácter absoluto del amor es dudoso. La pareja puede, en todo momento, relativizarlo, preguntarse si no puede tener una compañera más joven, más amable. Ya ni siquiera el matrimonio protege". Se trata, por tanto, de tomar precauciones para poder "volver" en caso de tempestad conyugal.
Esta excusa de la precaución, admitida más o menos conscientemente por la mayoría, es una de las dos que se utiliza para acusar a las amas de casa de despreocupación: ¿piensan alguna vez en el futuro, en las dificultades con las que pueden encontrarse? Lovéa, el ama de casa de Instagram, afirma que sí: "¡Es absurdo pensar así! Incluso en caso de viudez o de divorcio, nunca me arrepentiría de los años pasados con mis hijos, porque habré creado un vínculo intenso con ellos".
Traducido por Elena Faccia Serrano.