La popular tertuliana responde así al linchamiento mediático y político al que se ha querido someter al obispo por plantear en su hoja dominical diocesana que puede haber una relación entre homosexualidad y ausencia de padre y que los niños necesitan padre y madre.
Pilar Rahola, al defender la libertad del obispo, contrasta con declaraciones como las de Mireia Mata, directora de Igualdad de la Generalitat (filóloga y militante de ERC, dos condiciones que Rahola ha vivido). Mata lamentó que los "los servicios jurídicos no han encontrado que sea un hecho sancionable" que el obispo se exprese así, pero afirmó: "Ni siquiera un obispo tiene derecho a considerar reprobable o a hacer valoraciones sobre los modelos de familia".
Por el contrario, Rahola -que especifica que no opina como el obispo sobre el tema de la homosexualidad o sus orígenes- defiende que Novell sí puede hacer valoraciones y expresarse.
"¿Se debe coartar el derecho de Novell a tener una opinión incorrecta sobre la homosexualidad? Y no sólo coartar, sino llegar al punto de ser denunciado por el Observatorio Contra la Homofobia y ser declarado persona non grata en Cervera. ¿Nos hemos vuelto locos? Perdonen, pero hay un abismo entre luchar contra la homofobia e impedir que haya personas que expresen dudas o se sientan incómodas con los nuevos modelos familiares. Las sociedades libres deben garantizar los derechos de los homosexuales con leyes sólidas, pero también deben defender la libertad de expresión", afirma la periodista.
Este es el artículo completo publicado el pasado 1 de junio en La Vanguardia
por Pilar Rahola
En ocasiones he planteado una cuestión que me parece relevante para la sociedad de las libertades, inspirada, no lo olvidemos, en los conceptos de la Ilustración: el riesgo de que lo políticamente correcto se convierta en un ariete de imposición y regresión, es decir, que aquello que nació para luchar contra los prejuicios y las actitudes intolerantes no se convirtiera en una excusa para impedir la libertad de expresión. Ergo no fuera, en ello mismo, una forma de intolerancia.
Los hechos, desgraciadamente, avalan la alarma y la sucesión de noticias que nos alertan de actitudes que, en nombre de la corrección política, demonizan a quienes piensan distinto, algo que arrecia sin freno. Es una especie de pensamiento impuesto, una obligación de pensar correctamente bajo unos patrones que, partiendo de la excusa ética, acaban pareciendo un catecismo ideológico.
En realidad, empieza a asomar la oreja una especie de policía ideológica que se parece mucho a la policía religiosa: autos de fe, excomuniones, acusación de idolatría... Sólo que no se aplica en nombre de un dios mayor, sino del dios menor de la ideología, entendida precisamente como una religión inmutable. Es así como se levanta la bandera de la tolerancia, el respeto al diferente, la igualdad de oportunidades –todo ello fundamental para la libertad–, mientras se persigue al disidente y se le señala con la letra escarlata.
Algo estamos haciendo mal, muy mal, si quienes tienen ideas incorrectas son acusados en el ágora pública y finalmente quemados en la hoguera. Sólo les quedará esconderse en el armario de su pensamiento, convertida la incorrección en una práctica clandestina. Lo cual significa que la corrección se convertirá en una forma de inquisición.
Lo último ha sido lo ocurrido con el obispo de Solsona, Xavier Novell. Sobra decir que no comparto su idea de que “la confusión en la orientación sexual de muchos adolescentes se debe a que la figura del padre está simbólicamente ausente, desviada, diluida”, y estoy en las antípodas de sus ideas sobre la homosexualidad.
Pero ¿ello significa que Novell no tiene derecho a expresar esa idea que, probablemente, piensan más personas?
Es decir, en favor de los derechos gais, ¿se debe coartar el derecho de Novell a tener una opinión incorrecta sobre la homosexualidad? Y no sólo coartar, sino llegar al punto de ser denunciado por el Observatorio Contra la Homofobia y ser declarado persona non grata en Cervera. ¿Nos hemos vuelto locos?
Perdonen, pero hay un abismo entre luchar contra la homofobia e impedir que haya personas que expresen dudas o se sientan incómodas con los nuevos modelos familiares. Las sociedades libres deben garantizar los derechos de los homosexuales con leyes sólidas, pero también deben defender la libertad de expresión. O tenemos claro ese pilar de la libertad o nos convertiremos en inquisidores ideológicos.
(Lea también, sobre este tema, el artículo Novell los ha acogotado)