En declaraciones a ACI Prensa, el 2 de junio, el padre Babolin recordó que en el IV Concilio ecuménico Lateranense, en 1215, se declaró que los cristianos “firmemente creemos y simplemente confesamos” que Dios creó “de la nada a una y otra criatura, la espiritual y la corporal, es decir, la angélica y la mundana, y después la humana”.
“El diablo y demás demonios”, prosigue el texto conciliar citado por el padre Babolin, “por Dios, ciertamente, fueron creados buenos por naturaleza; mas ellos, por sí mismos se hicieron malos”.
El exorcista de Padua recordó además dos discursos de Pablo VI de 1972, en los que “probablemente para reafirmar una verdad de fe, en un contexto de interpretaciones poco claras del magisterio conciliar”, propone nuevamente “a los fieles, que tienden a dudar de la existencia de Satanás, el tema de su presencia y acción”.
El 29 de junio de 1972, señaló, “Pablo VI, aludiendo a la situación actual de la Iglesia, en su homilía, afirma tener la sensación que, de alguna fisura, entró el humo de Satanás en el templo de Dios. Hay la duda, la incertidumbre, los problemas, la inquietud, la insatisfacción, la confrontación”.
“¿Cómo sucedió esto? El Papa confía a los presentes un pensamiento suyo: que ha tenido la intervención de un poder en contra; y su nombre es el diablo, ese ser misterioso, al que alude la Carta de san Pedro”, indicó el sacerdote italiano.
Ese mismo año, el 15 de noviembre, Pablo VI advirtió que “una de las necesidades mayores de la Iglesia” es defendernos “de aquel mal que llamamos Demonio”.
Finalmente, el P. Babolin recordó que el Catecismo de la Iglesia Católica, al comentar la petición “líbranos del mal”, del Padre Nuestro en su numeral 2851, señala que “en esta petición, el mal no es una abstracción, sino que designa una persona, Satanás, el Maligno, el ángel que se opone a Dios. El ‘diablo’ (diá-bolos) es aquél que ‘se atraviesa’ en el designio de Dios y su obra de salvación cumplida en Cristo”.
Para el exorcista de Padua, la declaración del IV Concilio ecuménico Lateranense, las aseveraciones de Pablo VI y lo consignado en el Catecismo constituyen “tres puntos irrefutables” sobre la existencia del demonio.