En un reciente artículo en Libertad Digital, Francisco José Contreras, catedrático de Filosofía del Derecho en la Universidad de Sevilla, explicó su oposición a los vientres de alquiler tanto en su irrealística versión mitigada como en la realista previsión de lo que provocarán las leyes que la aprueban. Por su interés, lo reproducimos para los lectores de ReL:
CONTRA LA GESTACIÓN SUBROGADA
El proyecto de ley de gestación subrogada que no resultó aprobado en 2016 en la Comunidad de Madrid –gracias a la abstención de tres diputados rebeldes del PP– habría permitido aquélla en un supuesto muy, muy restringido, prácticamente inverosímil: se requería que existiera una pareja hombre-mujer comitente y una madre subrogada que gestaría para ellos –sin contraprestación económica– un hijo concebido in vitro con gametos de los comitentes (es decir, la gestante no sería madre genética del niño). ¿Existen en la vida real parejas hombre-mujer que deseen tener un hijo pero evitando la experiencia del embarazo? ¿Hay muchas mujeres capaces de engendrar pero no de gestar? ¿Existen mujeres dispuestas a prestar un servicio tan extraordinario como gestarle el hijo a otra sin recibir dinero a cambio? La respuesta a esto último parece ser negativa: una investigación reciente del Gobierno sueco revelaba que las gestantes altruistas suelen ser pagadas bajo cuerda.
Creo que la ley madrileña –frustrada in extremis, y rechazada por la izquierda, que votó en contra: el PP se pretende más progresista en bioética que el mismísimo Podemos, cosa que deberían recordar los conservadores que lo siguen votando como mal menor– tenía la misión de ir tanteando el terreno y abrir una brecha moral que pronto habría sido ampliada con nuevas reformas que admitirían la subrogación tradicional (en la que la madre subrogada pone el ovocito, además del útero), abriéndola así a las parejas gais y a hombres sin pareja, o permitirían la retribución económica de la gestante.
Distinguiré entre: 1) objeciones que cabe oponer a la tímida (e inverosímil) regulación que se debatió en la Asamblea de Madrid, y 2) objeciones que cabe oponer a lo que presumiblemente habría venido después (es decir, subrogación tradicional, remunerada y extendida a las parejas gais y a los solteros).
Objeciones a la subrogación altruista
Hay argumentos fuertes para rechazar la gestación subrogada incluso si no media retribución económica: supone el desensamblaje y externalización parcial de una secuencia (concepción-gestación-parto-lactancia-educación) que la naturaleza y la cultura habían mantenido hasta ahora integrada, y con muy buenas razones.
La gestación no es un proceso impersonal: es una etapa de valor irremplazable, en la que gestante e hijo entablan un rico diálogo bioquímico y afectivo. El organismo humano está diseñado para destruir todo cuerpo extraño: en el embarazo, sin embargo, las defensas inmunológicas de la mujer se desactivan parcialmente, haciendo así su vientre habitable para el feto. Esta transformación es no sólo física, también psicológica y emocional; como explica Tugdual Derville, "la gestación va acompañada de una profunda recomposición psíquica que proporciona a la mujer una sensibilidad nueva, emociones inéditas, una percepción más vasta…"
Los científicos no dejan de descubrir nuevas facetas de la asombrosa simbiosis madre-hijo que tiene lugar durante el embarazo. La mujer da la vida a su bebé… pero también puede ser al revés. En algunos casos, el feto puede ayudar a su madre, desactivando con su metabolismo graves patologías del organismo femenino: salva así a la gestante para salvarse a sí mismo. Por lo demás, la mujer guarda en su cuerpo durante años la huella bioquímica del paso de otro ser humano por su interior. Por ejemplo, hoy sabemos que algunas células del feto pasan a la madre a través de la placenta, perdurando a veces toda la vida: es el fenómeno conocido como microquimerismo fetal. De la misma forma, todo recién nacido conservará trazas epigenéticas de su madre. Esta interacción bioquímica se entabla también cuando la gestante no es madre genética del niño.
La maternidad subrogada –sea remunerada, sea altruista– obliga a la gestante a un desdoblamiento inhumano: gestar sin implicarse, como si la cosa no fuera con ella. Sin embargo, el vínculo biológico y emocional con el feto es inevitable. La separación del niño que ha habitado sus entrañas resultará desgarradora: por eso más del 10% de las madres subrogadas necesitan terapia psicológica tras el parto.
La inhumanidad de la gestación subrogada es confirmada por la sórdida casuística y el alto nivel de litigiosidad de que va acompañada en los países en los que es legal. A veces los comitentes exigen el aborto (en caso de deficiencia fetal o embarazo múltiple) a la gestante y ésta se niega: le ocurrió, por ejemplo, a la norteamericana Melissa Cook, que rehusó abortar a uno de sus trillizos, como demandaba el comitente, un hombre de 47 años. Cook denuncia desde entonces la maternidad subrogada como un "abyecto mercado de bebés".
Melissa Cook acudió a los tribunales para defender la vida de los tres niños que llevaba dentro. Pincha aquí para mayor información sobre este caso.
Algo similar ocurrió en 2014 con la gestante tailandesa Pattaramon Chanbua: la pareja australiana comitente no quiso hacerse cargo de baby Gammy, un niño con síndrome de Down (aunque sí aceptó a Pipah, su hermana normal).
El pequeño Gammy, en brazos de Pattaramon Chanbua, quien lo adoptó cuando fue rechazado por sus "padres". Pincha aquí para saber más sobre esta historia.
Objeciones a la subrogación remunerada
La gestación subrogada altruista sería en todo caso un primer paso que prepararía las conciencias para la aceptación posterior de una subrogación retribuida. Y aquí las objeciones éticas se multiplican. El libertarianismo a lo Ayn Rand ve en la mercantilización de la reproducción humana una victoria de la libertad, un paso más hacia un mundo que –como defiende un personaje de La rebelión de Atlas– "no deje otro nexo entre hombre y hombre que (…) el sobrio pago en efectivo".
Los liberal-conservadores, en cambio, sabemos que la lógica mercantil no debe extenderse a todas las esferas de la vida. Es magnífico poder elegir entre muchas marcas de coches, pero aberrante poder comprar gametos, alquilar úteros, elegir bebés a la carta. Pierre Bergé (empresario de la moda, excompañero sentimental de Yves Saint Laurent) comentó en Twitter: "¿Qué diferencia hay entre alquilar tus brazos para trabajar en una fábrica o alquilar tu vientre para gestar un niño para otra persona?". La diferencia es evidente: el obrero no alquila sus brazos, sino su capacidad laboral, que no forma parte de su yo; el útero, en cambio, es parte del cuerpo de la mujer. El imperativo de no mercantilización del cuerpo se apoya en la concepción del hombre como totalidad psico-física: la persona no es sólo mente, también es cuerpo. El cuerpo posee una dignidad no compatible con la mercantilización: de ahí el rechazo instintivo que nos inspiran la prostitución, la pornografía, la trata de esclavos o el tráfico de órganos. Como recuerdan Ángela Aparisi y José López, "los sistemas jurídicos occidentales tradicionalmente han entendido que, frente a la libre disposición de los objetos, las personas, incluyendo el cuerpo humano, sus órganos y funciones más esenciales, no pueden ser objeto de comercio".
En la práctica, tendremos un mercado reproductivo globalizado, con mujeres de los países pobres alquilando sus vientres a varones pudientes del Primer Mundo. Las condiciones laborales de las trabajadoras de la reproducción son a veces siniestras: la Policía nigeriana rescató en 2012 a 32 gestantes de entre 15 y 17 años que eran mantenidas cautivas; en Vietnam se desmanteló la red de venta de bebés Babe 1013, liberándose a 21 embarazadas. Se habla de baby factories, granjas humanas.
Por otra parte, la mercantilización de la reproducción abre la puerta al control de calidad y a la soberanía del consumidor. Los compradores exigirán un producto con garantías. La técnica hace ya posible la selección de características del futuro bebé mediante examen preimplantatorio. Empresas biotecnológicas como el California Center for Reproductive Medicine ofrecen ya la selección del sexo de la criatura, además de asegurar un "conocimiento de las cualidades especiales de nuestras madres subrogadas (…) que garantiza que podremos ofrecerle la mejor gestante, que cumplirá sin dilaciones su sueño familiar". Otras empresas, como CT Fertility o Extraordinary Conception, ofrecen servicios similares. Por cierto, la selección del embrión que presente las características deseadas implicará la destrucción de todos los embriones sobrantes en una FIV múltiple: he aquí una razón más para rechazar la subrogación.
Las técnicas de reproducción asistida, desarrolladas inicialmente como recurso excepcional para parejas hombre-mujer con dificultades para concebir, se encuentran ahora en una clara deriva hacia la medicina del deseo, la satisfacción de cualesquiera caprichos reproductivos (selección de las características del bebé, extensión de la paternidad a las parejas de gais o lesbianas, o incluso a individuos sin pareja: los que en EEUU son llamados single parents by choice). Es una pendiente resbaladiza que debemos intentar detener, so pena de ver derribados los muros de carga antropológicos, los rasgos esenciales de nuestra especie: determinación aleatoria de nuestro fenotipo (nadie escogió mi sexo, estatura o color de ojos); reproducción sexuada, resultante del amor entre un hombre y una mujer (y no del contrato entre una pareja gay –o un soltero californiano- y una anónima mujer del Tercer Mundo que alquila sus entrañas, o de la inseminación de una lesbiana con semen de un desconocido). "¡Somos lesbianas: queremos esperma!", rezaba la pancarta con la que activistas de la organización Act Up interrumpieron en 2010 un debate de la fundación Terra Nova.
Hasta ahora, los seres humanos eran engendrados; estamos en el umbral de una era en la que, si no detenemos la deriva con prohibiciones legales, serán producidos. Sí, es la pesadilla de Aldous Huxley acechando en el horizonte. Jürgen Habermas –uno de los pensadores más importantes del último medio siglo, agnóstico y progresista, epígono de la Escuela de Fráncfort– avisó sobre ello en su libro El futuro de la naturaleza humana. La maternidad subrogada tiene lugar mediante fecundación in vitro, y ésta se presta a la selección preimplantatoria. Ya hay autores, como Jacques Testart, que sugieren la universalización del procedimiento, para evitar taras y enfermedades hereditarias: "El Estado terminará proponiendo un screening genético a todo el mundo, como se hace ya para la trisomía 21, pues es más rentable financiar la selección embrionaria [que permita que sólo nazcan bebés sin taras] que pagar después atención sanitaria durante toda una vida". Nacerán sólo aquellos bebés que hayan superado el filtro eugenésico preimplantatorio. Y Habermas se pregunta, con razón, "si es compatible con la dignidad humana ser engendrado con reservas y sólo ser declarado digno de existir y desarrollarse después de un examen genético".
Durante milenios, el Derecho de familia respondió a una lógica infantocéntrica: se trataba de garantizarle al niño un entorno favorable para su desarrollo, y se presumía (con razón, como demuestran las estadísticas) que lo más beneficioso para él es ser criado por el hombre y la mujer que lo engendraron (pues en la especie funciona el nepotismo genético: estamos más dispuestos a sacrificarnos por el niño que sabemos es carne de nuestra carne). Ese es el sentido antropológico del matrimonio: incentivar la larga duración de la pareja hombre-mujer, de forma que puedan asumir en equipo la educación de los hijos que engendren.
Desde hace medio siglo, la lógica infantocéntrica ha sido desplazada por otra adultocéntrica: la libertad y los deseos del adulto pasan a ser más importantes que las necesidades del niño. Por eso, por ejemplo, se introdujo el divorcio exprés: el adulto debe ser libre para cambiar de pareja si la actual ya no le satisface; los niños, en caso de que lleguen a existir, deberán acompañar a uno de sus progenitores en su accidentada vida amorosa, perdiendo el contacto con el otro. Y pagan un precio muy alto: numerosos estudios demuestran que el bienestar emocional y físico, el aprovechamiento académico, la protección frente al maltrato o el abuso sexual, etc., son mucho mejores en los niños que se crían con su padre y su madre biológicos que en cualquier otra configuración familiar.
La maternidad subrogada es la apoteosis del adultocentrismo. Priva al niño de la relación con uno de sus progenitores, no de manera sobrevenida (como en el divorcio), sino estructural: el hijo no será cuidado por la mujer cuyas entrañas lo llevaron. O sea: el hijo es condenado ab initio a la orfandad materna. Es el caso simétrico al de la inseminación artificial, donde tendremos a un niño que nunca conocerá a su padre ("donante de semen X"). En el supuesto extremo, un niño podría llegar a encontrarse con cinco padres: dos donantes de gametos, una madre gestante, dos padres sociales. Estamos privando a los niños del anclaje existencial que suponen unos progenitores inequívocos y constantemente accesibles. Sacrificamos la felicidad de los menores al capricho de los adultos.