Cuando empezaron a aprobarse las leyes que redefinen al matrimonio para incluir en él a las parejas del mismo sexo, los defensores del matrimonio advirtieron de las devastadoras consecuencias legales que tendría esa redefinición para la filiación de los hijos. Se les consideró "catastrofistas", pero el tiempo les ha dado la razón con rapidez.

En Estados Unidos, el Tribunal Supremo de Massachusetts ha afirmado la presunción de paternidad de una lesbiana sobre los hijos que tuvo su ex pareja cuando convivían, y que concibieron de común acuerdo.

En un artículo publicado en The Public DiscourseAdam MacLeod, profesor en la facultad de Derecho de la Faulkner University y autor, entre otros, de Property and Practical Reason [Propiedad y razón práctica] (Cambridge University Press), comenta así los hechos y la sentencia:


Bueno, la verdad es que no ha tardado mucho en llegar.
 
En su marcha hacia la supremacía de los derechos de la identidad sexual, los defensores de los nuevos privilegios constitucionales y legales para las parejas del mismo sexo han llegado a la fase post-matrimonio de su viaje. La conquista del matrimonio civil fue una breve parada. El destino último aún no se sabe claramente cuál es, pero no hay duda ahora de que para alcanzarlo es necesario debilitar a los tribunales o a los legisladores o, incluso, abrogar la seguridad legal del derecho fundamental del niño a tener una madre y un padre.


El Tribunal Supremo de Massachusetts ha aprobado recientemente que una mujer que vive con otra mujer en el momento de la concepción y el nacimiento [de los hijos] tiene el derecho a ser reconocida como la segunda madre aunque no tenga una vinculación biológica con ellos y no se haya casado nunca con la otra madre.

La demandante del caso, Karen Partanen, presentó una demanda de equiparación pidiendo al tribunal de primera estancia de Massachusetts que la declarara progenitora también a ella. El tribunal de primera instancia rechazó la demanda de Partanen según un fundamento muy claro: Partanen no estaba casada con la madre de los niños y, además, no era su madre biológica.
 
Pero el Tribunal Supremo de Massachusetts ve a la familia de modo distinto y argumentó que no son necesarios el matrimonio y ser el progenitor biológico para ser legalmente una familia. En cambio, estar "implicados juntos en la vida de los niños" convierte a cualquier pareja en progenitores de esos niños.


Los abogados de Partanen, pertenecientes a la organización activista GLBTQ Legal Advocates & Defenders (GLAD), celebraron la decisión como una "victoria para las familias de hoy en día". Desde luego, su relato de cómo se formó esta especial familia tiene todos los elementos considerados logros de la revolución sexual.


Karen Partanen, a la izquierda de la fotografía, junto una de las abogadas del lobby LGBT que ha llevado su caso.

Tal como GLAD describe los hechos, "Karen y Julie fueron una pareja no casada durante casi trece años. Se conocieron en Massachusetts, después se mudaron a Florida, donde las dos compraron una casa y donde, al cabo de un tiempo, decidieron tener hijos mediante reproducción asistida. Ambas dieron su consentimiento al procedimiento, eligieron el donante y se sometieron a evaluaciones psicológicas. La primera en intentar quedarse embarazada fue Karen, pero al no conseguirlo, lo intentó -y lo logró- Julie. Karen incluso le inyectó a Julie el semen para la concepción de su segundo hijo".
 
Es una historia de liberación sexual típica del siglo XXI. Y los elementos que no están presentes en la historia son también un signo del tiempo en que vivimos: no hay maridos; padre(s) anónimo(s) y ausente(s); ninguna consideración del derecho de los niños a conocer a sus padres; y, esto es significativo, no hay matrimonio.


Esto último es llamativo porque justo el año pasado GLAD argumentaba que el Tribunal Supremo de los Estados Unidos debía obligar a todos los estados a redefinir el  matrimonio en parte porque el estatus marital era necesario para asegurar los derechos parentales de las parejas del mismo sexo. No tener acceso al matrimonio significaba no tener acceso a los derechos parentales. Aparentemente, entonces, el último argumento de GLAD parece un giro artificial. Por desgracia, el Tribunal Supremo de Massachusetts demuestra tener desde hace mucho tiempo una predisposición a entrar en este tipo de bailes, a pesar de que se supone que debe ser el guardián de la racionalidad y la consistencia de la ley.


Sin embargo, esta inconsistencia ha supuesto, desde el principio, la redefinición del matrimonio. A pesar de sus elaborados giros y florituras, este baile se mueve en línea recta, alejándose de todas las bases legales que vinculan los niños a sus padres. Y aunque los dúos danzarines formados por activistas y tribunales están pisoteando el estado de derecho, la ley no es la que está sufriendo lo peor de este festival de patadas. Son los niños. Todos los niños tienen una madre y un padre. Todos los niños tienen el derecho fundamental y pre-político a estar vinculados a su madre y a su padre. Este derecho es un obstáculo para el éxito de las ambiciones totalitarias de quienes insisten que todos debemos aceptar el estilo de vida de las parejas del mismo sexo. Por consiguiente, debe ser eliminado de la ley.
 
La progresión de los cambios legales que llevaron al fallo del caso Partanen es instructiva. Partanen invocó la presunción de paternidad, que va unida a los derechos y obligaciones parentales de un hombre casado con la madre del niño sin que haya prueba de su paternidad biológica real. El tribunal falló lo siguiente en el caso Partanen: "El lenguaje claro de las disposiciones [en la ley de paternidad] puede ser interpretado para aplicarlo a los niños nacidos de parejas del mismo sexo, a pesar de que por lo menos un miembro de la pareja no tenga ninguna relación biológica con los niños".
 

El "lenguaje claro" de la ley no dice eso: más bien manifiesta una preocupación concreta por la "adjudicación de paternidad" y alude reiteradamente al "hombre" y al "padre".

La ley fue enmendada en 1986 para incluir la presunción de paternidad en las parejas de hecho con el fin de proteger a los niños "nacidos de un hombre y de una mujer que no están casados" cuando el hombre es el padre de esos niños. El objetivo era eliminar el estigma y las diferencias legales de los niños nacidos fuera del matrimonio, cuyo número ha ido aumentando mucho a lo largo de las décadas.

Y como en 2003 una estrecha mayoría del Tribunal Supremo de Massachusetts finiquitó la definición natural de matrimonio, el Tribunal ha considerado que la presunción de paternidad puede aplicarse en determinadas circunstancias a una mujer unida en matrimonio a la madre del niño, con el consentimiento de ambas.

De la combinación de esos cambios legales ha resultado que esta presunción debe extenderse a las parejas del mismo sexo que no están casadas.
 

La presunción de paternidad se estableció en el derecho consuetudinario como un modo de preservar la forma y estructura de la familia natural por el bien de los niños allí donde fuese necesaria una ficción jurídica. Como el derecho familiar ha cambiado, primero para reflejar y luego para afirmar una variedad cada vez mayor de opciones sexuales de los adultos, la presunción de paternidad y otras adaptaciones a la realidad de la ruptura de la familia han incrementado la importancia de las leyes maritales y parentales de las que proceden.
 
Sin embargo, fue a partir de la redefinición del matrimonio (con el fin de eliminar la distinción entre lo-que-es-el-matrimonio-natural y lo-que-no-lo-es) cuando la presunción de paternidad se convirtió en una amenaza para los derechos y deberes fundamentales y pre-políticos de la familia natural. Mientras el matrimonio natural y la paternidad biológica fueron considerados como el ideal, y las estructuras familiares y situaciones parentales alternativas como menos ideales, las alternativas podían imitar racionalmente a los matrimonios y a las familias naturales y sanas. Pero si el matrimonio natural y la paternidad biológica ya no son nada especial, entonces las distinciones basadas en el matrimonio y la biología parecen artificiales, incluso arbitrarias y, por lo tanto, constitucionalmente sospechosas.
 
Consideremos bajo esta luz las argucias legales que las parejas del mismo sexo han utilizado, con éxito, para eliminar de los certificados de nacimiento los datos vinculados a la paternidad natural. En una sociedad que ha aceptado los nacimientos fuera del matrimonio y la reproducción artificial utilizando donantes de gametos como una opción válida de estilo de vida, la casilla para el nombre del padre en el certificado [de nacimiento] a menudo está en blanco o cubierta con una ficción plausible. Pero la lógica del matrimonio entre personas del mismo sexo implica que la pérdida de la mitad de la identidad biológica del niño debe ser ocultada por una ficción inverosímil. Todos debemos aceptar y pretender que un niño puede realmente nacer de dos madres sin la implicación de un hombre. En estos casos no se consulta al niño.
 
No era difícil prever que el nuevo privilegio constitucional otorgado al matrimonio entre parejas del mismo sexo nos llevaría, inexorablemente, hasta aquí. En un informe amicus curiae del que he sido co-autor, el gobernador de Alabama advirtió al Tribunal Supremo, antes de su decisión en Obergefell vs. Hodges [la sentencia que destruyó la noción de matrimonio], de que el único modo de hacer que las relaciones entre personas del mismo sexo y el matrimonio sean iguales desde el punto de vista legal es no incluir en la ley esos casos legales de matrimonio que vinculan a los niños con ambos progenitores.

Por esta observación, y otras del mismo tenor, el gobernador y otros defensores del matrimonio fueron ridiculizados y considerados fanáticos. Un reportero incluyó el informe entre los de esos estudiosos pro-matrimonio cuyas argumentaciones, según dijo, "van en contra de la realidad".
 
En este huxleyano "mundo feliz" del totalitarismo de la identidad sexual, los defensores del matrimonio hacen un día una predicción que "va en contra de la realidad" y, al cabo de un año, los revisionistas del matrimonio insisten en que esa misma predicción debe satisfacerse porque es cuestión de justicia. (Por cierto, ese reportero no llamó para disculparse; tampoco me he quedado esperando al lado del teléfono.)
 

No es difícil ver por dónde irán las cosas a partir de aquí. Según noticias recientes, la abogada principal de Partanen ha reconocido abiertamente que "cree que la ley afecta también a a los padres heterosexuales". Y ha concedido que es posible que un progenitor no biológico "pueda intentar obtener la patria potestad única", rompiendo los últimos lazos entre un niño y sus padres biológicos.
 
Los dos pasos de la doble maternidad son una marcha forzada. El fin que se quiere obtener parece ser una mayor realización personal de los adultos. Pero si llegamos a eso, ¿que habrá quedado del derecho de los niños?
 
Traducción de Helena Faccia Serrano (diócesis de Alcalá de Henares).