¿Puede un católico hacer yoga? ¿Es incompatiple el yoga con el cristianismo? ¿El yoga tiene un sustrato religioso o es simplemente una técnica para relajarse?

Carmen Castiella Sánchez-Ostiz, navarra y madre de familia numerosa, además de letrado de la Administración Pública del Gobierno Foral y estudiante de Ciencias Religiosas, nos cuenta en este impactante testimonio su experiencia de 12 años prácticando el yoga.


 

Este artículo es sólo una reflexión fruto de mi experiencia. Soy plenamente consciente de los límites que supone mi autoría. Por eso, no pretendo juzgar ni pontificar, pero tampoco quiero callar la voz que a lo largo de estos años ha ido creciendo en mi interior sobre esta moda tan en boga, siempre presentada como inocua desde una perspectiva religiosa.

El martes 21 de junio, coincidiendo con el solsticio de verano, se celebró el Día Internacional del Yoga, fijado por una resolución de la Asamblea General de la ONU de 11 de diciembre de 2014. El propio Ban Ki-Moon, a través de un mensaje publicado en la web de la ONU, afirmaba que “el yoga ofrece un medio sencillo e incluyente para promover la salud y el bienestar físico y espiritual”, habiendo participado de un acto conmemorativo en Times Square en el que cientos de personas se reunieron con sus esterillas.


Hace 12 años hice mi primer curso de yoga. Haciendo cuentas, he hecho seis cursos en cuatro escuelas diferentes, algunos de varios meses de duración; yoga para embarazadas, el ahora llamado yoga prenatal, y hatha yoga. Cuando empecé, la oferta era muy reducida pero ahora los centros de yoga han proliferado de un modo exponencial, al menos en mi ciudad.


En el yoga buscaba relajación y ejercicio físico suave, además de incrementar la flexibilidad y mejorar mi respiración. Tengo una leve lesión en la espalda, lo que, unido al ritmo de vida frenético que llevamos, me hizo pensar que era una disciplina adecuada para mí. Nunca busqué nada más allá de la relajación y la gimnasia. Pero el yoga era mucho más que eso.


Siempre he sido creyente y, al ir percibiendo la indudable vertiente espiritual del yoga, decidí ingenuamente “cristianizarlo”. Aprovechaba la meditación al final de cada clase para hacer oración y sustituía los mantras por alabanzas o jaculatorias. En definitiva, pensé durante años que era posible separar su vertiente física y su vertiente espiritual.



Carmen Castiella Sánchez-Ostiz, la autora de este impactante testimonio


El yoga me reportó beneficios indudables a nivel físico: mejora y control de la respiración, relajación profunda, flexibilidad y fuerza muscular, así que se lo recomendé a varias amigas que empezaron a venir conmigo, alguna de las cuales sigue enganchada muy a mi pesar. (Desde aquí un guiño para ella: Sabes cuánto te quiero aunque no estemos de acuerdo en este tema).


No es un tema sencillo y es fácil interpretar el no al yoga como una postura fanática, fundamentalista e irracional. Se han expuesto en diversos medios católicos posturas muy restrictivas respecto a esta práctica que pueden malinterpretarse, si no se profundiza en el tema. Trataré de explicar por qué he llegado a la conclusión de que es incompatible con la fe en Cristo.

Como ya he dicho, con la práctica continuada del yoga experimenté beneficios indudables a nivel físico y creo en el potencial terapéutico de algunos de sus ejercicios pero, ¿a qué precio?


Empiezo con un ejemplo visual: en el gráfico podéis observar cada una de las doce asanas del “saludo al sol”, secuencia con la que se suelen iniciar las clases a modo de calentamiento:

 
 
No hace falta ser muy observador para percibir que la mayor parte de las doce posturas básicas son reverencias. Más que un saludo, es una adoración.

Y entonces os preguntaréis, ¿cómo es posible que tardaras tanto tiempo en darte cuenta de que el yoga fomenta la idolatría, si las posturas hablan por sí solas? En este ejemplo se adora al dios sol, muy presente en el hinduismo, pero hay infinidad de asanas diferentes, cada una con sus beneficios a nivel físico y su deidad.
 

Seguí practicando yoga durante años porque creía que podía separar la parte física y la parte espiritual. Intentaba “cristianizar” el yoga.

Por seguir con el ejemplo del saludo al sol, procuraba alabar y reverenciar a Dios, consciente de que las posturas implicaban una adoración, e intentaba cambiar su significación.

Cuando el profesor explicaba su pseudofilosofía budista-hinduísta-panteísta, la posibilidad de alcanzar la iluminación, abrir los chakras, fundirse con la divinidad o animaba a experimentar y explorar nuestra naturaleza divina, yo desconectaba y, en ocasiones, le rebatía brevemente en voz alta porque encontraba en esa filosofía evidentes aspectos incompatibles con la fe cristiana y le recordaba que yo iba allí sólo por la vertiente física del yoga y que debía respetar nuestras creencias sin imponernos las suyas.


Estas enseñanzas varían mucho de unas escuelas a otras. En algunas, prácticamente no hay discurso pseudo-espiritual pero en otras está muy presente durante las clases. Esto fue lo que me hizo cambiar de una escuela a otra, buscando la más “neutra”; neutralidad que no existe, porque aunque el profesor-gurú no sea especialmente dado a la retórica, el panteísmo y el ensimismamiento lo van invadiendo todo.
 

Ahora hay más información sobre el yoga y una postura más clara por parte de los creyentes, pero hace doce años era algo bastante desconocido y nuevo. Mi director espiritual, un hombre de Dios que ha ido aprendiendo conmigo, me animó a practicarlo, explicándome que podíamos, y casi debíamos, cristianizar las realidades paganas; que es irracional que un simple ejercicio físico sin intervención de la voluntad pueda tener consecuencias espirituales, etc.
 

Hasta ahora sólo he hablado de asanas (posturas) pero no de los mantras, que son invocaciones a dioses hindúes y no frases vacías de significado como explican los profesores. El más conocido es “Om”, palabra con diversas interpretaciones esotéricas, pero en clase de yoga se usan muchos más.

Por ejemplo, durante el saludo al sol se repiten varios cuya traducción al castellano sería más o menos ésta: “Tierra, espacio y Cielos, Ese dios del Sol adorable, en su luz de dios medito, Meditando en aquel, nosotros nos entusiasmamos.”

Yo personalmente nunca repetí un solo mantra porque no le encontraba mucho sentido a decir algo que no tiene ningún significado, pero el estar en una clase rodeada de personas que repiten como autómatas cualquier frase en sánscrito que se les indique me resultaba cada vez más incómodo y ridículo.


Con la gracia de Dios y el tiempo, fui dándome cuenta de que el yoga está todo él impregnado de panteísmo, adoración a deidades paganas y búsqueda obsesiva de la autorrealización personal y la eliminación del dolor.

Veía a mis compañeros de clase (por cierto, casi todo eran compañeras) cada vez más ensimismados y centrados en sí mismos. He visto, además, consecuencias dramáticas de su práctica continuada en algunas personas y sus familias, consecuencias que no describo para no cargar las tintas y porque aquí quiero limitarme a dar mi testimonio personal.


Un tema muy recurrente en las clases de yoga que no he visto reflejado en los medios católicos que alertan sobre su peligro, es el enorme narcisismo al que conduce. En el discurso del yogui siempre se ensalza el esfuerzo personal y la posibilidad de alcanzar todos tus sueños, pretenden convertir al hombre en una especie de semi dios a base de concentración, eliminación del dolor y de todo lo que es tóxico en su vida (incluidos los miembros de su familia que le hagan sufrir). Ensimismamiento, egocentrismo y autodominio sin lugar alguno para la acción de Dios y su gracia.


Creo que un creyente sincero no puede cristianizar esta disciplina por más que ponga todo su empeño, porque en sí misma implica un culto y una forma de religiosidad, es decir, es un caso claro de lo que siempre se ha llamado idolatría.

Pero respeto los tiempos de cada uno y los tiempos de Dios; igual que yo he necesitado mi tiempo y Dios ha tenido enorme paciencia conmigo, respetando de modo exquisito mi libertad.

“Yo era un necio y un ignorante. Con  todo, yo siempre estoy contigo, Tú me has tomado de la mano derecha; me guiarás con tu consejo y después, me recibirás con gloria” (Sal.73)
 
 
A modo de anexo, copio y pego la publicidad de la última escuela a la que acudí. Es un centro con gran éxito que no deja de desdoblar cursos y horarios, con grupos para niños, embarazadas, personas mayores, etc. De todas formas, cuando yo empecé, el yoga se vendía como ejercicio gimnástico y respiratorio. Ahora compruebo que son mucho más explícitos, lo cual me parece bueno porque es más fácil verle las orejas al lobo:
 
“Descripción de nuestras clases: 
Creamos secuencias nuevas cada semana que te ayudarán a conectar con los ritmos de la naturaleza, las estaciones, las fases lunares, los principios ayurvédicos, la filosofía y mitología del yoga (…) En mis clases me gusta guiar a mis alumnos a explorar y experimentar su naturaleza divina
A continuación, incluyen algunos de los profesores estas breves referencias a sí mismos (por respeto, he omitido los nombres):

1. Llegué a mi esterilla buscando equilibrio, tranquilidad y conexión y al poco tiempo, la práctica frecuente de yoga me dio esto y mucho más. Empezando por esa sensación de respirar profundo para volver a conectar mi cuerpo, mente y alma. Solo al finalizar la clase, en savasana, supe que tanto lo necesitaba. Desde ese momento puse todo mi enfoque en mi práctica y empecé a explorar el mundo infinito y mágico del Yoga.

Tengo experiencia y formación en estilos como el Hatha, Vinyasa, Ashtanga, Power, Prenatal. Diplomada en Hatha Vinyasa yoga.

Creo infinitamente en el poder extraordinario y curativo de esta antigua práctica. Sé lo que ha hecho en mí, sé cuánto me ha ayudado a sanar y fortalecer no solo mi cuerpo físico sino también mental, emocional y espiritual. Es esto lo que me hace feliz, y lo que me apasiona enseñar, compartir, aprender y disfrutar con los demás.

2. Nací en una familia de yogis, por lo tanto crecí rodeado de fotos de santos, envueltos en túnicas, en posición de meditación… fotos de deidades del hinduismo, por lo que los dioses de cuatro brazos, o más se convirtieron en mis compañeros cotidianos desde la infancia.

Soy periodista de profesión, escritor, experto en mitología y filosofía hindú. Siete viajes a India donde conviví con grandes maestros, y seres iluminados.

Formado como profesor de yoga en Nueva York con Sri Dharma Mittra (maestro de maestros)".