Marci Bowers y Erica Anderson, son mujeres trans (hombres biológicos) y además figuras de referencia en el ámbito transgénero por su actividad clínica, respectivamente médica y psicológica. Pero tienen también honestidad intelectual y coraje suficientes para cuestionar el enfoque "afirmativo" con el que se está abrumando a menores con disforia de género, orientándoles hacia los bloqueadores de la pubertad e incluso la intervención quirúrgica.
Caterina Giojelli recoge en Tempi su posición y el impacto que ha tenido. Mostraron su gran preocupación por el número de niños que se someten a la transición de género hoy en día y se dirigieron al New York Times para manifestarlo, pero la biblia progresista no publicó una sola palabra.
Marci Bowers es especialista en vaginoplastia, fue quien operó a la estrella de reality Jazz Jennings). Erica Anderson trabaja en el área de psicología clínica de la Child and Adolescent Gender Clinic (Clínica de Género Infantil y Adolescente) de la Universidad de California, en San Francisco.
Han tratado a miles de pacientes y forman parte de la junta directiva de la Wpath (World Professional Association for Transgender Health: Asociación Profesional Mundial para la Salud Transgénero). Se trata de dos mujeres transexuales, profesionales que gozan de gran respeto entre sus colegas, pero que acaban de pasar al lado "equivocado" de la historia por cuestionar las directrices de la Wpath y el relato de los periódicos y los activistas.
Ni que decir tiene que la queja solo podía encontrar espacio en la newsletter de Bari Weiss, la periodista que dimitió polémicamente del New York Times tras denunciar el sectarismo y el "acoso" ideológico del periódico de referencia de la izquierda estadounidense.
Los dogmas del ejército transgénero
Cuenta la historia, basada en entrevistas con Marci y Erica, Abigail Shrier. La autora de Un daño irreversible y firma del Wall Street Journal hace una buena introducción al clima que se respira en Estados Unidos: "Durante casi una década, la primera línea del movimiento por los derechos de los transexuales -médicos, activistas, celebridades e influencers- ha estado definiendo los límites de la nueva ortodoxia en torno a la atención médica de los transexuales: qué es verdad, qué es falso, qué preguntas se pueden hacer y cuáles no. Han dicho que es totalmente seguro dar a niños de tan solo nueve años bloqueadores de la pubertad y han insistido en que los efectos de esos bloqueadores son 'completamente reversibles'. Han dicho que es tarea de los profesionales médicos ayudar a los niños a hacer la transición. Han dicho que no es su trabajo cuestionar las percepciones de las personas en transición y que cualquiera que lo hiciera, incluidos los padres, era probablemente transfóbico".
Sigue: "Han dicho que cualquier preocupación por el contagio social entre las adolescentes era una tontería. Y nunca han dicho nada sobre la clara posibilidad de que los bloqueadores de la pubertad, junto con el tratamiento hormonal cruzado, pudiera inhibir una vida sexual normal. Sus aliados en los medios de comunicación y en Hollywood han contado historias y creado contenidos para reafirmar esta ortodoxia. A cualquiera que se atreviera a disentir o apartarse de uno de sus principios fundamentales, incluidas las jóvenes que abandonaban públicamente la transición, se le acusa de odio y de perjudicar a los niños".
El New York Times censura a quien disiente
Anderson le cuenta a Shrier que envió al New York Times un editorial, escrito a cuatro manos, para la sección de Opinión; un texto crítico sobre el modo imprudente con el que muchos miembros del personal sanitario transgénero tratan a los niños. ¿Publicaron el editorial? ¡Qué va! El New York Times respondió que el artículo no tenía relación con las prioridades del periódico en ese momento.
Seguramente no tenía relación con la línea editorial: Bowers no es fan de los bloqueadores que la Wpath recomienda administrar desde las primeras fases de la pubertad ("de verdad, no soy fan de ellos") y Anderson no cree que se trate de "intervenciones totalmente reversibles", como predica la Wpath desde hace un decenio (al menos a nivel de efectos psicológicos, "yo no estoy segura").
Un daño irreversible de Abigail Shrier da la voz de alarma ante la tendencia creciente entre las adolescentes a identificarse como transgénero. La ideología de género ambiente las fuerza a un cambio irreversible del que muchas se arrepienten.
Piensan que se ha ido demasiado lejos y que no se han tomado en consideración los puntos de vista de médicos críticos o escépticos respecto a las terapias hormonales o quirúrgicas: "Seguro que hay personas que están intentando marginar a todo el que no acepte de manera absoluta la línea del partido según el cual todo debería ser affirming; no hay espacio para disentir y creo que es un error", ha denunciado Bowers.
El reality de Jazz
Bowers ha reconstruido más de 2.000 vaginas; pero sobre todo se dio a conocer al gran público por haber participado en el reality show I Am Jazz, una serie que retrata la vida de Jazz Jennings [un chico biológico], la adolescente trans más célebre de Estados Unidos y activista LGBT. Shrier afirma que más de un millón de espectadores asistieron a la fiesta de despedida del pene organizada por la madre de Jazz, a la que asistieron amigos y familiares, y que incluyó un banquete, una tarta con forma de pene y el discurso de Jazz antes del corte.
Por aquel entonces, Jazz ya figuraba entre los 25 adolescentes más influyentes según el Time, tenía libros publicados con su nombre, una muñeca trans con su imagen, era portavoz de los derechos humanos de los jóvenes y tenía multitud de seguidores en YouTube y la televisión y más de un millón en Instagram. Fue en Instagram, con la hermana de Jazz agitando una salchicha delante de la cámara, donde se publicó el vídeo de la entrada de Jazz en el quirófano. Pero detrás de esa puerta las cosas no fueron según lo previsto.
El chantaje de los gender-affirming
Al igual que miles de niños, Jazz había estado tomando bloqueadores de la pubertad desde los 11 años. A los 17 años, su odiado pene tenía el tamaño del de un niño de 11 años, demasiado pequeño para proporcionar a Bowers el tejido necesario para reconstruir una cavidad vaginal y un clítoris. Bowers tuvo que coger tejido de su vientre. Las cosas fueron de mal en peor cuando, tras la operación, Jazz empezó a experimentar un dolor insoportable hasta que hubo que ir con urgencia al hospital: su neovagina se había roto. Hoy Jazz dice que no se arrepiente, pero se ha sometido a tres cirugías más, ha pospuesto su ingreso en Harvard por depresión y sufre un trastorno alimentario (ha ganado más de 40 kilos de peso en menos de dos años).
Desde su diagnóstico de disforia de género, uno de los primeros revelados públicamente, la vida de Jazz se ha convertido en un espectáculo, en activismo y en militancia. Jazz sufría disforia desde que tenía dos años de edad. Siete de cada diez niños tratados con psicoterapia y "espera vigilante" consiguen "salir" de ella y convertirse en adultos, a menudo homosexuales, reconciliados con su cuerpo.
Pero, tal como explica Shrier, en los últimos diez años la "espera vigilante" ha sido suplantada por el enfoque afirmativo, basado en la suposición de que los niños no saben lo que es mejor para ellos: "Los defensores de la terapia hormonal instan a los médicos a reforzar la creencia de sus pacientes de que están atrapados en el cuerpo equivocado. Se presiona a la familia para que ayude al niño a hacer la transición a una nueva identidad de género -a veces los médicos o los activistas les dicen que si no lo hacen, su hijo puede acabar suicidándose-...) por lo que inician medidas médicas concretas para ayudar a los niños en su camino hacia la transición al cuerpo 'correcto'. Esto incluye, como paso previo, los bloqueadores de la pubertad". A continuación se administra la terapia hormonal cruzada y, si se desea, se realiza una cirugía de género.
Esterilidad, disfunción sexual
Pero una vez que se han asumido los bloqueadores puberales, un nuevo nombre y una nueva identidad, volver atrás es prácticamente imposible. Y una vez que estás en el nuevo cuerpo, es difícil disfrutarlo. Nadie escribe que "los pacientes que toman bloqueadores de la pubertad terminan, casi con toda seguridad, tomando hormonas de sexo cruzado y que esta combinación tiende a dejar a los pacientes estériles y, como ha dejado claro Bowers, sexualmente disfuncionales". "Me preocupan sus derechos reproductivos. Me preocupa su futura salud sexual y su capacidad para encontrar la intimidad", confesó Bowers a pesar de haber realizado miles de operaciones.
También Anderson está de acuerdo en que, como resultado de un trabajo sanitario negligente, habrá cada vez más adultos jóvenes "que se arrepientan de haber pasado por este proceso. Y esto me va a valer muchas críticas de algunos de mis colegas, pero por lo que veo, me temo que se tomarán decisiones que se lamentarán". Para Anderson, es una negligencia hacer que las personas reciban medicamentos de forma permanente, como también lo es la incapacidad de considerar las consecuencias de una decisión tan revolucionaria para la salud mental.
Hoy en día hay cientos de clínicas de género en Estados Unidos. La mayoría de los pacientes no han nacido hombres como Jazz, sino que son chicas adolescentes expuestas a la influencia de sus compañeros y a la de las estrellas trans de las redes sociales, que desempeñan un gran papel en su deseo de escapar de la feminidad. Un daño irreversible -uno de los mejores libros de 2020 según The Economist- trata de esto: el repunte de las trans-identificaciones de mujer a hombre que ha alcanzado una escala difícil de ocultar (según una reciente encuesta de la American College Health Association, en 2008 afectaba a una de cada 2.000 estudiantes mujeres; ahora a una de cada 20).
Pero en los periódicos, que están al servicio permanente de la causa de género, no hay lugar para quien se atreve a preocuparse por las cifras, las consecuencias y los efectos de la ola de hormonas, moléculas y bisturíes que se hunden en la carne de los jóvenes. Ni siquiera si son médicos transexuales que saben más sobre esos chicos, ese bisturí y esas hormonas que cualquier periodista del New York Times.