Linda Ames Nicolosi.
Reproducimos a continuación la evocación personal sobre Spitzer publicada en Crisis Magazine por Linda Ames Nicolosi, ex directora de publicaciones de la NARTH (National Association for Research and Therapy of Homosexuality [Asociación Nacional para la Investigación y la Terapia de la Homosexualidad]) y esposa y colaboradora de Joseph Nicolosi, uno de los principales expertos mundiales en ese área. Los ladillos, negritas y enlaces son de ReL.]
Joseph Nicolosi, uno de los fundadores de la NARTH.
Cuando abrí el periódico un par de días después de Navidad, me sorprendió un rostro familiar en la sección de obituarios: el psiquiatra Robert Spitzer. Su nombre me trajo una oleada de recuerdos personales agridulces. Apredí algo de Bob Spitzer sobre la naturaleza humana y también sobre la política, en la medida en la que él actuaba entre bambalinas en el establishment de la salud mental.
Hace unos quince años, Spitzer me pidió que le ayudase con un nuevo proyecto de investigación en el que estaba trabajando: un estudio sobre personas que habían abandonado un estilo de vida gay. Él necesitaba ayuda para transmitir y expresar algunas ideas, y yo era en aquel momento directora de publicaciones de la NARTH (National Association for Research and Therapy of Homosexuality [Asociación Nacional para la Investigación y la Terapia de la Homosexualidad]).
Me halagó que él confiara en mí para ese trabajo. El doctor Spitzer era uno de los más laureados psiquiatras de los que había memoria reciente: había sido una pieza fundamental en la decisión de 1973 de quitar la homosexualidad del DSM (Diagnostic and Statistical Manual [Manual estadístico y diagnóstico], principal manual de referencia en la práctica de la psiquiatría en todo el mundo, n.n.).
Y así comenzó una correspondencia por e-mail casi diaria con Spitzer, que duró bastantes meses. Como el héroe cultural que supuestamente había "normalizado" la homosexualidad, debía ser -pensé- uno de los principales expertos en el asunto.
Pero me esperaba una sorpresa. No sólo Spitzer sabía muy poco sobre la homosexualidad (tema en el que parecía haber tenido poco interés en profundizar), sino que también tenía un conocimiento muy pequeño o aparentaba un mínimo interés en la psicología psicodinámica. Eso no debería extrañar: su especialidad en la Universidad de Columbia era la biométrica, y su trabajo en el manual de psiquiatría consistía en dirigir la complicada tarea de definir y categorizar cientos de trastornos y pseudo-trastornos: un puzle semántico con altibajos siempre cambiantes.
Spitzer era, sin duda, un hombre verdaderamente compasivo, y estaba orgulloso de haber ayudado a liberar a las personas LGB de la opresión cultural mediante la decisión de 1973. Pero cuando me llamó en 2001 (él estaba entonces en los años de declive de su carrera), me pareció que le inquietaba un sentimiento de culpa. Por una razón: no le gustaba la presión, dentro del establishment psiquiátrico, para impedir a los clínicos que ayudasen a pacientes que se sentían infelices con su atracción por el mismo sexo. ("Los pacientes deben tener derecho", me dijo durante una entrevista, "a explorar su potencial heterosexualidad".)
Como la mayor parte de los psiquiatras, Spitzer explicó en una entrevista de 2001 en el boletín de la NARTH que "pensaba que el comportamiento homosexual no podía resistirse... que nadie podía realmente cambiar su orientación": "Ahora creo que eso no es cierto: algunas personas pueden, y lo cambian".
La historia de Spitzer hacía de él una figura improbable como ídolo de los ex-gays. De hecho, algunos de los psicoanalistas más veteranos que habían tratado a pacientes por homosexualidad advirtieron a la NARTH de que no cooperase con él. En particular, Charles Socarides (uno de los fundadores de la NARTH, n.n.) albergaba un profundo resentimiento hacia Spitzer e insistía en que no se podía confiar en él para que entrevistase a ninguno de los antiguos pacientes clínicos de la NARTH; él consideraba a su viejo rival "una serpiente en la hierba" (alguien capaz de clavarte una puñalada por la espalda).
Sin embargo, el estudio se centró sobre 200 personas y continuó. Se encontró que el cambio no era completo ni absoluto: simplemente, una persona no "apaga y enciende sus orientaciones". Su resultado se describiría mejor como "una reducción en las atracciones homosexuales y un aumento en las atracciones heterosexuales". Pero sí se encontró "un buen funcionamiento heterosexual" en el 67% de los hombres que antes habían sentido poca o ninguna atracción heterosexual. Casi todos los participantes dijeron que se sentían ahora más a gusto con su género biológicamente apropiado.
La conclusión de Spitzer fue, sabiamente, prudente y limitada, porque el cambio (como con el alcoholismo, la obesidad y los problemas con las drogas) es lamentablemente difícil. Todo lo que él dijo fue esto: "Contrariamente a la creencia convencional, individuos altamente motivados, mediante diversos esfuerzos de cambio, pueden lograr un cambio sustancial en múltiples indicadores de la orientación sexual, y conseguir un buen funcionamiento heterosexual". (Pincha aquí para leer el estudio: Can some gay men and lesbians change their sexual orientation? 200 participants reporting a change fromo homosexual to heterosexual orientation, publicado en Archives of Sexual Behavior, octubre de 2003.)
Pero incluso esa limitada conclusión era demasiado para el establishment LGB. Acababan de lograr algunas victorias culturales, y esto era una traición tremenda: viniendo de un antiguo aliado, tenía que ser castigada.
Spitzer se quedó claramente petrificado ante la desabrida reacción a la pre-publicación. Su grupo social, como él explicaba (y no sólo como una gracieta), lo formaban "lectores del New York Times". Parecía incapaz de comprender que alguien pudiese verle como un enemigo por haber descubierto a esa olvidada población de ex-gays. Creo que él pensaba que apoyar a cualquier comunidad culturalmente marginada debía ser -como lo había sido en tiempos- algo popular incluso entre los progres culturetas de Nueva York. Esta vez, sin embargo, había juzgado mal el talante de los tiempos; no supo reconocer la "nueva ortodoxia" y su cambiante concepto de la victimología.
Poco antes de la fecha prevista para la publicación del estudio, recibí de él este S.O.S.: "He estado revisando los e-mails que he recibido... ¡y debo admitir que he tenido la tentación de rendirme ante todo esto!".
La evolución de los acontecimientos era alarmante. Yo consideraba su nuevo estudio como una rectificación necesaria en la literatura científica, y no quería que él se echase atrás. Se lo dije. Él me contestó: "Siento asustarte. Mi principal preocupación -aparte lo que esto pueda suponer para mi reputación en la comunidad científica- es que el efecto de este estudio es ayudar a 5000 ex-gays o potenciales ex-gays... [mientras] que he herido seriamente a cinco millones de gays".
Pero si el estudio decía la verdad, ¿por qué debía Spitzer pensar en "quien resultaría herido"? ¿Fue la consideración hacia "quien resultaría herido" (o, en este caso, hacia "quien no le gustasen los resultados") lo que le había impulsado principalmente a sacar la homosexualidad de la lista de trastornos? ¿Tanto le asustaba realmente la opinión pública?
Aquellos años fueron el inicio de una larga y severa cascada de ataques a Spitzer por parte de la comunidad gay. Además los evangélicos comenzaron a enaltecerle en una forma comprometedora para él: no eran, por supuesto, la clase de amigos que los lectores del New York Times consideran más atractivos. Él intentó varias veces distanciarse de los portavoces evangélicos.
Una vez que el estudio se difundió, suscitando tanta polémica, los evangélicos (y yo misma) perdimos su favor. Por el contrario, Spitzer empezó a frecuentar los almuerzos en Nueva York con Jack Drescher, un psiquiatra y activista gay que se oponía agriamente a los intentos de cambiar la orientación sexual. Aunque Spitzer me dijo una vez que "echaba de menos nuestros intercambios diarios por e-mail", ahora que las cosas estaban realmente calientes no volví a oír mucho más de él. ¿Era ahora Jack Drescher el hombre que tenía capacidad para influir en sus convicciones?
Jack Drescher comenzó a reunirse con Robert Spitzer tras la publicación de su investigación.
Así lo parece: "El hecho de que el matrimonio gay esté hoy permitido se debe en parte a Bob Spitzer", dijo Drescher a la BBC News en un caluroso tributo como obituario de Spitzer.
Aquellos años tras la publicación del estudio debieron ser años difíciles. Finalmente, Spitzer no volvió contestar ningún e-mail mío. Él quería ahora que el editor de la revista retirase el estudio, pero una petición de esa clase no era tan fácil. Después de todo, en los años posteriores al estudio él no había descubierto nuevos datos, simplemente le había entrado el temor de que muchos de sus entrevistados pudiesen haber estado mintiendo o se hubiesen autoengañado.
El desmoronamiento público (y el cambio de línea teológica) del líder de Exodus Ministries (organización protestante de ayuda a los homosexuales que quieren cambiar, cuyo último presidente, Alan Chambers, rechazó en 2013 haber impulsado las llamadas ´terapias reparativas´, n.n.) seguramente se añadió a la incomodidad de Spitzer. Y luego estaba el creciente impulso cultural y religioso hacia una aceptación entusiasta de la homosexualidad. El estudio de Spitzer le había señalado, no como alguien a la vanguardia, sino, de hecho, fuera de su tiempo. Parecía mortificado cuando describió después aquel estudio como "lo único" que lamentaba en su larga carrera.
Lo cierto es que Spitzer tenía un "núcleo" que era difícil de alcanzar. Se describía a sí mismo como "ateo y evolucionsita", y en uno de nuestros debates por e-mail me dijo: "La idea de pecado o de providencia divina no significan nada para mí. Sin embargo, la idea de un proyecto en evolución significa mucho".
Si su hijo fuese homosexual, decía, confiaría en que buscase terapia para ellos, "y confiaría en que su motivación para cambiar fuese un sentido intuitivo de que su vida sería mejor y más satisfactoria si utilizase su potencial heterosexual". Y añadió: "Generalmente, la heterosexualidad es una situación más satisfactoria que la homosexualidad". Es más, cuando yo le describí a él en un artículo como "el hombre que había normalizado la homosexualidad", él insistió en una corrección: "Yo nunca ´normalicé´ la homosexualidad", dijo, "simplemente la quité de la lista de trastornos", añadió con bastante énfasis.
Robert Spitzer formuló alguna aspiración a la fe, pero nunca dejó de ser ateo.
En una carta que escribió a una ex-lesbiana, Spitzer había expresado un respeto casi anhelante por la fe cristiana: "Lo que ha sido maravilloso para mí al participar en este estudio es comprender, en una forma como nunca lo había hecho antes de este estudio, con qué profundidad viven el mundo y su vida las personas religiosas. Supongo que sería más feliz si pudiese tener esa perspectiva, en especial ahora que tengo un problema cerebral potencialmente incapacitante". (A Spitzer acababan de diagnosticarle un Parkinson.) "Pero, para mí, la religión y la noción de una vida en el más allá y la intervención o guía divinos son sólo... pensamiento desiderativo que rehúye la verdadera situación de las cosas. No hay guía divina ni vida en el más allá. No necesito las Escrituras para saber que algunos comportamientos son dañinos para uno mismo o para los demás".
Así que, volviendo a 1973, ¿realmente Spitzer "descubrió" mediante el estudio de datos clínicos -como la gente cree- que la homosexualidad era normal?
No sólo negó específicamente haber normalizado el trastorno, sino que todavía recuerdo sus palabras sugiriendo una vaga conciencia de "la ley que está escrita en el corazón" (cfr. Rom 2, 15, n.n.)... sobre esas cosas que uno "no puede saber" a menos que esa conciencia haya sido borrada de alguna forma.
"En la homosexualidad", decía, "hay algo que no funciona".
Extrañas palabras, viniendo de un héroe del mundo gay.
Publicado en Crisis Magazine.
Traducción de Carmelo López-Arias.
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