El misterio de tan extemporánea opinión política, ajena a sus funciones en la curia vaticana, se desveló un mes después, cuando el 3 de octubre declaró al Corriere della Sera su homosexualidad y su inmediato abandono del sacerdocio, y convocó luego una rueda de prensa para presentar en sociedad a su pareja, el español Eduard Planas, funcionario de la Generalitat de Cataluña. Ambos vivirán a partir de ahora en una zona gay de Barcelona.
Maurizio Patriciello, párroco en el barrio Parco Verde de Caivano (provincia de Nápoles, en la Campania), no es tan famoso en todo el mundo como el ex monseñor Charamsa, pero sí en Italia. Y ahora sus destinos se han cruzado porque Don Maurizio se ha dirigido públicamente al sacerdote polaco mediante una carta abierta en Vita.
Patriciello no fue siempre un hombre piadoso. Alejado de la Iglesia una parte de su vida, el trato con un fraile franciscano le hizo volver a la fe, y al cabo de un tiempo dejó su trabajo en el servicio de urgencias de un hospital para ingresar en el seminario.
Ahora es sacerdote, pero junto a sus tareas pastorales ha asumido desde hace años una denuncia pública muy concreta: la situación medioambiental de su región por culpa del enterramiento de residuos industriales tóxicos potencialmente nocivos para las personas, pero protegidos en buena medida por la camorra. Don Patriciello denuncia sin embargo con energía en los medios de comunicación, rosario en mano, que el responsable no es solo el crimen organizado, sino los "empresarios criminales y deshonestos" con quienes pactaron los camorristas.
En efecto, entre 1991 y 2013 tuvieron lugar hasta 82 enterramientos masivos de residuos tóxicos en las provincias de Nápoles y Caserta (las conocidas como Terra dei Fuochi [Tierra de los Fuegos]): hasta diez millones de toneladas de veneno industrial llegadas de toda Italia que están bajo una investigación muy complicada por los intereses en juego. Aún no se conoce, por ejemplo, el emplazamiento exacto de todos los depósitos. Don Maurizio fustiga públicamente a dirigentes políticos locales y nacionales, incluido el primer ministro Matteo Renzi.
Con Matteo Renzi, cuando aún no era primer ministro: "Agradezco la visita, pero si las cosas no cambian también le silbaremos", dijo Don Maurizio. Y, efectivamente, luego le ha silbado.
Y el Papa apoya esa causa. El 21 de marzo, el padre Patriciello pudo ver un momento a Francisco durante la visita que el pontífice giró a Nápoles, introducido por el cardenal arzobispo de la diócesis, Crescenzio Sepe. "Lo sé todo, conozco los ataques que ha sufrido usted", le dijo el Papa al saludarle.
El breve encuentro de Don Maurizio con el Papa en el Duomo de Nápoles, en presencia del cardenal Sepe.
Don Maurizio le pidió una palabra para los voluntarios que le apoyan en sus denuncias. "Continuad, continuad", le respondió. "¿Y yo, Santidad? ¿Qué hago? ¿Debo continuar estando con ellos?". "Ciertamente", le respondió el Papa, según cuenta el mismo sacerdote en su blog de Il Fatto Quotidiano. Y reconoce: "Estas palabras me dan una fuerza inmensa".
Un personaje, pues, sin miedo a hacer públicas sus posiciones. Y lo ha hecho en relación al escándalo protagonizado por Charamsa. Su carta comienza con una alusión muy directa: "Nadie tiene derecho a confundir al prójimo". Y termina invitándole a "asumir la responsabilidad de las propias decisiones", porque nadie le obligó a asumir con su ordenación unos compromisos de castidad que no ha cumplido.
"Es una cuestión de seriedad y de honestidad. La obligación de mantener la palabra dada vale para todos. Un sacerdote o un laico casado que esconden un amante son, simplemente, traidores", afirma.
La dureza de esas palabras, sin embargo, no impide que la carta de Don Maurizio sea una reflexión muy hermosa sobre la fidelidad sacerdotal y el sentido de la castidad, sobre la libertad y el amor con los que se hace esa promesa, sobre las dificultades que entraña y sobre la fe en Cristo y en su ayuda para superarlas.
(Las negritas son de ReL.)
Nadie tiene derecho a confundir al prójimo. Sobre todo a los menos preparados cultural, espiritual o psicológicamente. En vísperas del sínodo sobre la familia, un monseñor polaco -un hermano mío- pensó que había llegado el momento de revelar al mundo que es gay. Sin duda, el momento era el menos oportuno. La pregunta surge espontáneamente: ¿por qué no lo hizo antes? Entretanto, como era previsible, la noticia "picante" da vueltas por las redacciones, por las diócesis, por la red. Los comentarios se multiplican. No entraremos, por ahora, en el meollo de la cuestión.
Durante el sínodo sobre la familia se afrontarán temas delicados que tienen al mundo católico atento y preocupado. Pero también lleno de fe y de esperanza. La Iglesia quiere ser madre para todos. No quiere que haya privilegiados. No quiere excluir a nadie de la misericordia de Dios. Jesús no es propiedad privada. El Papa Francisco ha sido clarísimo sobre esto.
El verdadero problema es otro. Este hermano mío confesó que tenía un "compañero". No sé qué quiere decir con eso. Si -como puede suponerse- quiere decir que tiene un compañero con quien ha establecido una relación afectiva, sentimental, sexual, se plantean algunas cuestiones.
La Iglesia no la hemos inventado nosotros. La Iglesia es la esposa que escucha al Esposo. Para conocerle, amarle, servirle. La Iglesia camina con los hombres de su tiempo, a quienes lleva el anuncio gozoso de que "Jesús es el Cristo". Como es natural, la Iglesia pide a sus ministros que acepten algunas reglas. Sobre las que proceden de la Palabra de Dios no puede transigir. Sobre otras se podrá discutir. De ahí la necesidad de permanecer unidos.
Ningún creyente está obligado a consagrarse. La vocación es un don. Durante los años de la formación, y no una única vez, los candidatos al sacerdocio son invitados a repensar y replantearse la decisión que han tomado. El día de la ordenación, a todos se les pregunta si quieren vivir de una cierta manera.
El celibato que la Iglesia católica de rito latino nos exige a los sacerdotes lo hemos recibido con alegría. Libremente. Solemnemente. Lo hemos elegido nosotros. Todos hemos dicho, en alta voz y ante cientos de personas, que queremos vivir en castidad. Aun sabiendo bien que vendrían días en los que la castidad -como, por otro lado, cualquier estado de vida- se haría pesada. Todo eso lo sabíamos. Y justo por eso nunca hemos dejado de rezar, sabiendo que, solos, poco podemos hacer.
Lo dijo Jesús: "Sin mí no podéis hacer nada". Lo que podría significar: "Conmigo podéis escalar las cimas más altas con los pies descalzos... Podéis surcar los mares...". Esto vale para todos: casados, célibes, consagrados. Sin duda, todos pueden caer en alguna trampa. Todos, a lo largo de la vida, pueden tropezar. Todos pueden cambiar de ideas. Es importante, sin embargo, asumir la responsabilidad de las propias decisiones. Sin hacerla recaer sobre los demás. Sin hacerse pasar por víctima de un sistema atávico. Sin engañar al prójimo.
El "no" que el candidato al sacerdocio dice al ejercicio de la sexualidad es el pedestal donde se asienta el "sí" que ha dicho a Cristo, a la Iglesia, a los hermanos. Este argumento vale para todos, no sólo para los sacerdotes. Quien lleva ante el altar a su novia y le dice: "Te recibo como mi esposa y prometo serte siempre fiel..." está renunciando a todas las mujeres del mundo. A menos que quiera engañar. Pero entonces entraríamos en otro asunto.
El monseñor polaco no se ha descubierto gay en estos días. Imagino que ya lo era en el momento de la ordenación. No sé cómo ha hecho para responder a las preguntas de su obispo antes de que le impusiese las manos sobre la cabeza. Habría podido no acceder al sacerdocio católico, que estipula el estado de castidad para los sacerdotes. Más allá de cualquier otra consideración teológica y moral, es una cuestión de seriedad y de honestidad. La obligación de mantener la palabra dada vale para todos. Un sacerdote o un laico casado que esconden un amante son, simplemente, traidores. Si en vez de un compañero el monseñor polaco hubiese tenido una compañera, habría sido lo mismo.
Me alegro de que se haya descubierto. Respeto su vida privada. Pero el espantajo de la homofobia que está intentando agitar a los cuatro vientos no viene a cuento. Insistir en ello es ser deshonesto. Que Dios bendiga a todos.