Según los datos oficiales ofrecidos por Bélgica, el pasado año 2018 murieron en el país debido a la eutanasia 2.357 personas, cifras que van aumentando año a año. Lo que empezó siendo una ley para casos muy concretos se ha ido abriendo a todo tipo de patologías físicas y mentales, muchas de las cuales sin que puedan causar la muerte al paciente.
Sin embargo, las consecuencias de una ley de eutanasia van mucho más allá del número de muertes o de los supuestos según los cuales se permite. Esto es únicamente un paso de un proceso que va transformando la sociedad, que relativiza la vida y la muerte, y que acaba siendo absorbida por una visión utilitarista.
Los ancianos, en el punto de mira
Pablo Requena, uno de los grandes expertos en Bióetica y representante del Vaticano en la Asociación Médica Mundial, explicaba a ReL que la sociedad y también los médicos se acaban acostumbrando a la eutanasia. Y en una sociedad en la que el estado del bienestar está en cuestión debido al cambio radical de la pirámide poblacional que hace inviable el sistema, los ancianos están en el punto de mira.
“Me parece que la eutanasia, y una ley que la permita, puede servir a un grupo de personas que quieran anticipar su muerte porque están sufriendo, pero serán muy pocas con respecto a todo ese gran número de personas que si hay una ley de estas características de alguna manera se encontrarán presionadas a decidir y a contestar a la pregunta de por qué quiere seguir viviendo y por tanto de por qué quiere seguir siendo un peso para su familia y la sociedad”, explicaba Requena, sobre una posible normativa en España.
Esto queda de manifiesto con los resultados de un estudio publicado en Bélgica y realizados por el Centre d´expertise des soins de santé (KCE) y la Fundación Rey Balduino, entre otras. Los datos que ofrece son estremecedores, pero se entienden mejor en el contexto de la pendiente resbaladiza que provocan leyes como la eutanasia y sus consecuencias a la hora de valorar la vida como un bien supremo a proteger.
Dejar de sufragar los tratamientos a los mayores de 85 años
El 40% de los belgas se muestra favorable a mantener el sistema de la seguridad social del país dejando de sufragar los costes de los tratamientos que prolonguen la vida de las personas que tengan más de 85 años. El apoyo a esta medida es superior porcentualmente en los flamencos que en los valones. Lo mismo ocurre con la eutanasia, donde son los flamencos los que más mueren por esta práctica. Sólo el 35% se opone frontalmente a detener la atención vital a los ancianos.
Por ejemplo, el diario Le Soir recuerda también que en Holanda ya no se colocan marcapasos en las personas mayores de 75 años.
Pero los datos son más graves si se conocen las opiniones de los belgas sobre otros asuntos de salud. Si casi la mitad de la población dejaría de sufragar los tratamientos de los ancianos, sólo el 17% apoya que se dejen de pagar los gastos en tratamientos derivados de enfermedades provocadas directa o indirectamente por el comportamiento personal (tabaquismo, obesidad…).
La desigualdad entre ciudadanos
Esto va generando la sensación de la existencia de vidas más valiosas que otras, donde los ancianos quedarían como el colectivo más vulnerable. Además, en estos casos se acentuaría la desigualdad entre aquellos que pese a que el estado no les financie los tratamientos puedan acudir a la sanidad privada y los que no.
El estudio refleja también esta diferenciación de la vida según la edad con otros datos. Si el 69% de los belgas considera legítimo que se gaste 50.000 euros para un tratamiento vital, el porcentaje se desploma al 28% si el paciente que se beneficiase de él tiene más de 85 años.
Y si la persona está en coma y el tratamiento solo le prolonga la vida un año, tres de cada diez belgas están de acuerdo (en que se le aplique) salvo para los mayores de 85 años. Y la mitad de los belgas consideran que "eso no debe jamás ser posible (no debe aplicarse), sea cual sea la edad".