Si la doble obsesión del artista contemporáneo radica en: 1) no ofrecer respuestas, sino plantear preguntas; y 2) no provocar indiferencia, el escultor irlandés Maximilian Pelzmann se puede dar por satisfecho. Objetivo cumplido, al menos, en lo que a su obra 'La armonía del sonido' se refiere.
Instalada recientemente en el lateral derecho de la fachada de la Basílica de Santa María del Coro de San Sebastián, la obra suscita todo tipo de reflexiones entre los transeúntes. "Me gusta", "contrasta", "un bodrio", "mezcla lo vanguardista con lo clásico", "ojalá haya polémica", "irreverente", "original" o "impactante" fueron algunas de las impresiones recogidas sobre el terreno.
Y entre todas las opiniones, una pregunta: "Y el párroco de la iglesia, ¿ya sabe lo que le han puesto aquí?". La respuesta es afirmativa. De hecho, es el propio Edorta Kortadi -sacerdote, crítico de arte y comisario de exposiciones- el impulsor de la iniciativa.
La escultura que Pelzmann (Dublín, 1974) ha bautizado como 'La armonía del sonido' -y una ciudadana como 'Oda a la osteoporosis'- luce sus formas sinuosas en un blanco inmaculado que resalta sobre la piedra de la Basílica. "Sí, llama la atención, pero me gusta ese golpe entre lo moderno y lo antiguo, con lo ñoños que somos aquí", comentaba un señor acompañado de dos mujeres, los tres donostiarras.
"Habrá que acostumbrarse, pero en principio me gusta porque me gustan las cosas raras. Igual luciría más en otro lugar que no fuera la fachada de una iglesia, pero habrá que acostumbrarse a verla para hacerse a la escultura". Una joven, también donostiarra, coincide: "Me gusta. Choca mucho, pero me gusta. Me recuerda a una esponja superdesgastada, a algo que ha sido comido por el mar".
No iba desencaminada: el propio autor reconocía el jueves la erosión causada por el mar en las rocas de Jaizkibel como fuente de inspiración. "Quizás quedaría mejor si la escultura fuera menos blanca y resplandeciera menos». «Opté por el blanco porque se trata de una iglesia donde la pureza es algo que viene dado. Además, cuando se habla de los vascos también se asimila a una raza pura", son los argumentos del artista.
No faltaron las personas que acudieron expresamente a Santa María para contemplar 'in situ' la obra del artista irlandés, tras tener noticia de su instalación. Era el caso del arquitecto donostiarra Emilio Valera, quien tras elogiar "el buen trabajo que está realizando aquí Kortadi" en el terreno de la difusión artística, se mostraba satisfecho con el resultado estético de 'La armonía del sonido', una obra que permanecerá instalada en la basílica de forma temporal, aunque por período de tiempo aún por determinar. "Pienso que encaja con el barroquismo de la Iglesia. Está bien ubicada en su hornacina, quizás la hubiera colocado un pelín más baja". Puestos a buscarle pegas, Valera sólo encuentra una: "La farola de la pared estropea la perspectiva de la obra vista desde la calle 31 de agosto".
"Un bodrio, ojalá haya polémica. No es que seamos especialmente católicos, pero me parece una provocación colocar una obra así en una iglesia. ¿Ya sabe el párroco lo que le han puesto aquí?", era la pregunta que se formulaba Ana, una mujer de Zaragoza, de visita turística en San Sebastián, mientras se disponía a inmortalizar con la cámara del móvil a Gabriel, posando junto a la obra. "Aquí, lo fascinante es: ¿tiene problemas nasales el artista?", comentaba éste con humor. "Soy pintor de profesión. En este caso, no me interesa tanto la obra como el porqué". En cuanto a las influencias que estos turistas detectaban en la obra, "Dalí, Henry Moore e incluso algo de Gaudí".
No eran pocos los que se preguntaban por los materiales utilizados: acero inoxidable, cemento Portland, todo cubierto con fibras, esponjas, sintéticas, resinas y minerales. A la pregunta de qué le parecía la escultura, una mujer se lo pensaba, apuntaba que "es original" y concluía con un "me gusta". Y añadía: "Choca un poco, pero he venido expresamente para verla y pensaba que me iba a chocar más". "Curioso, como poco porque hace que te preguntes; ¿qué es eso?", apuntaba otra mujer que pasaba frente a la obra.
"Es llamativa, te quedas mirándola porque, además, está en un sitio emblemático, como es una iglesia, aunque tampoco me parece irreverente porque yo, al menos, no observo en ella nada obsceno. Habrá que aceptar que va a estar ahí". Y otra opinión de un viandante: "Me parece muy bien que la hayan puesto ahí. Es un poco impactante, pero rellena muy bien el hueco que había".
Menos complaciente se mostraba un matrimonio donostiarra. "Está fuera de contexto, quizás luciría más en otra situación. Respetamos el arte moderno, pero siempre que esté en el lugar apropiado. Rompe con la estética de la Iglesia", señala ella. "Le sienta como a un Cristo con dos pistolas", apunta él. "Yo no diría tanto", matiza ella. Y una última opinión contundente: "Es horrible, espantoso. No le va a una fachada tan antigua".
Más benevolente se mostraba un transeúnte, que consideraba "interesante el contraste entre el arte moderno y el antiguo. Pienso que es cuestión de hacerse a la idea y de acostumbrarse a verla ahí. Aquí nos cuesta asumir estas cosas, pero ya te digo que me gusta el contraste. Si tuviera que poner un 'pero', diría que es demasiado blanca, esperemos que cuando las condiciones atmosféricas degraden un poco el color quede mejor".
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