La carta tiene como destinatarios a treinta patronos vinculados al Museo y al ministro de Educación, José Ignacio Wert, y en ella discrepan de las decisiones de la dirección sobre esta exposición.
El escrito es tajante al acusar de ideologización del espacio público:
«Como empleados públicos firmantes –la mayoría agnósticos– queremos dejar patente nuestro rechazo a lo que Manuel Borja-Villel llama “espacio de diálogo y reflexión”, en el que sólo tienen cabida sus posturas ideológicas y políticas y que camuflan en realidad “espacios de adoctrinamiento” y de revolución de cuarto de estar. Las quejas señalan la obra como “apología de un delito” y ello “implica formar parte de un discurso que defiende, alaba, elogia o justifica la acción, inacción o pensamiento de cuestiones que no comulgan con la ley».
«Como trabajadores del Museo Reina Sofía, no deseamos que se nos relacione con este tipo de muestras, que al margen de su escasa calidad artística, o precisamente por ello, ocultan mensajes de discordia”.
La petición de los empleados es que se eleven las quejas al Pleno del Patronato. El grupo anónimo lamenta ese “¡Contribuya!” de la cajita y se pregunta:
«¿Qué ocurriría si cualquier otra obra expuesta en el Museo Reina Sofía incitase a la quema de homosexuales, sinagogas, mezquitas, razas distintas a la muestra o colectivos feministas? Nosotros nos levantaríamos de igual forma» .
Manuel Borja-Villel, director del museo, acepta y expone las obras cristianófobas... los trabajadores dicen que impone su ideología adoctrinadora
El director del Museo, Manuel Borja-Villel, ha presumido de diálogo y libertad de expresión. Pero sus trabajadores denuncian también la censura y las represalias que «en el pasado se han producido contra quienes no han comulgado con el pensamiento único que se ha impuesto en los últimos años por parte de la dirección».