El título es provocador, como lo era el de sus primeros dos libros Cásate y sé sumisa y Cásate y da la vida por ella, que causaron un gran escándalo entre muchos intelectuales, tan políticamente correctos en lo que atañe al lenguaje y al uso de las palabras como incorrectos con la persona de Costanza Miriano, de la que seguramente no han leído ni siquiera los primeros capítulos de ambos libros.
Sin embargo, la escritora renuncia desde el primer momento a llevarse el mérito de un título tan original, Obedecer es mejor [Obbedire è meglio] (Sonzogno, 2014), adeudando la creación del aforismo al más grande de los creadores, el Señor: de hecho, la frase la ha cogido de la Biblia. Pero si los detractores de la Miriano, a los que les gustaría someterla al ostracismo, dejaran de lado su juicio iconoclasta y leyeran estas páginas se darían cuenta de que ella escribe sobre personas, la vida y el amor y que los clichés ideológicos que le han sido endosados están tan lejos de ella como la urbanización de la luna.
Miriano nos confirma que ha encontrado el secreto de la felicidad. ¿En que reside? Escuchemos directamente lo que dice cuando introduce la obra: «Ciertamente, un libro que trata sobre llevar la propia carga y la de los otros no se venderá como rosquillas, lo sé. […]. Sin embargo, creo que atañe a un montón de personas. Basta mirar a la gente. Basta escuchar, mirar, hablar con las personas que nos encontramos. El misterio del cansancio, del no amarse, del dolor, del sufrimiento; el misterio del mal en general nos concierne a todos».
En medio de esta condición humana, ¿cuál es la modalidad para ser felices? «Ser corderos. Tomar sobre uno mismo, además del propio mal, el de los otros, no ser caja de resonancia de la malignidad, presentar mansamente el cuello. El cordero... lo hace cuando un pastor bueno lo ama de verdad y le cuida».
En el mundo actual de autosuficiencia y autodeterminación, en el que ser adultos es sinónimo de independencia y autonomía, la palabra «obediencia» es inaudita. La obediencia de la que habla la escritora es sinónimo de «amor» y, tal vez, la síntesis más perfecta del nuevo libro es lo que escribía Testori (Giovanni Testori, escritor, dramaturgo, historiador de arte y crítico literario italiano, N.d.T.) hace algunos decenios: «No se equivocará quien, a pesar de todos los errores, haya amado la realidad, es decir, la Creación. Amando la realidad estás dentro de ella, vives dentro de ella y abrazas tu tema, la vida, sin necesidad de abstracciones. Basta amar la realidad, siempre, de todas las maneras, también de la manera precipitada y aproximativa que ha sido la mia. Pero amarla. Para el resto no hay preceptos».
Nuestro tema, como relata la escritora con su habitual familiaridad y simpatia, es nuestra vida, la vocación, la familia, el trabajo, los hijos, los amigos. «La obediencia no es pasividad... al contrario, es el máximo de la fuerza: es conformación a algo más grande. Es entender que nuestra determinación, sola, no es en sí misma un valor». Esto significa que es un valor relativo, no absoluto.
El único valor absoluto es la verdad y la verdad es una relación. Pensemos en lo bien que el Dios Uno y Trino cristiano documenta esta dimensión. De hecho, la autodeterminación a menudo se convierte en soledad y aislamiento, después en tristeza y, con el tiempo, en maldad, mientras el yo es, por su naturaleza, relación con otro, en especial con ese Otro del que dependes. Esto nos rememora constantemente la amistad, a la que Miriano llama la «Compañía del cordero». «Mi amiga y yo», escribe, «intentamos acompañarnos también en esto, porque ocupadas como estamos por el millón de cosas urgentes que tenemos que hacer corremos el riesgo de olvidarnos de las importantes». La verdadera amistad nos acompaña a lo largo del camino hacia el Destino, despertándonos a lo esencial.
El matrimonio, la condición de marido y mujer, argumento de los primeros libros, necesita para ser vivido un ámbito más amplio, el de la amistad fraterna. Si es verdad, como ha recordado el Papa Francisco en el encuentro con el mundo de la escuela el 10 de mayo, que «para educar a un niño se necesita toda una aldea» (proverbio africano), es verdad también que la familia, torrente que discurre por el cauce de un río más grande, necesita la fuente que le da la vida. Esta fuente, documenta la escritora con muchas historias personales, es la presencia real de Cristo, en los sacramentos, en la Iglesia, en la “Compañía del cordero” que el Señor ha puesto a su lado en la cotidianidad para recordarle lo esencial y reconocerlo.
Traducción de Helena Faccia Serrano.