Exposición:
- 1. La pederastia de algunos sacerdotes y religiosos es un golpe muy duro para la Iglesia. No podemos tolerarlo porque han cometido un pecado que clama al cielo: “Pero al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le vale que le cuelguen al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos, y le hundan en lo profundo del mar”(Mateo 18, 6).
- Es necesario que todos los que lo han hecho sean descubiertos, si es que ya no lo han sido, que los hechos esclarecidos sean sancionados disciplinariamente por la Iglesia y penalmente cuando sean constitutivos de delito.
- 2. También todos los que forman parte del Pueblo de Dios tenemos el deber de acoger, acompañar, y ayudar a las víctimas.
- 3. La opinión publicada, y los posicionamientos políticos, deben ceñirse a la objetividad y especificidad de los hechos, y en la medida en que han sido acreditados. Hay que delimitar su gravedad, porque se mezclan conductas simplemente inadecuadas, con actos moralmente escandalosos con consecuencias penales de diversa gravedad. En nombre de esta objetividad hay que subrayar que a pesar de la acumulación en el tiempo con el que son presentados, 30, 40, 50 años, resultan pocos casos en relación al conjunto de sacerdotes y religiosos.
- 4. Es injusto querer extender el comportamiento de algunas personas en el conjunto de los sacerdotes y la Iglesia. Hay que superar el falso relato de una Iglesia atrapada por los delitos sexuales de sus sacerdotes. Hay que rechazar rotundamente que se abra con esa excusa una causa general contra ella como intenta el gobierno español. Somos especialmente los laicos los que de acuerdo con nuestra acción y determinación conseguiremos que la opinión final predominante responda a la realidad.
- 5. Hay que reclamar de los medios de comunicación y de los poderes públicos la misma atención para todos los casos de pederastia, y no sólo de aquellos que presuntamente se relacionan con sacerdotes o personas religiosas. La pederastia y los abusos sexuales en general son un problema muy grave en esta sociedad.
- 6. Hay que defender y promover el principio de presunción de inocencia, fundamento de la justicia, y de todo estado de derecho. Todo el mundo es inocente hasta que se demuestra lo contrario. La simple inculpación no es suficiente para hacer culpable a nadie. No se puede convertir a los sacerdotes en chivos expiatorios de un problema, que afecta gravemente a la sociedad en su conjunto teniendo una incidencia importante dentro de la propia familia.
- 7. Hay que explicar bien que hace años, desde Benedicto XVI, que la Iglesia actúa, que depura responsabilidades y asume reparaciones. Este trabajo culminará este mes de febrero en Roma con la Asamblea de presidentes de las conferencias episcopales de todo el mundo, para acordar y homogeneizar un procedimiento universal para una comunidad que reúne 1.200 millones de personas.
- 8. En ningún caso la Iglesia puede eludir el perdón, esencia del cristianismo ni de las condiciones para que sea efectivo: arrepentimiento, enmienda y reparación hasta donde es posible. “¿Cuántas veces tengo que perdonar?” (Mateo, 18, 21), pregunta Pedro a Jesús, y éste le responde: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete” (Mateo 18, 22), es decir, siempre. El cristianismo no es puritanismo, por lo que siempre es posible empezar de nuevo en Jesucristo, incluso los peores. Esta es la razón de que la Iglesia sea portadora de esperanza para todos los que se apartan de Dios y se arrepienten.
- 9. El castigo que ahora sufre el Pueblo de Dios por el pecado de algunos, tiene como siempre un sentido sanador para superar sus debilidades. La Iglesia es fuente de gracia, y redención. Parte de sus miembros, en su condición humana, pueden apartarse, a veces muy gravemente, del seguimiento de Jesucristo, pero estas realidades circunstanciales y circunscritas son redimidas específicamente por el poder que Dios le ha otorgado, no únicamente para perdonar el pecado, sino para superarlo en nuestra vida de cada día (Tito 2, 11-13).
- 10. La forma en que los casos de pederastia y los abusos sexuales en general son tratados hoy deben hacer asumir la conciencia plena que vivimos en una sociedad y unas instituciones que son post cristianas. Esta realidad hace que razones que dentro del marco de la Iglesia, es decir dentro de la concepción cristiana, son perfectamente comprensibles, como el perdón por el arrepentido, y una segunda oportunidad, son inaceptables para la cultura hegemónica de una sociedad caída en el emotivismo de la némesis. Esta cultura hegemónica dicta, no únicamente la sentencia antes del juicio, sino cómo deben ser interpretados los hechos. Así censura, y silencia la evidencia de que más del 75% de los casos de pedofilia eclesiales corresponden a hombres en relación a chicos.
Final:
Sin embargo, las escuelas católicas continuarán llenas, los jóvenes y niños continuarán acudiendo a los centros recreativos y al escultismo católico, y los padres continuarán confiando en ellos. Mucha gente se beneficiará de la ayuda de Cáritas, y a otros servicios de la Iglesia, y aquel que ha llegado al límite y no sabe dónde ir, acudirá a la parroquia. Sí, todo esto permanecerá igual. Pero no es suficiente.
Asimismo hay que aportar respuestas a la altura del reto, y los laicos debemos actuar unidos para construirlas. Nosotros hombres y mujeres, jóvenes y mayores, padres y madres, tenemos que salir y hablar alto y claro sobre la dignidad, honestidad y credibilidad de nuestros sacerdotes y obispos.
Hay que actuar conjuntamente para salir del cerco y situar en medio del ágora nuevos acontecimientos surgidos de nuestra iniciativa, porque no es la Iglesia quien sufre una crisis moral, porque ella conoce bien lo que está mal y se afana en rectificarlo.
La gran crisis moral, por tanto económica, social y política, es la del estado y de la sociedad, inmersos en una impotencia evidente para identificar el bien, para impartir justicia, y para diferenciar lo superfluo de lo necesario.
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