El Papa Francisco ha hablado mucho de salir a la calle: "hagan lío", les dijo a los jóvenes argentinos en la JMJ; "mejor accidentarse en la calle que enfermar encerrado en casa", ha predicado en varias ocasiones.
En España, desde la macro-manifestación "La familia importa" de 2005, los obispos no van "de manifestación". La prensa española de izquierdas, en vez de publicar fotos de multitudes de familias alegres, publicaba primeros planos de obispos (más bien desfavorecidos).
Desde entonces, los obispos españoles sólo participan en actos en la calle si tienen formato de oración, como la Misa por las Familias en Navidad en las calles de Madrid.
Sin embargo, en Estados Unidos, como hemos visto este mes de enero, obispos, arzobispos y cardenales salen de manifestación en defensa de la vida y la familia: el arzobispo Cordileone en San Francisco, el cardenal George en Chicago, el cardenal O´Malley de Boston, el arzobispo Kurtz, presidente de los obispos de EEUU [bajo estas líneas rezando ante una clínica abortista]... todos ellos han marchado con su abrigo y su gorro contra el frío antivida y antifamilia. Con ellos van obispos de Iglesias ortodoxas y algunos de comunidades anglicanas, luteranas o pentecostales conservadoras.
En la Marcha por la Vida de París no era habitual que acudiesen obispos, pero la presencia insistente de un puñado de obispos (Rey, de Toulon; Aillet, de Bayona; Cattenoz, de Avignon) consiguió que con los años otros que no acudían enviasen mensajes de apoyo... ¡hasta el Papa Benedicto XVI y este año el Papa Francisco comunicaron su apoyo a través del Nuncio!
Con todo, a la mayor parte del episcopado francés no le gusta llamar la atención ni salir a la calle. Ven con inquietud el llamado del Papa Francisco a salir a la calle y "hacer lío". Ha dado voz a este sector el arzobispo de Clermont, Hippolyte Simon, con un artículo en el que se muestra contrario a la presencia de obispos en las marchas por la calle.
Más aún, el arzobispo Simon, en el caso de la lucha contra el aborto considera que es "violencia" todo lo que no sea asesoría personal a la madre. ¿Diría, sin embargo, que contra la esclavitud o el infanticidio de niños ya nacidos, o contra la pederastia o el turismo sexual infantil, sólo se debe usar la asesoría personal?
Simon dice, con cierto dogmatismo: "para salvar a un niño aún acurrucado en el seno materno sólo hay un camino, que consiste en hablar a la conciencia de su madre. Todo el resto sería violencia. Para poder hablar a la conciencia de esta mujer es necesario que ella se atreva a venir a hablar con nosotros los primeros".
Por su parte, el cardenal Philippe Barbarin, arzobispo de Lyon, diócesis Primada de las Galias, ha explicado en un texto por qué él sí ha estado en la Marcha por la Vida de hace dos semanas en País (se hizo fotos allí con el obispo de Alcalá de Henares, Juan Antonio Reig Pla) y por qué este domingo 2 de febrero marchará con miles de sus feligreses en la Manif Pour Tous de Lyon (paralela a la de París, que atrae más bien a la población del norte de Francia).
Por su parte, el arzobispo Simon ha publicado su postura en un artículo de "La Croix". Publicamos a continuación ambos documentos.
Editorial del cardenal arzobispo de Lyon, Philippe Barbarin, por su participación en la «Manif pour tous» el 2 de febrero en Lyon.
Tras un año de movilización oímos decir que el «matrimonio para todos» ha dividido a los franceses, y a los católicos en particular. Esto es verdad en parte. Pero lo que también asombra son las nuevas convergencias que han nacido, a veces inesperadamente.
No olvidaré, por ejemplo, al presidente del Consejo regional del culto musulmán de Rhône-Alpes, respondiendo a la prensa a mi lado, el 13 de enero de 2013: «No, ¡esta ley no es necesaria para Francia!» Internamente yo oía: «Que vuestro sí sea sí; que vuestro no ¡sea no!» Y me decía: «Desde luego, él sabe decir no con dulzura y firmeza».
Se han iniciado y profundizados diálogos, lo que ha permitido conocer y comprender de un modo como nunca había sido posible la situación de las personas homosexuales. Muchas de éstas me han animado a manifestarme.
Para numerosos cristianos ha sido ocasión de poner en marcha la última consigna de Jesús: «Seréis mis testigos».
Entre los testimonios, recuerdo tres:
-la petición de 700.000 firmantes, petición «olvidada» por el Consejo económico, social y ambiental;
-las incontables multitudes que han invadido las calles de París y las plazas de nuestras ciudades de provincia en 2013;
-el nacimiento y la presencia fuerte, respetuosa y silenciosa de los «veilleurs»
Entre las personas «anti-matrimonio para todos» observamos, sin embargo, a partir de ahora dos grupos que se oponen:
- los partidarios «de la línea dura», capaces de organizar una manifestación llamada «día de la ira», con ganas de pelear;
-y, por otra parte, los «derrotistas», que consideran que la gran batalla del matrimonio ya se ha perdido, por lo que hay que pasar a otra cosa, como si la votación de la ley invalidara a partir de ahora todo debate.
En mi opinión, son dos caminos ajenos a lo que nos indica el Evangelio.
El Señor no nos obliga a presentar un resultado… No hemos sido enviados para vencer, sino para testimoniar porque en el atardecer de nuestra vida no seremos juzgados según nuestras victorias, sino sobre el amor y un único y esencial criterio: el de nuestra actitud hacia los más pequeños.
¿Tenemos que seguir rezando, hablando, actuando y yendo a manifestaciones? Sí, y en nombre mismo del Evangelio del juicio final que podríamos prolongar así: «Me privaron de uno de mis padres al nacer y ¡vosotros no dijisteis nada!»
El cambio de civilización anunciado por Christiane Taubira se juega ahora, especialmente en el marco de la ley «familia». Ésta no hablará ni de la GPA (Grossesse pour Autrui – úteros de alquiler) ni de la PMA (Procréation médicalement assistée – reproducción médica asistida), pero sabemos que, cerrada la puerta oficial, estas cuestiones entrarán por la ventana de las enmiendas.
Se dice también que el gobierno espera el parecer del Comité consultivo nacional de ética, del que ha apartado a las voces discordantes.
Si el acceso a la PMA y la GPA se abre, toda la filiación será transformada y trastornada. Por primera vez verá el día una generación de niños privados intencionadamente de uno de sus padres.
Pensemos simplemente en los árboles genealógicos tal como han sido representados hasta ahora y pensemos cómo podrán ser mañana: «Sólo las flores artificiales no tienen necesidad de raíces», previene el filósofo.
En el fondo, estas medidas consagrarían el derecho del adulto sobre el derecho del niño, el derecho del más fuerte sobre el del más débil… situación terriblemente deteriorada por la ley del aborto, que se presenta como una ley de excepción para responder a situaciones de desamparo y que nosotros hemos visto cómo se ha desviado a gran velocidad desde hace unos decenios.
¿Será necesario soportar de nuevo la injusticia revestida con el uniforme de la ley? Cada uno de nosotros puede, hoy, reconocer su existencia como fruto de la unión de un hombre y de una mujer, fueran las que fueran las locuras o los hechos de la vida de nuestros antepasados, de nuestros padres… ¿Qué pasará mañana? ¿Qué les diremos a los niños que nos preguntarán porqué dejamos que se hiciera todo esto?
Afortunadamente, una palabra atraviesa los siglos y las culturas: es la palabra de la conciencia, grabada en el corazón y en el espíritu de los hombres. La Palabra de Dios la ilumina y la recuerda.
Es necesario dar las gracias a todos los «veilleurs» [los que velan]: no se duermen nunca y nos ayudan a permanecer vigilantes. Por los niños sin nacimiento, sin padres, sin voz; por las personas sin edad, sin futuro; por los “sin” documentos, sin país, sin domicilio fijo… y por todos los «sin» que son nuestro prójimo de hoy, la parábola del Buen Samaritano me interpela: “yo, Philippe, sacerdote, ¡no puedo «pasar de largo»!”.
El 2 de febrero, en Lyon, éste será el sentido de mi presencia en la «Manif pour tous».
Editorial del arzobispo de Clermont, Hippolyte Simon, antes de la manifestación del 2 de febrero
La toma de posición de muchos de mis hermanos obispos, en referencia a la manifestación anunciada para el 2 de febrero, ha hecho que muchos de mis diocesanos me preguntaran: «¿También usted irá a la manifestación?».
Entiendo estas preguntas. Un análisis demasiado rápido podría hacer pensar que los obispos que no irán a la manifestación, o bien les falta valor, o bien se hacen cómplices de un poder político empeñado en su lucha contra la familia. No es tan simple. Y voy a intentar explicarme.
Yo también estoy asombrado de un gobierno que se obstina en no entender las advertencias de quienes lo ponen en guardia contra las derivas progresistas-libertarias que conducen únicamente a restablecer la ley del más fuerte en detrimento de los más débiles. Entiendo que los ciudadanos que se han manifestado en varias ocasiones contra la ley sobre el matrimonio llamado «para todos» deben sentir amargura por haber sido menospreciados hasta este punto por el presidente de la República y por el gobierno.
Entiendo que estos mismos ciudadanos tengan ganas de continuar su movimiento. Pero, sin embargo, ¿debemos participar nosotros, como obispos, con el riesgo que conlleva el darle un carácter confesional?
Respeto la elección de mis hermanos que irán el 2 de febrero. Tienen la libertad de pensar y de decir que este modo de actuar es útil para el testimonio que quieren dar.
Por tanto, yo también tengo la libertad de pensar y de decir por qué no iré con ellos. Estoy seguro de que ellos también respetarán la elección que tomo en conciencia. No tenemos divergencias en el fondo. Nuestras divergencias están en el método.
Pienso que no es necesario recordar nuestra posición: es clara, constante y bien conocida. Pero hace falta interrogarse sobre la manera como es recibida. Es necesario observar lo siguiente: en la opinión pública se percibe que las manifestaciones contra el «matrimonio para todos» están estrechamente vinculadas a las del aborto.
No las podemos separar porque nuestra actitud con respecto al matrimonio repercute, inevitablemente, sobre la manera como nos ven las personas afectadas por una interrupción de embarazo. Ahora bien, en esta situación no se trata para nosotros de tomar la iniciativa de socorrer a un niño abandonado.
Se trata, al contrario, de esperar que una mujer, angustiada ante la noticia de una vida que se anuncia en ella, se atreva a atravesar la calle para venir a llamar a la puerta de la casa parroquial, del presbiterio, de la capellanía de un colegio o de una asociación de acogida.
En varias ocasiones, como muchos sacerdotes, he acogido en mi despacho a una mujer que venía a confiarme su desesperación. Después de llorar, pedirme consejo, intentar rezar, esta mujer ha decidido al final mantener al niño que llevaba dentro. Y este niño es hoy la alegría y el orgullo de su madre. Por mi parte, no he hecho otra cosa más que escuchar a estas mujeres e invitarlas a reflexionar. El resto, es el secreto de su decisión íntima. Por desgracia, ha sucedido también que algunas mujeres, después de este diálogo, han seguido los consejos de su círculo más cercano, que las incitaba a no mantener al niño que les había sido anunciado.
Pero, ¿quiénes somos nosotros para ir y acusarlas?
¿Cómo socorrer a un niño cuya madre, ante la revelación que él está ahí, lo primero que siente es angustia y tristeza? Lo que me parece que se olvida la gente que se manifiesta con demasiada fuerza es sencillamente esto: para salvar a un niño aún acurrucado en el seno materno sólo hay un camino, que consiste en hablar a la conciencia de su madre. Todo el resto sería violencia…
Pero para poder hablar a la conciencia de esta mujer es necesario que ella se atreva a venir a hablar con nosotros los primeros, o que sus amigos íntimos, a los que ella ha confiado su secreto, la animen a hablar con nosotros.
Y la experiencia pastoral me enseña que esta confianza es frágil y muy difícil de ganar…
Quiero añadir que este compromiso por la vida debe empezar mucho antes de llegar a estas situaciones de desamparo. Aquí es donde se nos espera a nosotros.
Podemos, con toda razón, denunciar las carencias de determinados representantes del Estado, pero me parece que nosotros necesitamos, sobre todo, recuperar nuestra credibilidad en el seno de la sociedad civil.
La verdadera cuestión, y sin duda la más difícil, es suscitar la libre adhesión de los jóvenes que tienen que construir su personalidad. Aquí, todos nos podemos encontrar. ¡Qué el Espíritu venga en nuestro auxilio!
Hippolyte Simon, arzobispo de Clermont
(Traducción de los textos de ambos arzobispos por Helena Faccia Serrano, Alcalá de Henares)
[Este domingo 2 de febrero de 2014 hay manifestaciones en 7 capitales europeas contra el Informe Lunacek y las políticas anti-familia: en Madrid es una marcha que sale a las 12h de Alonso Martínez]